Borrar
Las diez noticias imprescindibles de Burgos este domingo 2 de febrero
El capitán Don Walsh, en la actualidad, asomado a la entrada de un submarino. Australian National Maritime Museum
Confinado en un submarino: «Pasaba dos meses sumergido sin ver el sol»

Confinado en un submarino: «Pasaba dos meses sumergido sin ver el sol»

Don Walsh, primer ser humano en descender al punto más profundo del océano, sabe de encierros: vivió 14 años en submarinos

Jueves, 9 de abril 2020

Lo llaman el 'Servicio Silencioso', por la ausencia de sonido con el que se mueven estos navíos bajo el agua y por el pacto de no hablar de sus misiones aceptado por sus tripulantes, «una comunidad pequeña y de élite, una hermandad con un alto grado de moral y orgullo que rara vez se encuentra en otras partes del ejército». Es el Servicio Submarino de la Marina de Estados Unidos. A él perteneció, siempre pertenecerá, quien pronuncia estas palabras, el capitán Don Walsh, 88 años, que en 1960, con solo 29, se convirtió en el primer ser humano, junto al ingeniero suizo Jaques Piccard, en llegar con el batiscafo 'Trieste' al punto más profundo del océano, el abismo Challenger, en la fosa de las Marianas del Pacífico. Un héroe de los de antes, condecorado en su país, asesor de la NASA. Ese punto solo se ha alcanzado en otras dos ocasiones y muy recientemente. 11 kilómetros hacia abajo, tres más que el Everest, hito del que se cumplieron 60 años el 23 de enero.

«¿Qué es lo que atrae a los hombres a carreras en las que pasan gran parte de su tiempo en lugares estrechos, bajo un gran estrés psicológico, con el peligro acechando a su alrededor?», se preguntaba la doctora en Psicología Joyce Brothers en su artículo 'El submarinista' tras el hundimiento del 'USS Thresher', el primer submarino nuclear en siniestrarse, mientras realizaba unos ejercicios. Sucedió en abril de 1963, y, en junio, fue precisamente el 'Trieste' el encargado de volver a las profundidades para descubrir, a 2.500 metros, que se había desintegrado con sus 129 tripulantes a bordo. Y nosotros, confinados en casa, vemos esa foto antigua del habitáculo de aquel batiscafo, con Walsh y Piccard listos para el descenso, y nos planteamos si seríamos capaces. Si preferiríamos meternos en una esfera de dos metros de diámetro junto a otro tipo con el peso de once kilómetros de agua por encima y en medio de la más completa oscuridad o si nos resultaría más fácil subirnos en una cápsula espacial y viajar a la Luna. Nunca lo sabremos, si apenas entendemos el encierro que padecemos ahora, ni tampoco cómo saldremos mentalmente de esta...

Pero aquella del 'Trieste' fue solo una inmersión de unas pocas horas –nueve– entre las muchas que hizo Don Walsh a lo largo de sus 14 años embarcado en submarinos, en los que más de una vez llegó a permanecer dos meses compartiendo exiguo espacio con decenas de hombres. Dos meses sin salir a la superficie. «Solo veían la luz del sol los tripulantes encargados de mirar por el periscopio». Así como lo leen. Hay por esos océanos submarinos que llevan sumergidos más de un mes a cuya tripulación no se ha comunicado el alcance de la pandemia que sufrimos en superficie por no quebrar el equilibrio que se vive en su interior.

–Medio mundo sufre ahora un confinamiento en casa por el coronavirus, y es difícil de sobrellevar. El navegante de submarinos parece una especie aparte. ¿Nace o se hace?

–El Servicio Submarino de EE UU es voluntario, si te unes entiendes que es un deber difícil. Hay que asistir a la Escuela Submarina de la Armada en New London CT. Para los oficiales es un curso de seis meses, para el personal alistado, algo más corto. Poco después de llegar, hay que pasar una entrevista con un psicólogo de la Marina para determinar si tienes la aptitud mental para afrontar la dura vida en estos navíos. Lleva un año completar las calificaciones a bordo antes de que te otorguen los 'delfines', la insignia distintiva de los submarinistas. Dos años en total hasta que te enrolas. Durante ese tiempo, los que no están a la altura son retirados del servicio y enviados a buques de superficie. Cualquiera puede solicitar otra asignación en la Marina. El resultado es un grupo de personas altamente cualificadas y motivadas que desean esa vida de aislamiento.

–¿Qué problemas pueden surgir en la convivencia y el estado psicológico cuando estás encerrado en un submarino?

