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¿Cuántas veces le ha oído decir a su abuela que va a llover porque le duele la rodilla? ¿O escuchar a un compañero de trabajo quejarse de dolor de cabeza cada vez que sopla viento sur? Seguro que muchas. Pues debe saber que no ... es una forma de hablar ni una cosa de 'gente de pueblo'. Lo que les ocurre es que su organismo es más sensible que el del resto de personas a los cambios de tiempo (variaciones de temperatura, presión atmosférica, humedad...) y su cabeza, sus huesos o sus pulmones responden de diferente forma cuando entra un anticiclón o sube el nivel de oxígeno, por ejemplo. Es lo que técnicamente se conoce como personas con meteorosensibilidad o meteorosensibles. Y no son pocas. Se calcula que al menos uno de cada tres humanos son capaces de anticipar con precisión casi científica la llegada de un frente frío o una ola de calor antes incluso que el 'hombre del tiempo' solo porque les duele una antigua fractura o tienen molestias articulares o musculares.
Uno de los primeros especialistas españoles que se tomaron en serio el estudio de la relación entre los cambios meteorológicos y la salud (biometeorología médica) fue el neurólogo Javier López del Val, actual presidente del Comité de Mediación y Arbitraje de la Sociedad Española de Neurología (SEN). Fue durante su primer año de residencia en el Hospital Clínico de Zaragoza (1982) cuando empezó a interesarse por este fenómeno, con el que tuvo su primera toma de contacto gracias a su abuela Bárbara, capaz de predecir un cambio de tiempo cada vez que le dolía el codo. «Acertaba siempre», recuerda.
Ya en el hospital, le llamó la atención que había días en los que ingresaban diez o doce pacientes con ictus «sin ninguna razón aparente» y otras guardias en las que no entraba ninguno. «Entonces decidimos apuntar durante un año entero todos los datos relativos a la jornada en la que se producían más accidentes cerebrovasculares y también de la anterior, y los cruzamos con los de la máxima y la mínima presión atmosférica, temperatura y humedad, que nos proporcionaba el Servicio Meteorológico Provincial de Zaragoza. Enseguida encontramos una correlación entre cambios atmosféricos y una mayor incidencia de los ictus en el servicio de Urgencias», recuerda el neurólogo maño, que hizo su tesis doctoral sobre este tema.
El doctor López del Val insiste en que la relación entre los cambios meteorológicos y la salud de las personas meteorosensibles «no es una creencia de nuestros abuelos» sino que tiene una explicación científica. «Se sabe desde hace mucho tiempo que en la atmósfera existen una serie de iones positivos (los malos) y negativos (los buenos) que se desplazan con los vientos incluso más rápido que la velocidad de la luz. Pues bien, estas partículas que preceden la entrada de un nuevo frente penetran en todas partes, incluido nuestro organismo. Lo que ocurre es que hay personas más sensibles que otras a esos iones positivos (sferics), cuya presencia en su cuerpo se traduce en una serie de síntomas (dolor de cabeza, en las articulaciones...) que pasan absolutamente desapercibidos para la mayoría de la gente», precisa el neurólogo.
«El ejemplo más habitual es el de las olas de calor. Las personas especialmente vulnerables a los cambios meteorológicos y con patologías previas pueden experimentar un empeoramiento de su estado de salud. Es evidente que una subida brusca de las temperaturas prolongada en el tiempo nos afecta a todos, pero no lo hace a todos por igual. A unas determinadas personas las puede llevar al hospital», añade Pablo Fernández de Arróyabe, profesor de la Universidad de Cantabria, responsable del Geobiomet (Grupo de Biometeorología) y, entre otras muchas cosas, presidente electo de la Sociedad Internacional de Biometeorología.
En cualquier caso, el experto insiste en que no siempre se trata de una relación directa de causa (suben las temperaturas) efecto (empeoramiento de la salud), sino que influyen muchas variables. «Si los termómetros se ponen a bajo cero es probable que esos días aumenten los ingresos hospitalarios por fracturas. Lo que no quiere decir que la bajada de temperaturas cause traumatismos sino que al estar las calles heladas hay más riesgo de resbalarse y caerse. Lo que sí parece claro es que se dan ciertas situaciones atmosféricas que son más opresivas y que tienen un mayor impacto en la población en general y en las personas meteorosensibles en particular. De manera que cuando alguien dice que va a llover porque le duelen los huesos es así», precisa el experto.
Los estudiosos de la relación entre la meteorología y la salud apuntan al viento como uno de los fenómenos que más afectan a nuestra salud, sobre todo a las personalidades depresivas. Uno de los más activos en este sentido es el 'viento Foehn', una masa de aire cálido y seco conocido también como el viento de las brujas o de la locura. «Cuando este fenómeno se prolonga durante muchas horas, puede producir efectos nocivos en las personas meteorosensibles como insomnio o dolores de cabeza».
Los cambios espaciales también afectan a nuestra salud, según explica el profesor Pablo Fernández de Arróyabe. «Cuando una persona nace en una zona tropical y se va a vivir a una latitud templada, como la nuestra, su cuerpo se resiente. Pensemos, por ejemplo, en un niño que ha nacido en un país del África Central, donde tanto él como sus padres han recibido muchas horas de radiación solar, y se va a vivir a Londres con su familia, una ciudad en la que el número de horas de luz es mucho menor. ¿Qué ocurre? Pues que todos estos cambios desencadenan una serie de problemas en su desarrollo. De hecho, hay niños que tiene que ser medicados simplemente por cambiar de latitud. Un exceso de radiación solar puede ser malo (cáncer de piel), pero lo contrario puede causar raquitismo».
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