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El primer café de la mañana suele ser el de la prisa. Hoy no. Hoy sirve, precisamente, de excusa para hacer una pausa. Nerea Gandiaga, bilbaína de 49 años, profesora de Educación Infantil, no vuelve a clase este septiembre. Ha cogido un año sabático, una bendita extravagancia: «Siento que necesito parar y esto es como echar el freno de mano». Planeó este parón hace cinco años y hoy, por fin, se puede tomar ese café sin prisa. Pero ¿y después del café? ¿Y mañana? ¿Y los próximos 364 días?
EL MOMENTO
«Siempre es un buen momento para parar, pero a mí, que acabo de cumplir 49, me llega en un momento estupendo. Tengo dos hijas de 17 y 13 años y son muy autónomas». Cuando una piensa en eso del año sabático, casi se imagina más a esa hija de 17 haciendo un paréntesis para conocer mundo antes de ir a la Universidad que a su madre. «Hay momentos de la vida que suelen venir acompañados de crisis, como la de los 50. Esas crisis generan un poco de sufrimiento, pero también permiten crecer. La persona se plantea: '¿He conseguido los objetivos que me había marcado en la vida?'». Cree Elisa Sánchez, psicóloga y directora de la consultoría de bienestar en el trabajo Idein, que una reflexión así exige tiempo. Pero ¿de dónde sacamos ese tiempo?
PARAR
«Este último curso he intentado parar un poco, pero tenemos siempre tantos frentes abiertos, tantos estímulos... que el día a día te arrastra como una ola», explica gráficamente Nerea. Ismael Sánchez-Herrera, presidente de la Asociación de Especialistas en Prevención y Salud Laboral (AEPSAL), ve a diario los efectos de esa 'ola' de la que habla Nerea: «La sociedad es voraz y no solo te exige estar en tu puesto de trabajo, también te exige que compitas por él continuamente».
Por eso cree que la idea del año sábatico, «aunque magnífica», tiene «poca cabida» en una sociedad como la nuestra. «No es solo que te vayas y cojan tu silla, ¡Es que la venden! Para la inmensa mayoría de la gente, el año sábatico es más una ensoñación que una posibilidad real. Como cuando hace treinta o cuarenta años la gente fantaseaba con ir de vacaciones al Caribe. ¿Quién podía permitírselo por entonces?».
EL SUELDO
Ya ha ido mucha gente (al Caribe), así que podría ocurrir que esto del año sabático no fuera tan excepcional de aquí a un tiempo. «No es un imposible, pero la empresa debe dar facilidades al trabajador», advierte el especialista en prevención laboral. En el caso de Nerea, durante los cuatro años anteriores ha cobrado el 80% de su sueldo, de manera que este curso seguirá teniendo esos mismos ingresos. «Esa fórmula es fráncamente interesante», valora Ismael Sánchez-Herrera.
– ¿De qué otro modo se puede hacer?
Sánchez-Herrera: Una alternativa podría ser jubilarse un año más tarde. Otra, acumular vacaciones: en lugar de disfrutar del mes entero anualmente, esa persona podría cogerse dos semanas de descanso y guardar las otras dos o tres semanas no disfrutadas para el futuro, hasta que pueda llegar a acumular un año o unos meses al menos. Una tercera opción sería que la empresa viese ese tiempo como una inversión: pongamos el caso de un experto en I+D que para un año de trabajar y se dedica a investigar. Cuando regrese estará mejor formado, se habrá reciclado y, aunque haya dejado de producir durante doce meses, con ese nuevo conocimiento adquirido será muy valioso para la empresa.
En este sentido, la psicóloga Elisa Sánchez recuerda que «siempre se habla de la implicación del trabajador con la empresa, pero eso difícilmente funciona si las empresas no se implican también con sus propios empleados».
