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Cada noche soñamos durante unas dos horas, aunque por la mañana no recordemos nada. La actividad cerebral nocturna fascina y asusta casi en la misma proporción (era una pesadilla, sí, ¡pero era tan real!). Especialistas en sueño nos ayudan a interpretar esas escenas casi siempre inconexas, 'películas' sin pies ni cabeza que son a menudo los sueños. Que sepa que todo eso que sueña, de algún modo, lo tenía registrado en su cerebro. ¿Incluso si sueño que voy montada en un elefante rosa? Sí, incluso eso.
«La actividad onírica se produce en las fases de sueño profundo y la fase REM. En esta última solo se mueven los ojos –como si estuviésemos mirando– y el diafragma, mientras que el resto del cuerpo está paralizado, aunque puede haber pequeñas sacudidas en las puntas de los dedos de manos y pies. Es aquí donde se tienen los sueños más estructurados, las historias. En la fase de sueño profundo, los sueños no son tanto del tipo 'Iba por la calle y me encontré con Fulanito', sino que son más sensaciones: alguien me mira, hay bichos en la habitación...», explica Juan José Poza, miembro del comité científico de la Sociedad Española del Sueño. Apunta la neurocientífica y catedrática de Fisiología Raquel Marín que soñamos en esas fases en las que estamos «en un estado similar a la inconsciencia» y que soñamos todos los días, «unas dos horas de las siete u ocho que dormimos, aunque solo el 50% de la población es capaz de recordar un sueño al mes».
«En estas fases del sueño se produce una organización de la memoria, del material que hemos ido almacenando durante el día en la memoria temporal, que se va repartiendo por la corteza cerebral y al que se le va dando contenido emocional. El cerebro está decidiendo en ese momento qué guardar y qué quitar y, en ese contexto, se generan los sueños, que se enriquecen con experiencias previas», explica el portavoz de la SES. Vamos ahora con el elefante rosa que decíamos al principio. ¿Será posible? Lo es. «Cuando dormimos hay una importante actividad cerebral pero es una actividad que, por decirlo de un modo sencillo, no está del todo organizada. De ahí que se generen imágenes inconexas, aunque no se suele soñar con algo que no se ha experimentado. ¿Entonces, si sueñas con un elefante rosa es que has visto uno? No, obviamente. Pero sí has visto un elefante, en vivo, en la tele, en un libro... y sabes cuál es el color rosa. El cerebro, en su libre alberdrío, ha generado esa imagen con ambas cosas», explica el ejemplo Raquel Marín, autora del libro 'Alimenta el sueño para un cerebro sano' (Roca Editorial). Otro ejemplo: soñamos que estamos en Marte. «No hemos estado, pero tenemos información, referencias. Hemos visto o nos han contado que este planeta es 'rojo'. Así que sería muy muy extraño que en nuestro viaje a Marte durante el sueño nos apareciera como un vergel».
Es otro sueño recurrente. Nos caemos, hacemos un movimiento brusco en la cama y nos despertamos. «Eso, soñar que vuelas, que te persiguen y tratas de correr pero avanzas muy despacio... tiene que ver con la percepción de nuestro cerebro de que el cuerpo está paralizado en ese momento. El cerebro incorpora al sueño esa percepción de falta de tono muscular», explica Poza.
Y si esto sucede puede ocurrir que se despierte... o que no. «El olfato –explica Raquel Marín– es un estímulo que no se pierde mientras dormimos. Si estamos soñando que cocinamos y olemos a quemado en ese momento, es probable que incorporemos el olor al sueño porque es coherente. Pero, si en ese instante estoy soñando que bailo en una fiesta y huelo a quemado, muy probablemente nos despertaremos porque es un olor incoherente con la escena».
Nos acostamos con una preocupación en la cabeza: no podemos dormirnos porque tenemos que coger un tren para asistir a una reunión importante. «Cuando nos acostamos pensando en algo que tiene mucha trascendencia no es extraño que ese miedo se incorpore al sueño. Tal vez no soñamos que perdemos el tren, pero sí que llegamos tarde a algún sitio», comenta el ejemplo el doctor Poza.
El contenido de los sueños, explica Raquel Marín, evoluciona con la edad y en el caso de los niños menores de 5 años, «suelen ser sueños más estáticos, sueñan con un objeto, con un animal... pero sin movimiento». A partir de esa edad «ya tienen más consciencia de ellos mismos y pueden tener sueños autobiográficos, incluso aparecer ellos mismos en el 'escenario', soñar que vuelan, por ejemplo», añade.
Nuestro cerebro es como una esponja que va procesando cada imagen, sonido, olor... en definitiva cualquier estímulo, por pequeño que sea y por desapercibido que nos pase. «Cuando vas conduciendo por una carretera tu cerebro registra los coches que pasan, las matrículas, las señales... pero mucha de esa información no sirve para nada. Nos interesa retener el trayecto, saber cómo se va de este punto al otro, pero no cuáles son las matrículas de los coches con los que nos hemos cruzado por el camino. Así que el cerebro hace esa limpieza por la noche, elimina lo que no es necesario».
Raquel Marín lo compara con podar un cerezo, «al que le vas quitando las ramitas pequeñas (las matrículas de los coches) para que no interfieran con las grandes (el conocimiento de ese trayecto de carretera que debo hacer más veces y hoy he aprendido)».
