¿Tendremos por fin coches voladores?
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Las pruebas de un nuevo modelo realizadas en Japón reavivan esta vieja aspiración de la humanidad, esencial en el futuro que nos prometió la ciencia ficciónLos coches voladores han acabado convirtiéndose en el símbolo de la mayor estafa de todos los tiempos. El ser humano se pasó buena parte del siglo XX imaginándose cómo iba a ser el XXI, porque más allá de la frontera del año 2000 (o, vale, del 2001) nos zambulliríamos en esa época repleta de maravillas que llamábamos vagamente 'el futuro'. Y, en nuestras visualizaciones de ese fantástico porvenir, siempre surcaban el cielo vehículos veloces y silenciosos, los nietos de nuestros torpes automóviles, que ya habían aprendido a volar. Estaban ahí, en el 2015 de 'Regreso al futuro' y también en el 2019 de 'Blade Runner', indeseable por muchas otras razones, pero hemos llegado a 2020 y seguimos buscándolos inútilmente por encima de nuestras cabezas. En 1967, en un libro que publicó 'Wall Street Journal', los expertos pronosticaron que medio siglo después funcionaría un sistema global de comunicaciones capaz de transmitir información rapidísimamente, que los padres podrían elegir el sexo de sus hijos mediante inseminación artificial y, vaya por Dios, que nos desplazaríamos en bonitos coches voladores.
Calvin, el niño de la tira de cómic 'Calvin y Hobbes', resumió en una viñeta la decepción por este presente tan poco futurista: «¿Dónde están los coches voladores? ¿Dónde están las colonias en la luna? ¿Dónde están los robots personales y la cabina de gravedad cero, eh? (...) ¿Dónde están las mochilas propulsoras? ¿Dónde están los rayos de desintegración? ¿Dónde están las ciudades flotantes?». Las atractivas fantasías del cómic y el cine, por mucho que a menudo tuviesen cimientos científicos, se están resistiendo a saltar a la realidad. «Ciertas mejoras no son tan fáciles como parece prometer la ciencia –asiente Manuel Barrero, director de la revista de cómic y cultura popular 'Tebeosfera'–. Un objeto cotidiano como la fregona ha tardado más de cien años en ser robotizado, y aun así no funciona bien del todo. Con el coche ha pasado algo parecido porque es un invento redondo, como el martillo o la escoba, y para convertirlo en volador tiene que dejar de ser coche para ser un poco avión o un poco helicóptero. Cine y cómic han potenciado la idea de esta transformación, sobre todo a través de las películas de James Bond o los cómics de Batman, Nick Fury o Fantastic Four, por poner ejemplos notorios».
El propio Henry Ford se las prometía muy felices cuando, en 1940, soltó una profecía ineludible en este contexto: «Recuerden mis palabras: llega la combinación de avión y automóvil. Pueden sonreír si quieren, pero va a llegar». Sus palabras se vuelven a sacar del baúl de los recuerdos cada vez que se registra un avance en los proyectos para fabricar y comercializar un coche volador. Las últimas noticias llegan de Japón, donde la compañía SkyDrive ha llevado a cabo el 25 de agosto una prueba de su modelo SD-03, una especie de dron tripulado por un piloto que se elevó unos tres metros, voló durante cuatro minutos y dio la vuelta a una pista de 10.000 metros cuadrados. El SD-03 es lo que se conoce técnicamente como eVTOL, un vehículo eléctrico de despegue y aterrizaje vertical, de cuatro metros de largo y otros cuatro de ancho, propulsado por ocho motores y con dos rotores en cada esquina. La compañía asegura que venderá un modelo biplaza para 2023 (por entre 250.000 y 400.000 euros) y que supondrá el primer paso hacia «una nueva forma de vida», pero aquí se impone una puntualización: si miramos las imágenes de la prueba esperando encontrarnos con los aerocoches de nuestros sueños, el efecto equivaldrá a comparar una carrera de Usain Bolt con los vacilantes primeros pasos de un niño.
Los japoneses de SkyDrive no están solos, ni mucho menos: en la última década, se han multiplicado las iniciativas dentro de lo que llaman «movilidad aérea urbana». En ello están firmas tan potentes como Airbus, Toyota, la alianza de Porsche y Boeing o la de Hyundai y Uber, además de un montón de empresas pequeñas y entusiastas que muestran en sus webs representaciones artísticas de sus vehículos en pleno vuelo. Porsche y Boeing estiman que los drones de pasajeros estarán en el mercado dentro de cinco años. Uber asegura que tendrá un servicio de taxis aéreos, de azotea a azotea, para 2023. Y los expertos de Morgan Stanley han concluido que los coches voladores pueden volverse habituales para 2040, un siglo después de la predicción de Henry Ford. «Siguen existiendo limitaciones, sobre todo relacionadas con las baterías y la tecnología de propulsión», alertan, además de recordar tareas pendientes como «reducir el coste y el ruido». En Florida, el Paramount Miami Worldcenter, que se inauguró el año pasado, ya está coronado por una plataforma para aerocoches. Los promotores dicen que así el edificio está preparado para lo que vaya ocurriendo en el próximo siglo, aunque parece probable que sus primeros inquilinos saquen más partido de las cinco piscinas y el campo de fútbol.
