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Lo de la mano (el codo) en la boca a la hora de toser no va a ser ya jamás un gesto que nos pase desapercibido. La crisis del coronavirus ha evidenciado la importancia que un hábito tan simple tiene en la prevención de estas y otras enfermedades. Pero con codo e incluso con mascarilla, toser hoy hace que demos un respingo. Que miremos de reojo al que lo hace. Basta un carraspeo para que nos pongamos en guardia. Así que, ¿cómo se tienen que sentir los afectados? «Hay tanta presión mediática que esto parece la peste y a las personas enfermas se las está estigmatizando», da la voz de alerta el psicólogo Juan Castilla, que advierte del efecto que esta «reacción surgida del miedo» tiene: «El enfermo puede sentir tristeza y soledad. Como si dijera: 'Ante mi peor momento, la sociedad me da la espalda».
Pero el miedo es «libre» y campa a sus anchas por estas calles vacías a la fuerza o, más aún, en esos vagones de metro en los que uno no sabe dónde ponerse para estar lejos de todos. «Estamos viviendo una situación de shock y ese temor nos lleva a buscar culpables. Cargamos contra las víctimas porque no tenemos explicaciones para lo que ocurre», explica Guillermo Fouce, presidente de Psicología sin Fronteras.
Coincide su colega de profesión Castilla: «Rechazas al enfermo por supervivencia». «Hay un lógico miedo a contagiarse –prosigue Fouce-. Es algo que no podemos evitar porque la mente es libre» y el riesgo real.
De ahí la insistencia en la prevención, aunque eso obligue, que lo obliga, a un aislamiento total. Lleva así dos días Carlos Camacho, madrileño de 30 años, que pasa la cuarentena de su positivo en la casa de su madres porque en la que comparte con su niovia desde hace dos años y medio no tiene una habitación 'hermética'. «Solo salgo para ir al cuarto de baño. Y siempre con guantes y mascarilla. Si mi madre me ve fuera de la habitación en otro momento me echa la bronca».
Carlos tiene una amplia red social que le mantiene «en permanente contacto», pero entiende «que haya gente que se pueda sentir una apestada». Lo lamenta pero comprende también el miedo general de la gente: «Y eso que no han visto lo que he visto yo en el hospital, gente con 39 y 40 de fiebre, realmenta malita».
Cuenta todo esto Carlos por teléfono desde su encierro de los siete u ocho metros que tendrá su habitación del piso de Carabanchel. Le sirve de desahogo. Lo están haciendo muchos enfermos, relatar a través de las redes sociales su vivencia. «Es una magnífica herramienta», no duda Guillermo Fouce. Por varias razones. La primera, «porque la persona se siente así, acompañada por las reacciones que el vídeo genera». Y, en segundo lugar, porque contarlo sirve para «desestigmatizar la enfermedad». Ojo que desestigmatizar no quiere decir infravalorar. «El coronavirus está llenando los hospitales y hay gente que muere por esta causa, así que no se puede transmitir el mensaje de que no pasa nada por enfermar», hace hincapié Guillermo Fouce.
Porque pasa. Otra cosa, interviene Castilla, es la dimensión de la alarma que se ha creado. «Con este virus la emoción que nos acompaña es el miedo porque el mundo solo gira en torno a esto y las medidas excepcionales que se han tomado la mayoría de nosotros no las habíamos experimentado nunca».
Tampoco las reacciones ante un extremo así. Se pregunta Castilla: «¿Qué hacemos en situaciones normales cuando una persona tiene gripe? Pues así tendríamos que reaccionar todos ahora. A nadie nos gusta enfermar y cuando hay gente que estornuda tratamos de evitar que se acerque mucho. Ese debería ser nuestro comportamiento, además de seguir las recomendaciones de medidas preventivas».
El 'positivo' en cuarentena: «Tiene síntomas pero está en casa: nerviosismos e incertidumbre de si puede ir a peor, de sí voy a contagiar a los míos. Está siempre a la búsqueda de información, modifica hábitos de vida y está en alerta ante cualquier síntoma del cuerpo. Sufre un aislamiento de seres queridos aunque les tenga al lado», explica el psicólogo Juan Castilla.
El que está ingresado: «Es consciente de que sus síntomas son peligrosos y hay que descartar complicaciones. Ve alrededor situaciones no vividas, gente muy 'malita' y experimenta ese miedo a que lo suyo vaya a peor y 'no salga de esta'».
En circunstancias normales Carlos no le habría dado importancia a ese 'mal cuerpo', pero en estas... «El sábado me desperté cansado, con dolor muscular. Me puse el termómetro y tenía 37'6. Sé que hay que llamar por teléfono pero tengo una patología de corazón y me dio miedo esperar, así que me fui al hospital. En cuanto vieron su historial –transposición de grandes vasos, un defecto cardiaco que ocurre desde el nacimiento– y comprobaron que en un rato la fiebre había subido un par de décimas le hicieron la prueba del coronavirus, cuenta Carlos Camacho Bueno, teleoperador madrileño en la treintena: «Me metieron dos palitos finos, uno por la nariz y otro por la boca. Ocho horas después me confirmaron el positivo». Y el ingreso en el Hospital de La Paz.
«No me asusté mucho porque respiraba bien y veía en qué circunstancias llegaba otra gente...». A pasar la noche en el hospital, «en un sillón porque no había camas suficientes y, lógicamente yo tengo 30 años y no me encontraba tan mal como otras personas que sí durmieron en cama». El único tratamiento que le pusieron, paracetamol para tratar la fiebre. Y a dormir... o a darle vueltas al coco.
«Cuando veía las noticias por la tele me parecían exageradas pero estar en esa sala con gente contagiada, algunos mayores, con mucha fiebre...». Al día siguiente la fiebre ya estaba controlada y el lunes le dieron el alta. La consigna, encerrarse en casa. Literalmente. «Me he tenido que venir a casa de mi madre, a Carabanchel. Ahora 'vivo' en la habitación que tenía de niño porque en el piso de Leganés que comparto con mi pareja no tengo un hueco solo para mí». La orden médica es no salir de la habitación más que al baño. «Lo desinfecto antes y después y por el pasillo salgo con mascarilla y guantes». En los días que lleva en casa confinado ha visto a su madre «un par de veces». «Yo le toco con los nudillos en la pared y me trae la comida a la puerta de la habitación. Como y dejo la bandeja fuera».
Su cuarentena transcurre en una habitación «de un piso pequeño» sin más contacto que el móvil y el ordenador. «Es doloroso verte así, una putada hablando mal». Y eso que él se siente «afortunado» porque no le falta compañía 'online': «En cuanto se enteraron de que tenía coronavirus me llamó todo el equipo de fútbol. También veo series. Pero el tiempo pasa tan lento...». Y sin una fecha muy clara en el horizonte, que es lo peor. «Dentro de quince días llamaré a mi cardiólogo para que me diga qué tengo que hacer. Yo me encuentro bien, me tomo la temperatura tres veces al día o más». Lo acababa de hacer ahora mismo: 36,4. «Tengo paracetamol y nolotil para alternar y frenar el malestar pero si en algún momento me sube la fiebre tengo que volver al hospital».
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