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Síntomas de que su hijo sufre ansiedad

Síntomas de que su hijo sufre ansiedad

Ya sean físicos o de comportamiento, mejor detectarlos a tiempo para actuar en consecuencia

Viernes, 19 de febrero 2021, 00:04

Ansiedad es una palabra que puede parecer demasiado gruesa para encajar en el universo infantil. Pero cuando la incertidumbre se instala en la vida, y además de forma indefinida, la angustia no conoce enemigo pequeño. Cualquiera puede caer en su red. A punto de cumplirse ... un año desde que la pandemia de Covid-19 entrase en nuestras casas, su presencia se antoja insoportable, especialmente para los más pequeños. Ellos no han desarrollado todos los recursos mentales que se necesitan para lidiar con enemigos tan duros como el miedo o la incertidumbre, en un terreno que, además, es desconocido, atípico.

Cuando cerraron los colegios, los especialistas alzaron la voz para alertar de las consecuencias que podía tener el confinamiento en la salud psíquica de los menores. Superado este, quedaba la duda de si la situación y el cambio de realidad que todos estamos obligados a asimilar haría mella en este colectivo vulnerable.

La diatriba ya está resuelta. Aunque en distintos grados, y no de forma generalizada, los efectos secundarios del ambiente que se respira ya se dejan notar en la consulta de los especialistas. La continua alerta (¡colócate la mascarilla!); la autoprotección constante (¡aplícate gel! ¡sepárate del resto!) y, sobre todo, la falta de rutinas y de socialización (¡toca clase online esta semana! ¡Este año no hay fiestas de cumpleaños!) es lo que más les altera.

El cúmulo de circunstancias hace que la ansiedad empiece a aflorar, pero los signos son a veces muy sutiles. Natalia Ortega, psicóloga especialista en infancia y adolescencia, que ha tenido la oportunidad de testar con su trabajo (y el de muchos otros colegas) cómo ha evolucionado el estado de salud mental de los niños en este año, da las claves para detectar a tiempo si los niños padece ansiedad.

En primer lugar, distingue el trastorno de ansiedad de la sintomatología asociada a sufrir este estado. El diagnóstico del primero no está vetado a los niños. De hecho, «se da hasta en los más pequeños que han sufrido un episodio traumático, como puede ser un divorcio o la pérdida de un familiar», puntualiza la psicóloga, al ticempo que avisa de que lo que sí observan los especialistas es una mayor sintomatología asociada a ese estado de angustia. ¿Cuáles son estos signos?

Incontinencia motora: ¡Para, por favor!

Que un niño pequeño se mueve mucho, que prefiera brincar que estar sentado a la mesa, puede ser normal, pero no lo es tanto que no pueda dejar tranquilas las piernas o las manos o repetir ciertos tics cuando le toca quedarse en un estado de reposo. Esto se ve en los momentos de descanso como pueda ser estar en el sofá viendo la tele o, especialmente, a la hora de irse al a cama. «La incapacidad para relajar el cuerpo en ese momento previo al sueño es un signo a tener en cuenta», señala Ortega. La edad del niño influye en los síntomas, y en los más pequeños se da este.

Ateraciones del sueño: ni conciliar ni descansar

Así, las alteraciones a la hora de irse a la cama y los hábitos de sueño en sí mismos deben ser observados. Por un lado, se están dando muchos problemas para conciliarlo en niños ya adaptados a una rutina de sueño sana. Y esto vale para todas las edades: desde edades muy tempranas a los adolescentes. En otros casos, aparecen las pesadillas, que son más frecuentes hasta los 10 años, la mayoría relacionadas con que a algún ser querido les suceda algo. Por último, es recomendable hacer una visita al dentista. «Estamos empezando a ver más casos de bruxismo», apunta la psicóloga. Este es una consecuencia de la tensión acumulada durante el día, que se libera durante el sueño apretando la mordida y, en algunos casos, rechinando los dientes.

Actitudes extrañas: ¿De qué te quejas tanto?

Esta mala gestión de la tensión que genera el ambiente de incertidumbre se traduce también en cambios de comportamiento. La irritabilidad es la constante a la que se debe atender. ¿Nota que su hijo le dice con más frecuencia que ¡no!? ¿Que se niega a hacer cosas que antes le resultaban normales? ¿Que le reta más de lo habitual o le lleva la contraria sistemáticamente? Efectivamente, la queja constante puede ser otro signo de ansiedad. «En los más pequeños se dan más rabietas, llanto descontrolado asociado a estas. Cuando hay una dificultad de gestión emocional mayor (no saben poner nombre a lo que les pasa) desembocan en ellas. Pero en realidad sucede en todas las franjas de edad. En los más mayores, por ejemplo, se ven actitudes negativas no propias de su personalidad», explica la especialista en psicología infantil.

Frente al colego: ¡Estoy agotada!

Se podría decir que no se hayan, que no saben cómo encajar todo lo que les está sucediendo y se traduce en una especie de malestar general. «Todo les aburre mucho más, aguantan menos, piden cambios…», señala Ortega, quien pone el acento en otro síntoma que les llama la atención: los niños en las franjas de primaria empiezan a hablar de que sufren estrés. «Han incorporado a su lenguaje esta palabra más propia del mundo de los adultos», señala. Lo que sí se observa en muchos pequeños de estas edades es que las tareas que antes hacían sin mayor problema ahora les agobian más. «Las exigencias académicas se les hacen más cuesta arriba». ¿Será la fatiga pandémica de la que tanto se habla que también les toca?

Vías de escape: ¡Llevas horas con la Play!

Para descansar, especialmente la mente, muchos tienden a buscar refugio en las nuevas tecnologías, sobre todo quienes se encuentran en la preadolescencia y la adolesecencia. «Es su forma de desconectar, su válvula de escape, y se están observando conductas más dependientes de móviles y consolas», anota la especialista.

Qué hacer desde el entorno adulto

Si los síntomas aparecen, el entorno adulto debe reaccionar. ¿Cómo? «Adoptando una actitud de normalidad frente a la situación, no mostrarse vulnerable sino seguro porque son su referente, informando pero no demasiado con mensajes adaptados a las edades y siempre diciéndoles que todo esto es temporal», aconseja la psicóloga. Ante la irritabilidad, dejarles espacio para que sientan eso que ni saben explicar ni canalizar. Frente al miedo, no sobreproteger ni aislarlos en burbujas. Ante la apatía o la necesidad de aislamiento, comprensión y respeto. Sobre las consecuencias que estos síntomas puedan tener, mejor no ser derrotista ni perder la calma. Si son detectados a tiempo, son manejados con normalidad y se pide ayuda no tienen por qué darse efectos graves a largo plazo como psicopatologías. De lo contrario, «el menor puede interiorizar el miedo o la sensación de vulnerabilidad y desarrolle una personalidad más aprensiva, tendente incluso a la hipocondria», concluye.

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