–En mis 14 años en submarinos, incluido el que pasé comandando uno, solo vi un incidente de un miembro de la tripulación con inestabilidad mental. En proporción, es una notable estabilidad para cualquier organización.

–¿Cuánto tiempo pasaban sin salir a la superficie?

–No era inusual hacer lo que llamábamos patrullas donde estaríamos sumergidos hasta dos meses. Sin ver el ci elo, la luz del sol y las estrellas, menos los pocos que tenían acceso a los periscopios. Cuando salíamos en patrullas no teníamos contacto con nuestras familias, y después, cuando ya lo teníamos, se nos prohibía decirles dónde estábamos y qué estábamos haciendo. Era un trabajo clasificado como de alto secreto. Y, sin embargo, lo llevábamos bien al saber que estábamos en una misión importante para la seguridad nacional.

La comida, el mejor momento

–¿Qué hacían para sobrellevar esos encierros?

–Las actividades principales mientras estabas sumergido eran vigilar, mantener el barco, comer, ver películas y leer. Como puedes imaginar, estar dentro de los confinados confines de un submarino con otras 80 o 90 personas significaba que todos teníamos que llevarnos bien. Siempre, en todo momento, tenías un compañero a unos pocos metros. La vida a bordo era más como una gran familia que la jerarquía de una organización militar tradicional.

–¿Lo que más agradecían durante ese encierro?

–La comida era extremadamente importante como actividad grupal, momento en que estábamos juntos para interactuar. Los cocineros submarinos eran muy venerados y sorprendentemente creativos, tenían que serlo al cocinar 60 días sin hacer la compra, y especialmente hacia el final de una patrulla, cuando los suministros se estaban agotando. La comida era el factor moral más importante. Reconociendo esto, la Marina dio a los submarinos un aumento del 25% en las asignaciones de alimentos. Esto significaba que podíamos comprar algunos alimentos digamos que 'elegantes' que no estaban permitidos para los barcos de superficie. Nuestros favoritos eran la carne de res, en filetes y asada. La langosta también fue muy popular, al igual que el helado. Pero no podíamos almacenar todas las cosas especiales que queríamos y tras un par de semanas, los menús se reducían.

–¿Cómo pasaban el tiempo?

–Las películas también fueron importantes, pero nunca pudimos llevar suficientes para que duraran hasta dos meses. Así que hubo muchas repeticiones. A veces las veíamos sin sonido y los miembros del equipo hacían diálogos irreverentes con resultados hilarantes.

–¿Cuál es la parte más difícil de estar encerrado en un lugar tan pequeño con tantos otros en la misma situación?

– Debido a la cuidadosa selección de voluntarios y la escolarización extensa en la academia y a bordo, cuando fijas los 'delfines' en tu uniforme eres uno de los pocos orgullosos marineros submarinos. Siempre teníamos muy claro este dicho: «Si no te estás divirtiendo, estás haciendo algo mal». Trabajábamos y jugábamos duro, pero nos consolaba el que nuestro servicio era importante para nuestro país.

Todos tenemos capacidades tremendas

El artículo de la doctora en Psicología Joyce Brothers titulado 'El submarinista' (sobre el hundimiento en 1963 del 'USSThresher') logró una gran repercusión: «Esta trágica pérdida tuvo un especial impacto en la nación... un tipo especial de tristeza, mezclado con admiración universal por los hombres que eligen este trabajo.».

«En una nave submarina, cada hombre depende totalmente de la habilidad de los demás, no solo para obtener el máximo rendimiento, sino también para sobrevivir. Cada uno sabe que su vida depende de los demás y, por ello, existe un vínculo entre ellos que los desafía y consuela. Esto les da un sentimiento especial de orgullo, son miembros de un cuerpo de élite. Los riesgos son más una inspiración que un elemento disuasorio».

«¿Estos hombres son más valientes que los de otras actividades donde la posibilidad de tragedia repentina también es constante? La respuesta simplista sería decir que sí. Es más preciso, desde un punto de vista psicológico, decir que no son necesariamente más valientes, sino que tienen un poco más de conocimiento sobre sí mismos y sus capacidades. En general, disfrutan de un corte emocional más saludable que otros de su edad y antecedentes, por su voluntad de esforzarse un poco más y no conformarse con una existencia más fácil. Todos tenemos capacidades tremendas, pero rara vez nos esforzamos hasta el nivel superior. Es tos hombres sí lo hacen».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

burgosconecta Confinado en un submarino: «Pasaba dos meses sumergido sin ver el sol»