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Pacientes con obesidad grave: «No somos unos tragones»

Pacientes con obesidad grave: «No somos unos tragones»

Defienden su condición de enfermos y exigen una mejor atención sanitaria

Viernes, 25 de marzo 2022, 18:57

Estar gordo no es gracioso. No lo es que se te rompa la silla al sentarte, que todo el mundo en la cafetería estalle en una carcajada o que tengas que quedarte sin salir de casa porque no te cabe el culo en los asientos del autobús. Eso es humillante. Tampoco es como para troncharse eso de que te mires en el espejo después de una cirugía bariátrica y no reconozcas tu propio cuerpo. Ocontemplar ilusionado una fotografía con amigos de toda la vida y ser incapaz de identificarte en la imagen porque tu aspecto no es que no sea el de siempre, sino radicalmente distinto. Es muy doloroso...

¿Qué tiene de divertido afrontar un cáncer, sufrir un infarto o vivir dependiente de la insulina que controla tu diabetes? Nada. Lo mismo que la obesidad grave, que es la que siempre se llamó mórbida o enfermiza, porque o se opera o pone en jaque la vida del afectado. Los pacientes están hartos. No les hace ninguna gracia que se banalice con su salud. Saben mejor que nadie que el peso desbordante es una patología tan compleja y peligrosa que con ella se juegan la vida.

«No somos unos tragones», proclaman. La ciencia está con ellos. Hoy se sabe que nadie tiene un peso descomunal porque quiere, como se ha maldicho siempre, sino porque su cuerpo es incapaz de metabolizar los alimentos ingeridos de manera correcta. Es una cuestión genética. Factores orgánicos, pero también sociales, psicológicos, hormonales, incluso de contaminación ambiental, contribuyen de manera decisiva, según explica el endocrinólogo Javier Salvador, a generar un aumento de peso descontrolado en personas predispuestas. «Como se ve, no es una cuestión de voluntad», recalca.

Ana Gorrin, Federico Luis Moya y Victoria Buiza pertenecen a la recién fundada Asociación Bariátrica Híspalis Nacional, la única en España que reúne a pacientes con obesidad grave, nacida al calor de una agrupación originalmente de Sevilla. Coaligada a la Asociación Europea para el Estudio de la Obesidad (EASO), la organización se ha propuesto lograr un mayor reconocimiento social e institucional de la complejidad que entraña esta enfermedad, principal causante de otros problemas de salud que, esos sí, están mucho mejor cuidados por las sanidades públicas de España. Diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares... Esta es la historia de tres personas que creyeron que la cirugía bariátrica resolvería todos sus problemas y descubrieron las razones por las que, en nuestro medio, la mayor de las obesidades es también la mayor de las enfermedades olvidadas.

Ana Gorrin

«Nadie te cuenta lo queviene después de la cirugía»

A Ana Gorrin, una venezolana afincada en el sur de Tenerife, la obesidad nunca le generó ningún problema. Vivía feliz con sus 140 kilos hasta que con 40 años su endocrino le advirtió de que o hacía algo con su obesidad o su obesidad lo haría con ella.El exceso de peso ya le había encendido algunas alertas. Un fallo cardiaco, ovario poliquístico, quistes en el pecho. Acudió a su centro de salud y se lo planteó a su médico.

«El proceso es desmotivador, porque te ponen un régimen y luego te tiran de las orejas por no cumplirlo. ¿Cómo lo vas a conseguir si el endocrinólogo te recibe una vez cada seis meses y el psicólogo una al año para tirarte de las orejas por no hacer el régimen? Es muy desmotivador». Después de tres años sin fecha para ser intervenida, decidió aprovechar una visita a la familia en Venezuela para someterse a cirugía.

Era febrero de 2012. Siete meses después, en septiembre, ya había bajado a 57 kilos. Lo había logrado. No sabía que aún le quedaba quizás lo peor del proceso. «Perdí el peso muy rápido;pero es curioso, cuando te operas nadie te cuenta lo que viene después de la cirugía», lamenta.

Las pieles que cubrían su cuerpo original eran ya demasiado grandes para su nueva figura Es algo que ocurre con mucha frecuencia a los pacientes sometidos a cirugía de la obesidad, que luego tienen que volver al quirófano para eliminar todos esos faldones que caen de las piernas, los brazos y la barriga y que los especialistas denominan colgajos. Ana precisó dos intervenciones. «Eres tan feliz, como yo lo era, con mi cuerpo gordo y, de repente, ni siquiera te identificas con tu delgadez, y menos con todo ese cuero que te cuelga».

Una de las técnicas quirúrgicas que se practican consiste en provocar una mala absorción de los nutrientes, que ayuda a perder peso. Como consecuencia, Ana comenzó a perder el pelo, que luego, con el tratamiento adecuado –inyección de vitaminas–, recuperó. «Tuve que raparme la cabeza, se me caía mucho cabello».

Desde el punto de vista psicológico, el impacto también es brutal. Después de la cirugía, el cuerpo cambia tanto y a tal velocidad que Ana no se reconocía en las fotos de cuadrilla. «Ya no soy obesa de cuerpo, pero sí de cerebro. La gordita de siempre sigue ahí, en tu cabeza, porque te operan el estómago, pero no la mente». explica. Tanto es así que, según cuenta, pesaba ya menos de 60 kilos y seguía yendo a comprar ropa a las tiendas de tallas XXXL.

