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El cementerio de las webs olvidadas

El cementerio de las webs olvidadas

Nueve de cada diez están inactivas y resulta imposible calcular cuántos contenidos se han borrado en estas tres décadas de historia

Jueves, 25 de marzo 2021, 00:04

Si somos de esas personas que rara vez hacen limpieza en las listas de favoritos de su navegador, podemos llevar a cabo el ejercicio de darnos un paseo por nuestro pasado y visitar aquellas webs que frecuentábamos hace diez o quince años. A menudo nos sentiremos como turistas en un mausoleo solitario (solo falta que resuenen nuestros pasos en la inmensidad) o, todavía peor, como si hubiésemos entrado en un cementerio: muchos links no nos conducirán a ninguna parte, porque aquellas webs que tanto nos gustaban han sido eliminadas, y otros nos llevarán a sitios abandonados, fosilizados, que no parecen haberse actualizado (y quizá de verdad no lo hayan hecho) desde la última vez que pasamos por allí hace una década.

Según el contador de Internet Live Stats, existen actualmente unos 1.845 millones de webs, pero el 89% de ellas (sí, más de 1.600 millones) están inactivas. Muchas de esas páginas arrumbadas por la historia resultan, además, muy difíciles de encontrar, porque los buscadores han dejado de tenerlas en cuenta a la hora de indexar lo que nos ofrece la red. Es evidente que, en este cementerio de sitios olvidados, abundan los contenidos coyunturales que ya no interesan ni siquiera a sus creadores, y lo mismo ocurría en la masa ingente de espacios que se han ido borrando en los 32 años transcurridos desde la creación de la primera web, pero también parece obvio que esta situación trastoca de alguna manera la utopía que nos planteábamos al principio de todo esto, aquella visión fundacional de internet como la biblioteca perfecta. Hace poco más de un año, un artículo en BuzzFeed se refirió incluso al «desmantelamiento gradual y la disolución de la vieja cultura de internet», contemplando bajo una luz crepuscular esta época en la que, para muchos usuarios, internet es un asunto de apps y redes sociales, no ya de navegadores y webs.

Los expertos, de todas formas, restan importancia a esa incómoda sensación de provisionalidad. «El riesgo de perder información existe siempre –argumenta César Córcoles, profesor de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)–, pero uno de los grandes activos de la web es que, en 2021, podemos navegar todavía por páginas creadas hace treinta años. Acceder a un archivo de un procesador de texto de hace treinta años requiere, casi siempre, mucho más trabajo: en muchas ocasiones es, de hecho, imposible. Además, existen proyectos como el Internet Archive, que se dedica a la conservación de lo que se publica en la web. Si comparamos localizar una pequeña página web creada y publicada en 1995 con localizar una copia de un libro de poca tirada publicado ese mismo año, en muchos casos lo primero será más fácil».

Ecosistema diverso

Córcoles apunta también que, como publicar contenido y mantenerlo en la red resulta barato («esa es una de las gracias de la web»), muchas de esas páginas inactivas van a continuar ahí en lugar de desaparecer. ¿Podríamos estimar cuántas webs se han eliminado en estas décadas? «Es prácticamente imposible medir la información que se ha perdido. Seguro que es una cantidad ingente de datos, pero también que no lo es si la comparamos con lo que se ha publicado: mucho de lo que ha desaparecido nunca tuvo la pretensión de superar lo efímero», comenta. Los historiadores de internet suelen recordar algunas decisiones empresariales que tuvieron un efecto comparable a 'pequeñas extinciones', como cuando Yahoo decidió cargarse de un plumazo los millones de páginas de Geocities (parcialmente salvadas por 'conservacionistas' de la web) o cuando MySpace se cargó cientos de miles de archivos en una migración del servidor.

«El ecosistema digital, como cualquier ecosistema, es más resistente cuanto más diverso –explica el profesor Córcoles–. Si la web se concentra en una parte muy importante en manos de un puñado de empresas (con Google, Amazon y Facebook a la cabeza, probablemente), esa diversidad se resiente. Si en algún momento una empresa decide que un cierto tipo de contenido no le interesa, poco o nada hay que le vaya a impedir eliminarlo».

Tanta electricidad como añadir otro país al mundo

A menudo, los profanos tenemos el vicio de pensar en la red como algo inmaterial, casi espiritual, hasta que alguna noticia nos recuerda su condición física. Es el caso de los recientes incendios en el centro de datos de la compañía OVHCloud en Estrasburgo, que han ocasionado una cuantiosa pérdida de datos. Del mismo modo, pocas veces pensamos en el coste energético que supone mantener contenidos en internet. «Es muy complicado medir con precisión el impacto ambiental de la web, pero, como prácticamente toda actividad humana, lo tiene. Y, como actividad que se realiza a una escala descomunal, su impacto global es muy importante», aclara el profesor Córcoles.

La UOC ha puesto en marcha recientemente una iniciativa para medir ese impacto: ha servido para comprobar, por ejemplo, que los servidores en la nube consumen la misma cantidad de electricidad que un país industrializado del tamaño de España. «En términos de consumo de energía, estas infraestructuras equivalen a añadir otro país al mundo».

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