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Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la temperatura ambiental óptima para que el organismo funcione a pleno rendimiento oscila entre los 18 y los 24 grados. En este rango, el cuerpo puede mantener sin mayor esfuerzo los 36 o 37 grados. Los problemas comienzan cuando se superan los 35 grados ambientales y se le suma una humedad elevada, circunstancias estas habituales en las olas de calor veraniegas.
El organismo dispone de defensas para protegerse. El más conocido es el sudor. Cuando aumenta la temperatura de forma brusca, el hipotálamo ordena la producción de esta sustancia. Lo segregan las glándulas sudoríparas, situadas en las capas más profundas de la piel. Expulsado a través de los poros, se evapora sobre la piel y alivia así la canícula. Otras formas de refrescarse del organismo son aumentar el ritmo cardiaco y respiratorio, y redirigir el flujo de sangre hacia la superficie cutánea, donde se puede disipar el exceso de temperatura.
Con todo, puede que estos mecanismos no sean suficientes y la temperatura corporal suba. Según la doctora Natalia Vuelta, médica de Urgencias del Hospital Vithas de Vitoria, con 39 grados se siente un enorme cansancio porque el cerebro ordena a los músculos ahorrar energía. Con 40 grados se llega al llamado 'agotamiento de calor', que se manifiesta en forma de mareos y náuseas. Pueden darse incluso espasmos y agotamiento extremo, antesala del golpe de calor. Este llega con los 41 grados. En ese punto ni siquiera se suda ya que se interrumpe el flujo de sangre hacia la piel y se corre riesgo de muerte. ¿Cuál es el límite de calor que podemos soportar? Bien hidratados y con buen estado de salud, sobrevivimos en ambientes de 50 grados pero con diez más ya no podríamos vivir más allá de diez minutos.
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