Los coches voladores están impulsados por los avances en la tecnología y en la inteligencia artificial, pero a la vez hay incontables dificultades que lastran su puesta en marcha, su tránsito por las calles (o por encima de ellas) y no digamos ya su 'democratización'. El problema quizá radique en que nos hemos hecho demasiadas ilusiones demasiado pronto, hasta dar forma a un ideal muy alejado de la realidad. «Si llamamos coche volador a un vehículo que puede llevar a dos, tres, cuatro personas de un punto a otro, eso ya lo tenemos: se llama helicóptero y existe hace mucho», recuerda Ambrosio Liceaga, gestor de proyectos de los institutos de investigación de la Universidad Pública de Navarra, que insiste en que la existencia de una tecnología no implica su adopción generalizada. «Yo he venido a trabajar en Segway, a mí me encanta, pero objetivamente no ha sido un éxito: surgió cuando no había una infraestructura adecuada de carriles bici y con un precio muy caro, y luego, cuando ya hemos tenido una infraestructura más razonable, la gente ha preferido los patinetes. Yo creo que con los automóviles voladores va a pasar algo parecido: eso no significa que vayan a desaparecer totalmente, pueden tener un nicho de mercado concreto para algunas aplicaciones. Los modelos que se están produciendo tienen una autonomía de unos quince minutos, poquísimos: por un precio mucho más barato, un helicóptero ultraligero te da hora y media o dos horas de autonomía». ¿No habrá ninguno como los de las películas? «Existen algunos límites físicos. Para que un coche vuele, necesita mover aire, y eso hace ruido y puede consumir mucha energía, si no quieres unas palas muy grandes».
Desde luego, no resulta muy alentador que Elon Musk, el de Tesla y SpaceX, capaz de apuntarse el primero a las ensoñaciones más descabelladas, considere mala idea los coches voladores. Además de alertar sobre su ruido, los ve una pizca peligrosos:«Si alguien descuida el mantenimiento, podría soltarse un tapacubos y guillotinarte. Los niveles de ansiedad no van a mejorar con cosas que pesan un montón zumbando alrededor de tu cabeza», ha dicho.
Ambrosio Liceaga nos recuerda además que la historia está repleta de diseños que no llegaron a nada. «Ya hay coches voladores, aunque se conocen más los fracasos que los éxitos discretos, de vender veinte, treinta o cincuenta modelos y quebrar porque no había un mercado suficiente». Ejemplos clásicos son el Waterman Aerobile de finales de los años 30, del que se fabricaron cinco vehículos, o el Convaircar de los 50, para el que se estimó un mercado de 160.000 unidades pero solo se hicieron dos, o los seis Aerocar construidos entre finales de los 40 y los 60: en uno de ellos llegó a volar Raúl Castro, el líder cubano, y al aterrizar se llevaron por delante un caballo. Las viejas fotos muestran chocantes híbridos de automóvil y avioneta o helicóptero, como criaturas mitológicas de la modernidad, mucho más fieles a la idea de coche que los prototipos actuales, que muchas veces descartan la posibilidad arcaica de rodar: «A mí me hace mucha gracia el 'bugui' con un parapente –comenta Liceaga–, porque es una solución simple y eficaz que resuelve el tema, pero contrasta enormemente con la idea de coche volador de la ciencia ficción. No tiene imagen atractiva, pero es fiable: es el contraste entre los sueños y la realidad».
Nos seguiremos refugiando, mientras tanto, en la fantasía, con el consuelo de que 'The Jetsons' ('Los Supersónicos', la serie de dibujos indisociable del concepto de coche volador) transcurre en 2062. Si pudiese darse una vuelta en alguno, ¿qué vehículo de ficción elegiría nuestro experto en cómic? «Lo tengo claro –responde al momento Manuel Barrero–, me montaría en el coche volador de Zorglub, uno de los villanos de las aventuras de Spirou y Fantasio. Tiene un diseño que todavía hoy resulta extraordinariamente seductor... ¡y eso que Franquin lo dibujó por primera vez en 1959! Lo malo es que no me dejarán pilotarlo y me voy a tener que conformar con alguno de los cacharros majaretas de Mortadelo y Filemón». Lo dice con resignación, porque en este tema ya nos hemos acostumbrado todos a acabar decepcionados.
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