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A la farmacéutica Natalia Muñoz le resulta «muy llamativo» que la mayoría de los pacientes que acuden a la farmacia para comprar un probiótico «siempre lleguen con la recomendación de un mismo producto, teniendo en cuenta la grandísima variedad de cepas que existen, algunas de ... ellas más específicas para determinadas patologías: desde una amigdalitis a la mayoría de las infecciones urinarias», argumenta la experta, también conocida como 'Autoinmunenpositivo' en las redes sociales.
Los probióticos son suplementos alimenticios formados por organismos vivos, generalmente bacterias, que se suelen tomar para prevenir la diarrea asociada a los tratamientos con antibióticos. «Su función es colonizar nuestra microbiota y equilibrarla. Es decir, que siempre tengamos un balance positivo entre bacterias 'buenas' y 'malas' en el intestino», añade Natalia Muñoz. Lo que pasa es que cuando tomamos un medicamento de la familia de los antibióticos nuestra flora intestinal queda 'arrasada' y en esos casos es «muy importante ir repoblando la microbiota poco a poco para evitar problemas gastrointestinales».
–Entonces, ¿cuál es el mejor probiótico?
–La realidad es que no existe uno perfecto y adecuado para todos los casos. Cada patología requiere de uno más o menos específico y es imprescindible que se tomen bajo la supervisión de un especialista. Por ejemplo, para complementar un tratamiento antibiótico que produce diarrea con cierta frecuencia, se debe elegir un probiótico que contenga las cepas Sacharomyces boulardii y Lactobacillus rhamnosus, mientras que si se trata de un medicamento para tratar una infección bucal o un postoperatorio de las muelas del juicio los más efectivo son el Lactobacillus salivaris, rhamnosus y acidophillus. En estos casos, es imprescindible tomar el antibiótico y el probiótico con al menos dos horas de diferencia «para evitar que el medicamento destruya las bacterias que aporta el suplemento».
Más ejemplos. En las infecciones urinarias (vaginosis, cistitis...) es recomendable buscar «una combinación de probióticos (bifidobacterium lingum, lactis, Lactobacillus rhamnosus y crispatus) más proantocianidas (extracto seco de fruto rojo de arándano y semilla de uva) por su efecto antioxidante. En los casos de infecciones recurrentes, resulta imprescindible que la microbiota de la mucosa vaginal esté equilibrada: es lo que técnicamente se conoce como estado de eubiosis», precisa la experta.
También se propone el uso de probióticos «como alternativa al tratamiento de la intolerancia a la lactosa cuando se utilizan cepas con actividad de lactasa como, por ejemplo, el thermophilus y delbrueckii subespecie bulgaricus, presentes en el yogur», añade la doctora Silvia Gómez Senent, autora del libro 'Universo microbiota' (Ed. Plataforma actual).
Aunque pueda resultar un tanto extraño para los profanos en la materia, existen numerosos estudios científicos que también avalan el uso de probióticos en los casos de rinitis alérgica, especialmente de la estacional. «Mejora los síntomas y la calidad de vida de los pacientes, pero siempre como complemento al tratamiento farmacológico. La especie que mejor se comportó en todos los estudios fue el Lactobacillus paracasei. En concreto la cepa LP-33», desvela la doctora Gómez, especialista en Aparato Digestivo en el hospital de La Paz (Madrid).
Ambas expertas aconsejan no tomar probióticos sin consultar antes con un especialista, sobre todo si el paciente sufre una patología autoinmune. «Una mala elección de la cepa podría causar un sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado y empeorar todavía más la enfermedad que se quiere tratar. Si lo que se busca es complementar un tratamiento antibiótico, el probiótico elegido debe ser el adecuado para cada caso porque, de lo contrario, lo único que conseguiremos es perder dinero», insiste Natalia Muñoz.
Al margen de los productos específicos, los probióticos se encuentran sobre todo en los alimentos fermentados y se pueden incluir en nuestra dieta diaria de una manera muy sencilla. Estos son algunos ejemplos de productos que contienen algunas de estas cepas de microorganismos: kombucha (bebida fermentada muy de moda en los últimos meses), kéfir (producto lácteo similar al yogur líquido), choucroute (col fermentada), kimchi (variante coreana del choucroute), miso (condimento en forma de pasta típico de la gastronomía japonesa) y yogur.
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