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Las evidencias de que comemos peor que antes crecen día a día. Una de las últimas en conocerse tiene que ver con el cada vez peor funcionamiento del hígado, que es un órgano fundamental en el metabolismo humano. Actúa como una potente depuradora que drena ... y sanea la sangre, procesa los nutrientes del organismo y desempeña un papel fundamental en el proceso digestivo. Tradicionalmente, el fallo hepático se producía por un consumo abusivo de alcohol, que es algo que favorece tanto la aparición de tumores como las necesidades de trasplante. Pero esto ha cambiado. En la actualidad, lo que más hígados destroza no es el trago, sino el sedentarismo y la forma que tenemos de alimentarnos, cada día más insalubre y alejada de la saludable pauta que se conoce como la dieta mediterránea.
La grasa es la principal fuente de energía del cuerpo humano, según explica de manera didáctica el científico José María Mato, director general del centro de investigación CIC BioGune y responsable de un reciente estudio internacional que ha descubierto la existencia de, al menos, tres tipos de hígado graso. El hallazgo resulta de una enorme trascendencia porque se trata ésta de una enfermedad que, de momento, carece de un tratamiento propio.
Los que se utilizan para abordarla son terapias ajustadas para otras patologías, como la diabetes, que se han mostrado más o menos eficaces frente a este mal. El hallazgo del centro vasco de investigación posibilitará determinar para qué tipo de pacientes resultarán más eficaces las distintas moléculas que se ensayan en estos momentos contra la dolencia y a quienes no tendrá sentido someterles a una terapia que puede resultarles inútil.
El rendimiento calórico del hígado es, según detalla el investigador, de ocho kilocalorías por gramo, «el mismo que el gasoil». «La evolución de la especie humana ha seleccionado la grasa como fuente de energía porque realmente es una sustancia muy energética». El hígado –detalla Mato de manera gráfica– la recibe del tejido adiposo, la procesa debidamente y luego nutre con ella de combustible al resto del organismo. Con un 5% de materia grasa, un hígado funciona como un reloj suizo, va como la seda. ¿Cuál es el problema? Que el sedentarismo y la mala alimentación hace que muchas personas –en Occidente– tengan hígados con un «10%, un 20% y hasta un 40% de grasa y más».
La grasa, en definitiva, es necesaria para la vida. «Las aves la acumulan en el hígado antes de comenzar las grandes migraciones». Pero el exceso de 'aceite' que le estamos suministrando los humanos lo va deteriorando paulatinamente. Poco a poco y, lo que es peor, en silencio, sin dar síntomas de nada. Lo normal es que cuando el afectado es consciente de que tiene un problema es porque lo tiene de verdad.
La acumulación excesiva de grasa provoca, en primer lugar, lo que los expertos llaman esteatosis hepática. Son pequeños acúmulos de 'sebo' que pueden no dar ningún problema, pero también pueden provocar la inflamación del tejido, que eso sí ya comienza a ser un problema. La inflamación favorece la aparición de fibrosis (es decir de cicatrices, de tejido que va perdiendo funcionalidad) y puede ser, además, el paso previo a una cirrosis o a un tumor hepático.
Lo esperable es que no ocurra algo tan dramático. «El hígado graso no alcohólico es un hallazgo muy frecuente, cada vez lo es más, pero solo da problemas en casos excepcionales», tranquiliza la especialista Delia D'Avola, de la Unidad de Hepatología de la Clínica Universidad de Navarra. El problema, según confirma a renglón seguido, es que la excepcionalidad resulta cada vez más común. En los países desarrollados afecta al 20% o 30% de la población, y es incluso superior al 70% entre las personas con obesidad o diabetes tipo 2. En la actualidad es la enfermedad hepática más frecuente, por encima de la producida por el consumo de alcohol y de las hepatitis crónicas.
Los pacientes con más riesgo de padecerlo son, de hecho los que tienen obesidad, que aglutinan el 90% de los casos, según un reciente informe de la Sociedad Catalana de Digestología. La diabetes está presente en el 75% de los afectados y el exceso de colesterol y triglicéridos, que es el tipo de grasa más común en el cuerpo humano, en el 30%. «Nuestro organismo tiene más de 200 tipos de grasas diferentes», detalla José María Mato. «El desafío que tenemos por delante es que no hay pacientes puros no alcohólicos o son muy pocos. Todo el mundo, a partir de cierta edad, consume algo de alcohol, aunque sea solo en las comidas y durante el fin de semana».
La mayor parte de los pacientes no mueren, sin embargo, de fallos hepáticos, sino de infartos, ictus y trombosis. La alteración de las grasas que provoca esta condición favorece la formación de trombos que acaban desencadenando complicaciones vasculares. Por eso, el hígado graso no alcohólico se ha convertido en los últimos años en el principal tema de los congresos sobre patología hepática. «Un auténtico desafío», resume Delia D'Avola.
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