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El cine guía a la vida. Puede parecer una 'boutade', pero hay pruebas que demuestran las buenas lecciones que hemos escuchado mientras comíamos palomitas delante de una pantalla. '¡Caroline, corre hacia la luz!', requería aquella aterrorizada madre a su hija, atrapada en el interior de ... un televisor, en el clásico 'Poltergeist'. El consejo puede aplicarse aunque no vivamos en una casa encantada. Cuando llega el verano, tenemos la portunidad de abandonar la visión en bucle de series y 'talent shows' para que el sol recorra nuestro cuerpo. No se trata tan solo de gozar al aire libre, de rebozarnos en arena o dormitar a la sombra de un árbol tupido. La luz que entra por nuestra retina estimula la generación de serotonina, dopamina y nereprinefina, neurotransmisores con gran influencia sobre nuestro bienestar general. «La química del cerebro es tan importante que muchas personas recaen de sus trastornos alimenticios en otoño», asegura la psicóloga Laura Rojas Marcos. Pero la relación entre estacionalidad y estado de ánimo no resulta tan obvia. Curiosamente, el verano es el periodo en el que más se acentúa la ansiedad. No hay una razón concreta, sino múltiples teorías que pretenden explicar la aparente contradicción.
Algunos contextos geográficos parecen incitar a la desazón. La irritabilidad puede comprenderse, sin duda, en países como Suecia, donde se alternan los inviernos con dos horas de insolación con estíos sin noche cerrada en un aparente día sin fin. La depresión resulta más extraña en regiones templadas como la nuestra, de clima moderado, si únicamente nos atenemos a las meras cuestiones físicas. Pero también se han comprobado su influencia. Hay estudios al respecto que señalan la incidencia del calor y la humedad como desencadenantes de cuadros similares a los de un ataque de pánico, o agravantes de los síntomas de ansiedad en personas que ya la han experimentado. Los médicos advierten de la necesidad de cuidar la hidratación, la dieta y el sueño, para tratar este tipo de ansiedad.
Los cambios personales que tienen lugar a lo largo de estos meses pueden ser aún más decisivos. «Existen factores externos tan importantes como la alteración de las rutinas», arguye Rojas Marcos, doctora en Psicología Clínica y experta en trastornos de depresión y estrés. A su juicio, los individuos somos seres de hábitos y toda transformación exige cierto proceso de adaptación que no siempre tenemos en cuenta. «Nos gusta planificar y, sin embargo, no reflexionamos sobre lo que supone un periodo aparentemente placentero y voluntario, pero que también puede desestabilizarnos», advierte y señala su impacto en las relaciones familiares. «Varían en estas circunstancias, sobre todo en lo que respecta al contacto entre padres e hijos, y puede ser fuente de conflictos y malestar».
Algunas patologías se agravan en estas circunstancias, cuando los ritmos vitales cambian bruscamente. Las vacaciones suelen ser una fuente de ansiedad para los 'workalcoholic', los adictos al trabajo. «Hay personas a las que les deprime no estar ocupado, esa situación en concreto, no tanto el verano en sí, porque les suscita todo tipo de temores infundados», explica Rafael Santandreu, otro psicólogo. «Cuando estás absorto en tu labor, pasas menos tiempo contigo mismo, trabajas y olvidas fantasmas. El terror lo origina la ausencia de obligaciones y el haber perdido la capacidad para relajarse».
La 'ociofobia', término acuñado por el autor de 'Nada es tan terrible. La filosofía de los más fuertes y felices', alude a ese miedo irracional al tiempo libre. «A veces, te encuentras con individuos que viven solos y que alegan estar enfrascados fabricando tornillos, pero ¿eso es tan importante como creen? ¿Y qué hacen por los demás? No se lo preguntan, simplemente actúan. Se nos ha inculcado el trabajo como una virtud y no es necesario», indica y pone el ejemplo de los sadhu, ascetas que vagan por la India con tan solo un cuenco para recibir comida. «Son personas muy felices, siempre dispuestas a enseñar espiritualmente».
