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Leire Martín era una niña ejemplar, buena y obediente, pero incapaz de expresar sus emociones. No se quejaba cuando la comida no le gustaba y tampoco protestó cuando, con 12 años, sus padres le dijeron que se iban a trasladar de pueblo. Su mente era un arsenal de inseguridades y preocupaciones, pero no las exteriorizaba, así que con los años se fueron acumulando. Fue al cumplir los 14 cuando a todas esas inquietudes se le sumó otra: el peso. Tuvo revisión médica y lo que vio al subirse en la báscula le asustó. «¿No es demasiado?», pensó. La doctora le dijo que estaba más sana que un roble, pero a ella le entraron dudas. Al día siguiente comenzó a restringir lo que comía. Tiraba el desayuno al váter, contaba las calorías que ingería, hacía abdominales por las noche… Consiguió adelgazar, tal como deseaba, pero cada vez que se miraba en el espejo se veía peor, lo que motivó que llevase todas esas conductas al extremo. Sin quererlo, y sin saberlo, cayó en un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), un laberinto muy oscuro del que le costó años salir, y también mucho sudor y lágrimas.
«Cada vez que me llevaba algo a la boca mi mente empezaba a calcular cuántas calorías tenía y cómo gastarlas. Creo que las quemaba simplemente de pensar lo que tenía que hacer», ironiza ella, que acaba de publicar el libro 'Yo también quise ser como Ana y Mía' (Zenith), un cómic autobiográfico basado en su experiencia con la anorexia y la bulimia donde cuenta todo lo que aprendió en su camino hacia la recuperación. «Estas enfermedades están muy estigmatizadas, juzgadas y tratadas como un tema tabú, lo que lleva a las personas que los padecen a sentirse solas, incomprendidas y con miedo a expresar lo que les ocurre», destaca. Su objetivo es que quien tenga cerca a alguien que sufre un TCA pueda entender por lo que está pasando, comprenda sus actos y le pueda ayudar.
Y ¿qué les pasa realmente? ¿Cómo se rebasa la línea entre querer perder peso y verse atrapada en un trastorno alimentario? «El conflicto con la comida es solo la punta del iceberg de un problema mayor que, generalmente, se gesta en la infancia, aunque la enfermedad no suele debutar hasta la adolescencia», expresa Natalia Seijo, psicóloga clínica especializada en trastornos alimentarios del Centro de Psicoterapia y Trauma de Ferrol (A Coruña).
natalia seijo
Al tener base biológica, psicológica y social, los factores predisponentes de estos trastornos son variados. Entre ellos, el perfil de la personalidad, el entorno en el que se convive, el apego con el que se crece, actividades como el ballet o la gimnasia rítmica (en las que se prima la delgadez), estudiar en el extranjero, los cambios de vida (mudanza, traslado de ciudad), el divorcio de los padres, el acoso escolar, la ausencia de refuerzos positivos a lo largo de la vida (que nunca te digan nada bueno sobre ti), convivir en un ambiente culpabilizador o hiperexigente, crecer con mucha rigidez alimentaria en casa, tener algún caso de TCA en la familia, ver que tus padres hacen dieta constantemente o que prestan mucha atención a la apariencia corporal o los abusos físicos y emocionales, entre muchos otros. «Lo que tienen en común los TCA es la niña o el niño herido que la persona lleva dentro, donde se encuentran los traumas simples y los traumas complejos que ha vivido. Todos ellos son heridas que van dejando huella en su interior y que acaban exteriorizándose de muchas formas. La comida es una de ellas, porque las personas que padecen estos trastornos encuentran la manera de regularse a nivel emocional restringiendo lo que comen o dándose atracones y/o vomitando», explica Natalia Seijo.
34% de las chicas y el 22% de los chicos adolescentes de entre 12 y 16 años han hecho dieta para adelgazar sin control médico. De ellos, más del 50% lo ha acompañado de conductas de riesgo: vómitos, saltarse comidas o comer menos. Comportamientos determinantes para sufrir un TCA.
En España, 400.000 personas sufren un trastorno alimentario, de los cuales 300.000 son jóvenes de entre 12 y 24 años. La anorexia y la bulimia son los más conocidos y frecuentes, pero no los únicos. Existen otros, como el trastorno por atracón, el síndrome de comedor nocturno o el síndrome de hiperfagia o polifagia.
Las complicaciones físicas que provocan, así como las autolesiones y los intentos de suicidio de las personas que los sufren, convierten a los TCA en las enfermedades mentales con mayor mortalidad. Lluís Blanch, que vivió la enfermedad de su hija Gemma, recuerda que «al principio nos pareció la típica tontería de adolescente que quiere perder peso, pero ya en tratamiento llegué a temer por su vida en varias ocasiones». Gemma sufrió un trastorno de la conducta alimentaria no específico (TCANE), que tiene una mezcla de varios TCA sin destacada incidencia en ninguno. «Los cuatro años y medio que duró la recuperación fueron durísimos. Nuestra casa se convirtió en una 'cárcel', con los lavabos y la cocina cerrados, y con control absoluto sobre cualquier objeto con el que pudiese autolesionarse. No podíamos hacer nada sin pedir permiso a los médicos», cuenta este padre, que recomienda buscar ayuda especializada al menor caso de duda de que pueda haber un problema con la comida. Además, aconseja «que toda la familia acuda a terapia para gestionar mejor los sentimientos que surgen en una situación tan compleja». Desde que se enteró de la enfermeda de su hija, Blanch es voluntario de la Asociación Contra la Anorexia y la Bulimia (ACAB).
