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La línea que delimita el dolor físico del emocional no es tan delgada como tiende a creerse. Simplemente no existe. «Somos personas con un único cuerpo, que responde ante estímulos físicos y emocionales. Un día te levantas y sientes un dolor brutal, que te paraliza. ... Te dices 'bueno, ya pasará', pero no remite. Los analgésicos no te dan la calma que necesitas y tampoco sabes por qué pasa. No sabes nada. Otro día descubres que un sentimiento, sea de pena o alegría, provoca en ti la misma reacción, el mismo sufrimiento. El dolor maneja tu vida y te sientes como un monigote».
Lo cuenta Maite Padilla, 50 años, una bilbaína afincada en Alicante que vive desde hace 20 con fibromialgia. Ha aceptado la invitación de ELCORREOpara explicar junto a un experto en farmacología y una psicóloga los mecanismos del dolor, la forma en que el cuerpo alerta de un fallo en su compleja maquinaria. El modo en que el cerebro registra un daño físico y, al revés, la manera en que transforma una pena profunda en un dolor de igual o mayor calado.
Maite Padilla
Carlos Goicoechea
Elisa Gallach
El escritor y divulgador científico Eduard Punset decía que «probablemente un 99% de las cuerdas cerebrales están ocupadas por las emociones y el 1% por la razón». La pregunta es cómo se gestionan unas y otras en los circuitos del cerebro, de qué manera el motor del sistema nervioso central gestiona las sensaciones relacionadas con el dolor. La ciencia no ha logrado aún todas las respuestas, pero sí se conocen algunas, según explica el catedrático en Farmacología Carlos Goicoechea, de la Universidad Rey Juan Carlos.
El engranaje que se despliega ante una agresión física se conoce mejor, según explica Goicoechea, que ha participado en el reciente congreso nacional del dolor celebrado en Bilbao. Una quemadura, un pinchazo o un golpe activan una serie de nervios del llamado sistema nervioso periférico, que llevan la información, millones de mensajes, hasta la médula espinal y de ahí al cerebro. Ahí entran en juego las emociones, la ira, la angustia, el miedo. Todos esos datos llegan a continuación a la corteza prefrontal, un área de gran tamaño «donde pesan no solo la genética, sino también la cultura y las experiencias previas del individuo» y que es la que explica la conducta, la personalidad e incluso las capacidades cognitivas.
Eso explica el dolor agudo y por qué dos personas, ante un mismo estímulo, sienten sensaciones distintas, una de mayor grado y la otra menor. En el crónico, que es el que preocupa a los servicios de salud, la situación cambia. «El dolor es necesario para la supervivencia de las personas, pero el cerebro no distingue entre el provocado por una quemadura o el de la artrosis». Cuando se trata de un padecimiento continuado, el circuito se satura. Las señales percibidas en la periferia y la médula espinal entran en bucle formando una serie de «círculos viciosos», que hacen que la información llegue al cerebro con más intensidad.
Maite trabajaba en una panadería de su propiedad cuando los dolores de la fibromialgia comenzaron a incapacitarla. «Entonces era todo muy físico. Comenzaron por dolerme los brazos y me veía muy mal para mover las bandejas» El dolor se extendió luego por la espalda y la incapacitó de tal forma que se vio forzada a reducir su jornada laboral a tres horas. No podía más. «Son ya 19 años con dolor crónico, que se dice pronto. Y es cada día, cada segundo, cada movimiento».
Al tratarse de un síntoma invisible, imperceptible no solo para el ojo humano, sino también para la tecnología actual, la incomprensión acaba convirtiéndose en una carga añadida para los pacientes. «Te dicen 'eso es que te observas mucho, estás obsesionada, te pasas todo el día pensando en el dolor, tienes que hacer ejercicio'. No ayudan nada, pero es que no entienden que el dolor se prolonga en el tiempo». A partir de ahí, el proceso se da la vuelta. La tristeza profunda y mantenida y la ansiedad se manifiestan con dolores en el pecho, migrañas, otras enfermedades...
«¡Claro que las emociones se transforman en dolor! Hace poco pasamos un fin de semana en Madrid para llevar a mi hija, que comienza en la Universidad. La tensión de su marcha me dejó agotada, con el agobio de las compras, 'me falta esto, aquello'... Estuve dos semanas que me dolía el roce del cinturón, ponerme unas zapatillas, me dolía hasta respirar». La ciencia tiene aún menos explicaciones para el dolor físico desencadenado a partir de los sentimientos.
La psicóloga clínica Elisa Gallach explica que el dolor físico provocado por emociones suele estar más ligado a dolores agudos, puntuales, y crece con el nivel de estrés. El caso más conocido quizás sea el de la crisis de ansiedad que acaba convertida en un infarto, pero no es el único. Los episodios de fallecidos durante el duelo de una pareja o un hijo también resultan comunes. «Aunque no se conozca muy bien sus entresijos, el dolor emocional merece el mismo respeto que el físico», defiende la experta.
A Maite Padilla, que relata su experiencia en el libro 'Fibromialgia, mi compañera', la enfermedad le costó muchas lágrimas y muchas pérdidas, entre ellas su matrimonio. «Éramos jóvenes y no supimos gestionarlo», explica. Está tranquila. El dolor vive con ella y hay momentos en que le resulta «inhumano», pero hace años que dejó de dominarla. «La fibromialgia es una putada muy grande, pero he aprendido a aceptarla. Estoy viva y tengo muchas cosas que me hacen sonreír y ser feliz». Duele, pero menos. «'Siempre adelante', esa es mi bandera».
La ansiedad está tan íntimamente ligada al infarto que lo primero que hacen en las unidades de urgencias ante un cuadro de la primera es descartar el segundo. Aprender a manejar el estrés contribuye a la prevención. La psicóloga Elisa Gallach sostiene que todo lo que enriquece como persona ayuda a mitigar el dolor, especialmente el emocional, pero no solo. Es importante mantener los lazos con los amigos, formar parte de grupos de montaña, coros, instituciones benéficas... «y sobre todo hacer ejercicio». A cualquier edad.
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