En caso de lesión cerebral, los sueños, como otras funciones, se pueden ver alterados también, advierte la neurocientífica. «Personas que hayan sufrido un daño en la zona del cerebro encargada de distinguir las caras, por ejemplo, no soñarán con rostros».
«Es un episodio de emoción desagradable que ocurre mientras dormimos y que, normalmente, genera despertares bruscos». ¿Por qué? «Es como si el cerebro nos estuviera diciendo: 'Esto no lo puedo gestionar, despierta'», explica Raquel Marín, quien cifra en un 4% el porcentaje de personas que sufren pesadillas de manera recurrente. «Son episodios más relacionados con la ansiedad, el estrés, frecuentes en personas que han sufrido conflictos bélicos, ataques terroristas, amenazas, episodios cruentos, que han visto peligrar su integridad física...». Aunque las pesadillas se nos hagan eternas, «habitualmente son cortas, algunas duran apenas unos segundos, un minuto a lo sumo».
Niños y adolescentes tienen más pesadillas, y son especialmente frecuentes entre los 3 y los 6 años «porque en ese tramo el cerebro se está forjando, incorpora continuamente nuevas conexiones, nuevos aprendizajes. Un niño a esa edad puede ver un perro por primera vez y eso es un aprendizaje, ya que el cerebro del chaval registra una nueva imagen, está memorizando cómo se mueve el animal, su olor... Esa imagen nueva del perro le va a producir una emoción, tal vez ternura si se acerca moviendo la cola, o sorpresa si ladra, o miedo... Y si se genera una gestión de la emoción mal llevada no sería extraño que el niño tuviera una pesadilla fruto de ese nuevo aprendizaje», señala la especialista en Fisiología.
«Sobre esto se ha dicho de todo, hasta que te puede dar un infarto si te despiertan en ese momento. Y no es verdad. Por mucho miedo que estemos pasando en la pesadilla no nos va a pasar nada. Es probable que nos despertemos solos, pero si nos despiertan no es malo, así cesará el miedo y nos tranquilizaremos», recomienda el doctor Juan José Poza. Y advierte que no hay que confundir pesadilla con terror nocturno. Este último «afecta a niños y adolescentes y sucede por una transición anormal entre el sueño profundo y la vigilia. El niño puede tener sudores, taquicardia, puede llorar de manera inconsolable... pero va a resultar muy difícil despertarle. Normalmente se les pasa en un rato, siguen durmiendo y, al día siguiente, no se acuerdan de nada. De las pesadillas es más fácil acordarse».
A esto se le llama trauma de transmisión trangeneracional, explica Raquel Marín. «Los nietos no vivieron el Holocausto, pero sus abuelos sí y las pesadillas se pueden heredar». Es la misma razón por la que algunos bebés lloran cuando se les muestra la imagen de una serpiente, por ejemplo. ¿Cómo puede ser si nunca han visto una? «Cuando algo pone en peligro nuestra vida, nuestro cerebro lo registra y lo puede almacenar genéticamente. Antiguamente, muchos de nuestros antepasados sufrieron mordeduras mortales de serpientes y esa información se ha ido almacenando en el cerebro y se ha ido transmitiendo a través de las generaciones porque nos ayuda a sobrevivir, nos ayuda a identificar un peligro».
Hay un ejercicio que se suele hacer con veteranos de guerra que sufren pesadillas recurrentes. «Se les pide que escriban a mano el mal sueño: 'Un enemigo venía hacia mí con un cuchillo y me lo clavaba'. Después, escriben ese mismo episodio pero en un contexto amable y con un final feliz: 'Un amigo se acercaba con los brazos abiertos y me daba un abrazo'. En ese momento generas una nueva conexión, como si le dieras a tu cerebro una alternativa. Y eso se incorpora también a la actividad onírica».
No es raro que cuando tenemos fiebre, sobre todo alta, tengamos más pesadillas. «Cuando dormimos, nuestra temperatura disminuye aproximadamente un grado. Pero cuando enfermamos el sistema inmune eleva esa temperatura corporal para combatir la infección. En esa negociación entre nuestro sistema inmune y nuestro cerebro, que se 'enfrentan' por la temperatura (uno quiere bajarla y otra subirla) son más habituales los episodios de pesadillas», da la clave Marín.
Aclara la neurocientífica que no es que los ancianos sueñen más que los adultos o los jóvenes, simplemente se acuerdan más a menudo. Y lo hacen porque al tener a esa edad un sueño más ligero, «tienen más microdespertares y, por eso, hay más probabilidades de que se despierten en medio de un sueño que cuando hay menos despertares nocturnos».
¿Ha soñado alguna vez que se le caen los dientes? Casi seguro que sí. Es el sueño que más se repite entre los españoles, según un curioso estudio publicado por la web británica Mornings.co.uk, basado en las búsquedas en Google relacionadas con sueños en cada país. Según este trabajo, cada mes se registran una media de 46.000 búsquedas por parte de internautas españoles referentes a este sueño. La pregunta del millón es qué significa. Los autores del estudio lo atribuyen a «una falta de confianza en uno mismo», aunque Juan José Poza, portavoz de la Sociedad Española del Sueño, apunta otra causa: «Cada vez hay más gente con bruxismo, gente que rechina los dientes con intensidad. El cerebro percibe esa presión en la boca y no es raro que sueñen con que se les cae los dientes o que tienen algo en la boca...».
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