LLUÍS BLANCH
Gemma hacía gimnasia artística y, en un momento dado, empezó a obsesionarse con el peso. «Soy muy autoexigente y perfeccionista y llevé el deporte al extremo. En la comida encontré una forma de control y de focalizar mis inseguridades», expresa.
El problema de trastornos como la anorexia o la bulimia es que la persona genera tal miedo hacia la comida que, hasta que no reconoce que está enferma, la recuperación es muy difícil. «Una vez eres consciente de dónde estás, comienza un tira y afloja constante entre tus dos 'yos', el enfermo y el que se quiere curar», declara Leire. «Yo le pedía a mi madre que tachase la tabla nutricional de los productos para no contar las calorías y me ponía metas, como comerme una galleta a la semana. Un día te ves con fuerzas de comer lo que quieras y al siguiente te sientes culpable y comienzas a restringir la comida otra vez pero, poco a poco, va ganando tu fuerza de voluntad y las recaídas se espacian en el tiempo, hasta que vuelves a disfrutar comiendo. Eso sí, es un camino muy duro en el que te planteas abandonar a menudo».
leire martín
A Gemma, por su parte, le ayudaba mucho que todo el mundo que comiese con ella tuviera en el plato exactamente lo mismo, así como las terapias grupales e individuales, donde se trataban temas como la reincorporación de dietas o las emociones personales. «Fue un proceso de aprender a no controlarlo todo, porque mi parte enferma sentía un descontrol horrible cuando comía normal», expresa. «El apoyo que recibí de mi entorno también fue clave», destaca.
La psicóloga reconoce, sin embargo, que la parte emocional de estos trastornos muchas veces queda relegada a un segundo plano. «Hay enfoques de la psicología que se centran mayoritariamente en la conducta con la comida y dejan de lado las experiencias de vida, que muchas veces son el origen de los síntomas», sostiene. Es el caso de la terapia cognitivo-conductual, cuyo mayor inconveniente es que, al no trabajar las causas de este desorden, es más fácil recaer.
Por eso, en opinión y experiencia de Seijo, la terapia EMDR es más útil en estos casos, pues permite resolver el problema en profundidad desde el principio, haciendo frente tanto a sus causas como a sus consecuencias. «Estos trastornos tienen la estructura de una alcachofa, con hojas 'defensivas' que protegen aquello que hace daño y que se evita ver porque duele, y un corazón interior, donde se albergan los traumas o experiencias adversas de vida de la persona y que provocan esa conducta con la comida. Ahí es donde es complicado llegar», concluye la especialista.
Un monstruo en internet
Se denominan webs 'Pro-Ana' (pro-anorexia) y 'Pro-Mía' (pro-bulimia) y son páginas en las que jóvenes que sufren trastornos alimentarios hacen apología de estas enfermedades. Ahí intercambian consejos sobre dietas y ejercicios con los que perder peso rápido y comparten sus vivencias y 'progresos', animándose entre ellos a seguir por ese camino.
Es estas comunidades Ana y Mía son presentadas como 'diosas' o 'princesas' a las que intentar parecerse. Cuentan, incluso, con sus diez mandamientos y todo gira en torno a que estar delgada es lo más importante. Sugieren así barbaridades como que adelgazar y no comer demuestran la auténtica fuerza de voluntad, que no se debe comer sin sentirse culpable, o sin castigarse después, y que una forma eficaz de adelgazar es morir de hambre.
«Yo consumí contenido de este tipo en redes sociales y es de las peores cosas que existen. Engancha a gente que está en momentos vulnerables, como si fuese una droga, y nos lleva a pensar que tenemos apoyo sobre algo perjudicial para nuestra salud. Son sitios en los que se normaliza un discurso que realmente es una locura», expresa Gemma.
«Afortunadamente, yo no llegué hasta ese punto, pero sé que también existen grupos de Whatsapp donde los propios chicos y chicas con TCA te hacen una encuesta y, según cómo de enferma estés, o lo que estés haciendo para adelgazar, te permiten entrar o no», añade Leire.
«Desde hace años se lucha contra cualquier contenido, servicio o sector, como el de la publicidad o la moda, donde se lleven a cabo acciones que puedan inducir a desarrollar un TCA», expresa Lluís Blanch. En 2019, la Generalitat aprobó una ley para perseguir y sancionar a las empresas, plataformas y servicios digitales que recogen este tipo de contenidos, con multas que pueden llegar a los 100.000 euros, pero solo afecta a Cataluña.
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