La presión social también genera una notable inquietud. Las expectativas depositadas en julio y agosto son tanto propias como ajenas, imbuidas por una filosofía de vida que predica el hedonismo, viajar a lugares exóticos, gozar en la playa de moda o, quizás, en la cubierta de un yate con generosa eslora, lucir un 'outfit' de marca o el 'six pack' perfecto, y, por supuesto, colgarlo en Instagram utilizando los filtros más adecuados. El verano reclama la prueba irrefutable de nuestro éxito en una sociedad competitiva y que no se relaja nunca. «La 'necesititis' es la enfermedad del siglo XXI», lamenta Santandreu. «Precisas de mucho para estar bien, piso, pareja, pasarlo muy bien, tener una vida emocionante, y si fallas, eres un gusano execrable. Todas esas necesidades inventadas se convierten en fuente de depresión».
El verano también puede ser un buen momento para deshacernos de mensajes nocivos. El psicólogo propone un discurso que combate esta demanda aprehendida. «Debemos decirnos que nos gustaría disfrutar de un verano emocionante, pero, que si no lo consigo, también gozaré de la rutina, que experimento deseos, no necesidades absolutas que me coarten radicalmente. Olvidemos ese manera de pensar que tacha cualquier adversidad como algo terrible». Su colega propone una visión similar en la que no quepa la frustración que impida gozar de pequeñas cosas. «El hecho de que no tengamos el verano ideal no define nuestra vida», alega. «Interpretar todo de una manera dramática no ayuda a nadie, ni siquiera en agosto».
No hemos llegado al verano en las mejores condiciones. Un estudio liderado por la Universidad del País Vasco ha revelado que, durante el confinamiento, el 46% de las personas ha experimentado un aumento en su malestar psicológico, aún más agudizado en los individuos afectados por el Covid-19, las mujeres y los más jóvenes. El 43% de la población reconoce el incremento de sentimientos depresivos y pesimistas.
El estrés urbano es una de las consecuencias de este fenómeno de desesperanza. La menor disposición de medios económicos y el temor que suscitan los rebrotes ha trastocado los planes de muchos habitantes de grandes ciudades, habituados a las escapadas estivales a la costa. Además, la oferta de ocio se ha reducido considerablemente en muchos lugares por motivos de seguridad. «No hay tanta libertad de movimiento y eso puede crear ansiedad», admite Rojas Marcos y teme las consecuencias en aquellos que piensan que no se lo merecen. «Provocará más daño en quienes posean un bajo umbral de frustración».
La actitud proactiva es su propuesta para enfrentarse a la nueva y dura normalidad. «No hay que dejarse llevar por el derrotismo», apunta y apuesta por tomar conciencia de la situación y anticiparse. «No debemos dar nada por hecho, sino permanecer con una actitud abierta y espíritu aventurero, llevar a cabo pequeños viajes, oxigenarnos y no perder la iniciativa».
No hemos llegado al verano en las mejores condiciones. Un estudio liderado por la Universidad del País Vasco ha revelado que, durante el confinamiento, el 46% de las personas ha experimentado un aumento en su malestar psicológico, aún más agudizado en los individuos afectados por el Covid-19, las mujeres y los más jóvenes. El 43% de la población reconoce el incremento de sentimientos depresivos y pesimistas.
El estrés urbano es una de las consecuencias de este fenómeno de desesperanza. La menor disposición de medios económicos y el temor que suscitan los rebrotes ha trastocado los planes de muchos habitantes de grandes ciudades, habituados a las escapadas estivales a la costa. Además, la oferta de ocio se ha reducido considerablemente en muchos lugares por motivos de seguridad. «No hay tanta libertad de movimiento y eso puede crear ansiedad», admite Rojas Marcos y teme las consecuencias en aquellos que piensan que no se lo merecen. «Provocará más daño en quienes posean un bajo umbral de frustración».
La actitud proactiva es su propuesta para enfrentarse a la nueva y dura normalidad. «No hay que dejarse llevar por el derrotismo», apunta y apuesta por tomar conciencia de la situación y anticiparse. «No debemos dar nada por hecho, sino permanecer con una actitud abierta y espíritu aventurero, llevar a cabo pequeños viajes, oxigenarnos y no perder la iniciativa».
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