Las dependientas le atendían sorprendidas. «Si nadie te ayuda psicológicamente, la cirugía está condenada al fracaso», defiende. El sistema, se queja, no funciona. Sanidad sigue sin llamarla para ser intervenida. No cree que ocurra. Han pasado 12 años desde que entró en lista de espera.

Federico Luis Moya

«Me engañaba con la idea de que era un gordo feliz»

«Mi 'chip' cambió la mañana en que, por segundo día, tuve que despertar a mi padre para que me atara los zapatos. 'Esto no puede seguir así', me dije». Federico Luis Moya, cántabro de Santander, tenía 31 años. Cuenta que hasta entonces se «había engañado» a sí mismo con la idea de que era «un obeso feliz», pero pronto supo que no era así.

Nunca tuvo diabetes, ni hipertensión, pero la obesidad sí que le provocaba apnea del sueño (interrupciones nocturnas de la respiración que favorecen la aparición de infartos) y le llevaba a darse grandes atracones de comida. «He llegado a meterme hasta 18 donuts y dos litros de Coca-cola después de haber cenado dos veces». El 90% de los pacientes presenta trastornos alimentarios, fundamentalmente de atracones, que no se tratan.

Llegó a pesar 183 kilos, pero la cirugía le libró de un centenar de ellos y de la máquina que le ayudaba a respirar de noche (cpap). Ya puede atarse los zapatos y las playeras le duran más que un mes... Pero, como Ana Gorrin, pide dos tallas más de camisa cuando va a comprar ropa. Cuando tiene que pasar entre dos coches, aunque quepa perfectamente, sigue dando la vuelta completa a los vehículos como cuando vivía con obesidad. Por eso decidió sumarse a la asociación Híspalis. «Sales del hospital con una mano delante y otra detrás. Te dicen 'quince días a líquidos, otros quince a purés y quince de dieta blanda'. No hay ningún tipo de apoyo psicológico ni nadie te advierte de lo que te espera. Nada».

Victoria Buiza

«Somos una pandemia, pero desatendida»

Victoria Buiza conoce bien el sentido de la palabra discriminación. «Llegas a una discoteca con un grupo de gente y el de la puerta te dice que tú no puedes entrar porque no das el perfil. ¿Qué haces en ese momento? Lo mismo que cuando te sientas en la silla de un bar y se rompe. Lo sé porque también me ha pasado», afirma y habla de supervivencia. «Sueltas una gracia y vuelves a ser la típica gorda, feliz y graciosa del grupo. Luego te vas a casa y te ves, como siempre, culpabilizándote de todo: 'Esto me pasa porque soy una gorda asquerosa y estoy así porque quiero'».

Victoria es la heroína sevillana. El día en que su sobrina Marta de 3 años le pidió que la cogiera en brazos y no pudo hacerlo decidió romper con la tradición que la genética había impuesto en su familia. Aquel gesto cambió su vida. Decidió operarse y entre la cirugía y su tesón bajó de 174 a 90 kilos. «Estaba tan ilusionada que una noche de feria de abril, a las tres de la madrugada, levantó de la cama a todos sus sobrinos para llevárselos a celebrarlo. «¡Arriba chicos, que nos vamos todos a tirarnos por el tobogán!».

Ocurrió hace 12 años. Fue entonces cuando hablando con uno y otro afectado como ella impulsó la sociedad de pacientes Hispalis, que ahora se ha lanzado a nivel nacional. «También nosotros somos una pandemia, pero sin atender», proclama. «La obesidad debe reconocerse como una enfermedad crónica, hay que facilitar el acceso a los tratamientos y aligerar las listas de espera». El regreso, como en la canción de John Lennon, significa de nuevo volver a empezar.

«Hablamos de razones que escapan a la voluntad del paciente»

La obesidad crece en España a un ritmo acelerado. Hasta un 60% de la población nada menos presenta exceso de peso en distinto grado. La forma más grave, la que expone al paciente a enfermedades potencialmente mortales, creció en torno al 50% entre los años 2006 y 2016, que es el último periodo de tiempo analizado en nuestro país. Desde entonces, la situación se sospecha que está yendo a peor. ¿Qué está ocurriendo?

«Hablamos de razones que escapan claramente a la voluntad del individuo», argumenta el endocrinólogo Javier Salvador, profesor emérito de la Universidad de Navarra y asesor científico de la asociación Híspalis. El proceso natural ya se conoce.Primero, según cuenta, fallan las hormonas gastrointestinales que regulan las sensaciones de apetito y saciedad. El problema se agrava cuando se inflaman las áreas del cerebro que controlan ambas funciones. La suma de estos dos fenómenos, cada vez mejor conocidos, genera al afectado complicaciones que dificultan enormemente la práctica de ejercicio físico, como problemas de movilidad, de tipo respiratorio, cansancio permanente...

A todo ello se añade el rechazo social. El deterioro físico favorece el deterioro de la estabilidad emocional, lo que contribuye, a su vez, a la aparición de más ansiedad, más depresión, más apetito desaforado. «El organismo, además, es muy listo; y en cuanto ve que pierde grasa o peso pone en marcha mecanismos de recuperación ponderal», explica el experto. Los pacientes, según dice, son «víctimas de su propia genética» que necesitan una mejor asistencia sanitaria. «Cuidándolos, el sistema se ahorraría mucho dinero», asegura.

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