En caso de no hallar facilidades en la parte contratante, la especialista apunta otras fórmulas: «Conozco a una mujer que era socia de una compañía y dejó el trabajo planificado para seis meses. Ese medio año se dedicó a viajar. Se marchaba un mes y volvía a ver cómo iban las cosas. No llegó a desconectar del todo pero pudo cumplir su sueño. Y cobró el sueldo durante ese periodo porque ya lo había trabajado antes. En el caso de otro chico, lo que hizo fue alquilar su piso de Barcelona y con el dinero que obtuvo del alquiler pudo vivir ese tiempo de mochilero en Asia».
MUCHOS PLANES
Tal vez vaya a Asia este año Nerea, confiesa que le gustaría conocer Vietnam. «También Irán, y tengo unos amigos en Argentina y Brasil a los que va siendo hora de hacer una visita». Sin fechas cerradas de momento, lo que sí es seguro es que se irá una semana con una amiga a Andalucía este mismo mes.
– Un año entero da para más que para viajar...
– Quiero hacer un curso intensivo de teatro en euskera y me gustaría aprovechar estos meses también para conocer centros de enseñanza diferentes, con pedagogías más vanguardistas y transgresoras. Escuelas que trabajan desde hace años de una forma en la que se respetan los ritmos y las necesidades de cada niña y cada niño.
Salir a correr sin prisa, acabar de escribir cosas pendientes, escuchar música hasta que se aburra, pasar al ordenador las fotos viejas del móvil, ir sola al cine, al teatro o a la playa... Todo está en la agenda de Nerea. Todo sin cerrar, sin fecha tope 'de entrega', que de eso se trata, «de parar».
– ¿Qué le dice la gente cuando les cuenta lo de su año sabático?
– Me siento una privilegiada por poder permitírmelo, por arreglarme con el 80% del sueldo cuando hay quien no llega a fin de mes. Te dicen que menuda suerte, he escuchado incluso algún comentario hecho con un poco de rabia... y eso me hace sentir incómoda.
Como si le reprocharan sin decirlo que lo suyo es poco menos que una ocurrencia caprichosa. «Cuando nació mi hija mayor, cogí una excedencia. Yo pensaba que iba a poder escribir un libro en ese tiempo, pero había días que no me daba ni para hacer la cama. Este año sabático ha sido algo meditado desde hace años, un tiempo para mí. También para disfrutar con mi pareja y mis hijas, claro. Pero, sobre todo, un tiempo de reflexión, de parar y ser consciente de las cosas».
Está de acuerdo Ismael Sánchez-Herrera con esa filosofía. «No significa pasarse un año en la playa, no es ese el concepto. Además de disfrutar de la vida, es un año en barbecho, de mejora, de reflexión. Todos lo necesitaríamos cuando llegamos a cierta edad». Pero ojo con tomar una decisión así de forma «impulsiva», advierte la psicóloga. «Debe meditarse antes. Un año sabático genera también cierta ansiedad por la incertidumbre. De repente, el futuro inmediato ya no va a ser tan estructurado y no va a estar tan planificado». Una incertidumbre con la que, por otro lado, «estamos lidiando cada vez mejor» tras sufrir una pandemia que ha acabado de la noche a la mañana con muchas certezas. «La pandemia va a suponer un punto de inflexión en la manera de trabajar», vaticina Elisa Sánchez. Y no se refiere solo al teletrabajo. «Cada vez más profesionales van a trabajar por proyectos y habrá más nómadas digitales, más gente que cambie de trabajo cada poco tiempo...».
Nerea piensa regresar al suyo el próximo curso, aunque no de la misma forma. «Tengo un horario privilegiado que me permite conciliar vida familiar y ocio, pero llego agotada a casa por las tardes, con la cabeza para pocos líos. Cuando me incorpore a dar clases, no creo que lo haga a jornada completa. Si puedo, reduciré algo, un tercio tal vez».
«Si la gente ya sufre depre posvacacional a la vuelta de septiembre, ¿qué será hacerlo después de un año?», dice medio en serio medio en broma Ismael Sánchez-Herrera. No se ha puesto a pensarlo Nerea. Sería poco menos que boicotearse este año sabático que no ha hecho más que empezar.
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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