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La diferencia entre la esperanza de vida de los perros y la esperanza de vida humana suele implicar un drama emocional: sabemos que nuestros compañeros están llamados a morir mucho antes que nosotros, que algún día tendremos que despedirnos de ellos y que, en esa cadena de perros que viene a ser la biografía de tantas personas, solo uno de esos animales, el último, nos sobrevivirá. El estrecho vínculo que nos lleva a compartir nuestras vidas no puede evitar que, en cada especie, la biología avance a un ritmo muy diferente. Los científicos han encontrado en ese desfase un apasionante objeto de estudio, ya que el envejecimiento de los perros viene a ser una versión acelerada del nuestro: investigándolo, no solo podremos alargar la existencia de nuestros compañeros peludos (y, con ello, atrasar ese duro momento del adiós), sino quizá también llegar a conclusiones válidas para ralentizar nuestro propio deterioro.
Curiosamente, en este asunto de las edades del perro, nos regimos muchas veces por los tópicos, y el mayor de todos es el que equipara un año canino con siete años humanos. Esa herramienta aritmética tan socorrida y con tanta tradición (se menciona ya en escritos del siglo XIII) es, claro, el resultado de comparar lo que suele durar un perro con lo que suele durar una persona, pero sus deficiencias saltan a la vista sin necesidad de darles muchas vueltas. La más obvia es que existen grandes diferencias entre la esperanza de vida de las distintas razas de perro: las más grandes viven, como media, menos de diez años, mientras que algunas de las más pequeñas pueden acercarse a los veinte. Otro desajuste evidente es que los cachorritos alcanzan la madurez sexual en su primer año, un rasgo totalmente ajeno al niño o niña de 7 que supuestamente se equipararía con ellos.
Un equipo de la Universidad de California ha examinado el ADN de un centenar de ejemplares de labrador retriever para afinar esa correspondencia. Fijándose en la metilación (una parte importante de la epigenética, es decir, los factores ambientales que influyen en la expresión de los genes), han establecido una gráfica más precisa de las edades del perro: así, el alegre perrito de 2 años equivaldría en realidad a una persona adulta de 42, pero a partir de ahí su envejecimiento se ralentiza progresivamente, de manera que los 5 años caninos se corresponderían con 56 humanos y los 10 vendrían a rondar los 68. La marcada curva inicial de los labradores sería una versión acentuada de las tablas que ya existían para los perros medianos, según las cuales el primer año del cachorro serían quince años humanos, el segundo añadiría nueve y, a partir de ahí, cada uno sumaría cinco más.
Esta investigación ha confirmado que ambas especies experimentan cambios moleculares parecidos en las distintas etapas de la vida. Respalda así los estudios que observan el envejecimiento canino como un modelo válido del nuestro, entre los que destaca el Dog Aging Project, una iniciativa estadounidense a gran escala con 80.000 perros inscritos. Los dueños de todos ellos han de cumplimentar estadísticas y aportar informes veterinarios, pero además se secuenciará el ADN de 10.000 de los ejemplares y se tomarán muestras biológicas de 1.500. «La mayoría de lo que sabemos sobre biología del envejecimiento viene de estudios realizados en levaduras, gusanos, moscas de la fruta y ratones de laboratorio. Las vidas de estos organismos se desarrollan en días, semanas o meses en el entorno cuidadosamente controlado de los laboratorios», explican los responsables. Frente a esas condiciones asépticas, tan alejadas de la 'vida real', los perros «comparten el entorno cotidiano de sus dueños, incluyendo las variaciones del clima, la exposición a toxinas y a enfermedades infecciosas, las horas de comida y el régimen de ejercicio», además de contar con «un sofisticado sistema sanitario» de consultas y clínicas veterinarias.
De hecho, uno de los estudios que fundamentan el Dog Aging Project mostró que perros y personas no solo compartimos las afecciones crónicas más comunes (artritis, obesidad, diabetes, hipotiroidismo...), sino que muchas de las principales causas de muerte tienen una incidencia similar en las diferentes etapas de nuestras vidas. La mayor discrepancia se da en los fallecimientos por enfermedades cardiovasculares, mucho más frecuentes en humanos, pero los otros siete motivos más frecuentes de muerte muestran una clara correlación por edades. La evolución de las defunciones por cáncer, por ejemplo, es casi idéntica, e incluso hay coincidencias como que las muertes por accidente sean más comunes entre los adultos jóvenes. Los científicos confían en que su primer objetivo, alargar la existencia de los perros, sea después trasladable a los humanos, pero saben que, en realidad, con esa primera meta ya habrían conseguido mejorar la calidad de nuestra vida: «Daríamos a las personas más años con cada perro».
Existe otro paralelismo significativo entre el envejecimiento humano y el de los perros: en ambas especies se está alargando la esperanza media de vida. El caso canino se puede constatar gracias a los registros veterinarios. El Banfield Pet Hospital, una red estadounidense de clínicas para mascotas, documenta en informes periódicos la edad media a la que mueren sus pacientes: en 2016, fue de 11,8 años, frente a los 11 de tres años antes y los 10,5 que se registraron en 2002. Hay que tener en cuenta que estas cifras se ven afectadas por dos factores: los perros muertos en accidente (atropellados, por ejemplo) las rebajan, así como la costumbre de someter a la eutanasia a las mascotas en estado terminal. Según los autores de estos informes, la evolución al alza se debe a la mejor educación sobre salud canina, a la atención creciente a sus chequeos y su medicación y a las mejoras en la nutrición.
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