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¿Por qué nos seguimos empeñando en cosas que no nos convienen?

¿Por qué nos seguimos empeñando en cosas que no nos convienen?

Tanto en el trabajo como en las relaciones la perseverancia está a menudo sobrevalorada: un nuevo libro reflexiona sobre el arte de retirarse a tiempo

Carlos Benito

Martes, 15 de octubre 2024, 00:05

Resulta muy fácil encontrar frases célebres que nos animen a perseverar, porque a la mayoría de los sabios les ha gustado mostrarse como resueltos defensores de la constancia. «Nuestra mayor debilidad es rendirnos», dijo Thomas Edison, y en cualquier repertorio de citas podemos toparnos con que la perseverancia es «la base de todas las acciones», «la madre del éxito» o «el secreto de todos los triunfos». Y, sin embargo, todos conocemos casos de gente que se ha empeñado y empeñado en algo hasta el fracaso más estrepitoso y la derrota definitiva.

Por eso la estadounidense Annie Duke, especializada en ciencia de la decisión, se ha propuesto acabar con esa glorificación de la persistencia en su libro '¡Abandona!', recién publicado en España por la editorial Alienta. Y hay que destacar que, más allá de su especialización académica, antes fue jugadora profesional de póquer, así que algo sabe sobre el arte de retirarse a tiempo.

«Todos tendemos a calibrar mal nuestras decisiones sobre el coraje y el abandono», sostiene Duke, que ha recopilado decenas de ejemplos: el primero, el de Muhammad Ali, que se obstinó en seguir boxeando más allá de toda lógica y prudencia. Estos son algunos de los resortes que, muchas veces, nos llevan a seguir aferrándonos a lo que no nos conviene.

¿Cómo voy a dejarlo a estas alturas?

El sesgo del coste irrecuperable condiciona muchas de nuestras decisiones. En lugar de sopesar solo los costes y beneficios futuros, introducimos en el cálculo el tiempo o el dinero que ya hemos invertido en algo. «Eso hace que la gente se mantenga en situaciones que debería abandonar», resume Duke, que ilustra este vicio mental con un ejemplo: hace un día de perros, infernal, y un amigo nos ofrece una entrada para ir a un concierto al aire libre de un artista que nos gusta. Es posible que declinemos la invitación, pero, en cambio, si hubiésemos pagado nosotros esa misma entrada, probablemente sí que iríamos.

«Cuando empezamos algo, ya sea poniendo dinero en el bote en una mano de póquer, iniciando una relación o un trabajo o comprando acciones, abrimos una cuenta mental. Cuando dejamos de hacer algo, ya sea descartando una mano, dejando una relación o un trabajo o vendiendo las acciones, cerramos esa cuenta mental. Resulta que no nos gusta cerrar cuentas mentales en pérdidas», aclara la experta.

Annie Duke.

Y esto, que forma parte de nuestros circuitos mentales, ¿cómo se supera? Lo mejor es establecer de antemano unos 'criterios de eliminación', es decir, plantearnos al inicio de cada plan qué cosas pueden hacer que ya no merezca la pena. «Uno de los ejemplos más claros es la hora de regreso en el Everest. Si no se ha hecho cumbre a la una de la tarde, no se puede descender con seguridad al campamento 4 antes de que anochezca, por lo que hay que abandonar la escalada», compara Duke. En nuestras relaciones, nuestras inversiones y nuestros proyectos en general, deberíamos tener claros algunos criterios de este tipo, aunque la propia autora admite que no siempre los cumplía en la mesa de póquer: «Lo importante es ser mejor, no perfecto», puntualiza.

Pero... ¿qué van a pensar de mí?

El llamado efecto dotación es el compañero del alma del sesgo del coste irrecuperable: se trata de una ilusión cognitiva que nos lleva a exigir más por renunciar a un objeto de lo que estaríamos dispuestos a pagar por adquirirlo. Duke pone el ejemplo de los coches: nos creemos que nuestro vehículo vale más de lo que nos ofrecen por él, pero no estamos dispuestos a pagar tanto por otro como el nuestro. «Podemos llegar a experimentar este efecto con mucho más que objetos físicos. Lo mismo puede suceder respecto de nuestras creencias, nuestras ideas y nuestras decisiones», apunta la autora. Así que terminamos apostando por ceñirnos al camino que ya hemos iniciado, porque «nos preocupa más el potencial negativo de cambiar de rumbo que el de mantenernos en la senda». Y eso nos lleva a otro sesgo, el de omisión: preferimos equivocarnos por no actuar, es decir, que nuestras pérdidas se deban a que hemos perseverado y no a que hemos dado un giro.

En buena medida, todo esto está vinculado a nuestras ideas sobre nuestra identidad y nuestra imagen pública. Tememos que, si abandonamos y probamos otro enfoque de nuestra vida, los demás nos considerarán fracasados, incoherentes, caprichosos, insensatos... «La tragedia de este asunto es que la forma en que imaginamos que nos ven los demás suele ser errónea. Eso significa que algunas de las decisiones irracionales que tomamos sobre el abandono se basan en un miedo erróneo a cómo nos verán los demás», lamenta Duke, que se refiere a estas figuraciones como «basura mental». A su juicio, los objetivos que nos hayamos planteado siempre deben ir matizados por algún 'a menos que', una lista de salvedades que nos lleven a condicionar nuestro compromiso y no incorporarlo a nuestra identidad. Ya lo decía el comediante W.C. Fields, en una de las pocas citas que Duke ha encontrado a favor del abandono: «Si al principio no tienes éxito, inténtalo, e inténtalo de nuevo. Luego abandona: de nada sirve comportarse como un maldito estúpido».

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