Boadilla del camino: 426 kilómetros | Carrión de los condes: 401 kilómetros | Terradillos de los templarios: 374 kilómetros ·
La gravilla y tu propia sombra marcan el guion de la ruta en Palencia, epicentro de la España vacía, donde aún perdura la huella de los caballeros templarios
Sergio García
Domingo, 8 de agosto 2021, 01:22
Admito que la primera impresión fue buena, acostumbrados como estamos a escudriñar cada desvío con ojos de halcón, facultad que uno desarrolla en cuanto se pierde dos o tres veces y tiene que emplear una hora en volver sobre sus pasos. Se lo aseguro, como diría el replicante aquel de 'Blade Runner', «he visto cosas que vosotros no creerías, atacar naves en llamas más allá de Orión» y a peregrinos blasfemar como posesos por andar 4 kilómetros más de la cuenta. Nada te hace sintonizar más con el Maligno.
-Siga todo recto unos 35 kilómetros, no tiene pérdida.
-Usted perdone, ¿ha dicho 35?
Si una palabra define a la Meseta es 'desmesura'. Un calificativo que lo mismo vale para las temperaturas que para las distancias, inabarcables como lo son los campos de alfalfa, girasoles y trigo entre los que llevamos días moviéndonos. Hospitaleros, agentes del orden y taberneros coinciden en decir que hay menos peregrinos que nunca, «el 15% de los que vinieron hace dos años», si nos atenemos al organismo que se encarga de dispensar la compostela. Podría parecer que eso despeja el Camino para quienes se embarcan en esta trituradora, pero no es así. Muchos albergues han echado la persiana por considerar que no les compensa abrir y eso convierte cada final de etapa es una pugna a brazo partido por conseguir una cama. Dios ayuda al que madruga, pero más al que reserva desde la víspera.
La previsión meteorológica dice que hoy alcanzaremos los 34º a la sombra -pero por Dios, ¿qué sombra?- y abandonamos Boadilla ajenos al relente de la noche. Seguimos entonces el curso del Canal de Castilla, antaño utilizado para transportar mercancías a los puertos del norte y ahora convertido en el flujo sanguíneo de los cultivos que nos rodean. María Jesús, Luis y Pilar van delante, pertrechados con los frontales que dibujan estelas en el polvo. No tardamos en llegar a las esclusas de Fromista, una especie de Canal de Panamá mesetario, y a la iglesia románica de San Martín, de influencia bizantina, tres ábsides escalonados y conexiones con la cábala y el esoterismo, que lleva recibiendo a los peregrinos desde el siglo XI.
Comienza aquí la recta a la que se refería el aldeano del principio: pegada a la carretera, salpicada de poyos de piedra cada 100 metros y de pueblos que en su origen debieron ser de frontera. Es el caso de Villalcázar de Sirga, donde se levanta una colegiata descomunal con dragones en los capiteles, profusión de espadas y otros guiños a la orden del Temple. Pero no todo es adusto en este pueblo. En la acera de enfrente hay sitio para las tentaciones, en particular las de la confitería 'La Perla'. Si la iglesia era el reino de Dios, el obrador lo es de la manteca de cerdo, las yemas y las almendras, piedra angular de las pastas y amarguillos con que reponemos fuerzas.
Una ligera cuesta y surge a la vista Carrión de los Condes, localidad palentina que debe tener -y esto es una apreciación mía, pero seguro que no muy alejada de la realidad- la mayor ratio de iglesias y conventos de toda Europa. Carmelitas, clarisas, filipenses, hijas de la Caridad... Confundo el hotel donde habíamos reservado y acabo llamando a la puerta de sor Francis Robles, una malagueña que sintió la vocación con 22 años -ahora tiene 40- y que un buen día decidió cambiar un trabajo de publicista que combinaba con la pintura y la fotografía, por la vida en un claustro de Ávila. Vamos, que está aquí en comisión de servicios, estampando sellos en las credenciales, higienizando camas y lo que tercie.
-¿Y no echa de menos su vida anterior, el mundanal ruido? ¿Liarse la manta a la cabeza y romper con lo establecido?
-Mírame, ¿en serio crees que hay alguien más 'alternativa' que yo?
Los jesuitas pasaron también por aquí, suyo era el monasterio que ocupa ahora un hotel de cuatro estrellas. Nosotros no picamos tan alto y acabamos durmiendo en un colegio donde a las diez de la noche una monja se asoma para apagar la luz y desearnos felices sueños, un poco como esa novela de John Irving, 'Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra'. «Ro-ro-ro», le ha faltado decir.
«Mírame bien, ¿en serio crees que hay alguien más 'alternativo' que yo?», desliza Francis Robles, ahora monja y antes publicista
Al día siguiente toca etapa dura sobre el papel. Ha bajado la temperatura, pero el paisaje no invita a muchas alegrías. Y eso que pasamos por la Vía Aquitana, que unía antaño Burdeos con Astorga; o por la Cañada Real Leonesa, una de las principales rutas trashumantes de España. Cuando llegamos a Calzadilla de la Cueza, comúnmente aceptado como el ecuador del Camino, lo celebramos con un pincho de tortilla que, oh milagro, está hasta jugoso. El dueño del bar aprovecha para sincerarse con María Jesús. Tres matrimonios fallidos, dos hijos y el corazón como un solar. Basta con echar un vistazo a ese paisaje estepario para barruntar por qué.
Pasado Ledigos, una hilera de fresnos va haciéndonos compañía durante un rato, aunque para entonces estamos tan cansados que los ojos no se apartan del suelo. La gravilla pone la banda sonora y hasta nuestra propia sombra nos saca ventaja. Echo un vistazo atrás, con los peregrinos avanzando como zombis, y me pregunto si me darán las fuerzas, lo que después de dos semanas y 400 kilómetros como puñales suena hasta razonable. Ahí delante está Terradillos de los Templarios, donde seguro que hay una ducha, una cama, una pila donde lavar los calcetines que parecen ya harapos. Mi reino por unos chipirones en su tinta.
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.