Borrar
Isabel Toledo
Por qué no puede parar de comer caprichos

Por qué no puede parar de comer caprichos

El confinamiento dispara el consumo de dulces y 'snacks' en una suerte de 'me lo merezco' colectivo que responde al hambre emocional, un bucle insano del que se sale si se sabe cómo

Martes, 28 de abril 2020

El último día que María fue a hacer la compra de la semana faltaban algunos productos en el súper: ni rastro de los guantes de látex, no habían repuesto aún el papel higiénico, faltaban algunas verduras y la harina y la levadura ni estaban (ni se las esperaban) en sus estantes. Pero, ¡horror!, tampoco había chocolate. ¿Cómo era posible? Las tabletas habían 'volado' a tal velocidad que no había dado tiempo a reponer ese día. Podía pasar sin otras cosas, pero no sin su recompensa diaria en forma de dulce onza de placer.

María y su experiencia son reales y, además, representan a muchos españoles que, durante el confinamiento, se han entregado al consumo de productos muy dulces (o muy salados) en una suerte de «ahora me lo merezco» colectivo. Este fenómeno recibe el nombre de 'hambre emocional' y existen razones biológicas para que la pandemia haya convertido a muchas personas en sus víctimas. Ahora toca preguntarse: ¿Hay forma de parar? La hay y cuesta. Pero es cuestión de manejar recursos y aplicarse.

El hecho de que la cesta de la compra se haya llenado de caprichos no es una impresión: lo constatan los datos del Ministerio de Agricultura y Alimentación. En ellos se ve el incremento en las ventas con respecto al año anterior y cómo ha evolucionado a lo largo del estado de alarma. Así, cuando tocábamos la cuarta semana de encierro, y después de que la gente acopiase legumbres, arroces, pastas y otros alimentos no perecederos al principio, el incremento de ventas se dio en 'snacks' y frutos secos (un 78% de incremento), en tabletas de chocolate (un 63%) y en harinas, con un 113% más de lo que se vendía en una semana normal del año anterior. La consultora Nielsen constataba en otro estudio que el 57% de la población se ha dedicado, no ya al pan, sino a la repostería casera durante el confinamiento. La estadística del Ministerio arroja otro dato inquietante: la venta del total de bebidas espirituosas subió casi un 80% y la de la cerveza un 70%. Pero el consumo de alcohol merece capítulo propio.

Estos alimentos, que no son imprescindibles para la dieta sino caprichos, son oficialmente calificados como «productos de indulgencia». Lo traducimos: sabes que no debes tomarlos, pero vas a relajar tus exigencias puntualmente par consumirlos. Es curioso ver a través de los datos cómo la necesidad de tomarlos crece a medida que pasan los días encerrados. ¿Pero por qué nos entregamos a este tipo de consumo a sabiendas de que no nos conviene?

La razón no es única. Influyen factores que tienen que ver con la bioquímica y los mecanismos del placer y la recompensa que activa la comida a través de la hormonas (dopamina y serotonina), pero también tiene que ver con la forma que cada uno tiene de relacionarse con los alimentos.

«Frente el malestar emocional, el cerebro busca cómo generar alivio y lo hace a través del mecanismo del placer: comer es uno de ellos, junto al humor y la búsqueda de la protección en el grupo»

Raquel marín | neurocientífica

Raquel Marín, neurocientífica dedicada al estudio de la influencia de la alimentación sobre la salud del cerebro y autora del libro 'Pon en forma tu cerebro' (Ed. Roca), explica que este órgano todavía se rige por las pautas del nómada que un día fuimos. Cuando puede, hacer acopio de comida calórica para acumular grasa que asegure su supervivencia porque no sabe cuándo volverá a tener otra oportunidad. Es un recurso de supervivencia básico.

«En los momentos emocionalmente inestables, en los que invaden sentimientos de miedo, angustia, incertidumbre y hasta de culpabilidad, el cerebro también sufre las consecuencias y busca alternativas para generar alivio. Y lo hace a través de mecanismos que desencadenen placer y recompensa. ¿Cuáles son los principales? Los alimentos ricos en kilocalorías, el humor y la sensación gregaria que te hace buscar el bálsamo de la protección y complicidad del grupo. Por eso ahora comemos más dulces, enviamos una cantidad masiva de chistes por redes sociales y salimos a aplaudir a los balcones todas las tardes», interpreta Marín.

La terapeuta especializada en trastornos de la alimentación, Victoria Ferrándiz, da otra explicación complementaria de por qué comer es una cuestión de supervivencia emocional. «Hemos aprendido a vincularnos con nuestras figuras de apego (los padres) a través de la comida, con la lactancia o el biberón. Ésta juega un papel fundamental desde el minuto cero de nuestra existencia. El primer vínculo que creamos es para alimentarnos. ¡Desde el cordón umbilical!», explica en una charla online promovida por el Centro Aleris.

En una situación anómala como la de cuarentena que vivimos «tiramos de las herramientas biológicas que tenemos» y una de las que nos hacen sentir seguros y que nos ha hecho sobrevivir es el comer. Dice además Ferrándiz que es imposible separar el comer del placer. Y en la escalada del placer, regulado por la bioquímica del cerebro, tiene buena parte de culpa el azúcar y, de forma parecida, la sal. «Cuando recibimos algo placentero como la comida se activa el circuito de la recompensa y aumenta la producción de dopamina. Algo parecido ocurre en una adicción en la que nuestra cabeza sigue solicitando la 'recompensa' de manera insistente», explica la neurocientífica Raquel Marín.

«Hemos aprendido a vincularnos con nuestras figuras de apego (los padres) a través de la comida, con la lactancia o el biberón. Ésta juega un papel fundamental desde el minuto cero de nuestra existencia»

Victoria ferrándiz | psicoterapeuta

«En esta situación de confinamiento, la citada hormona está jugándonos una mala pasada, produciendo esta sensación permanente de desazón y desasosiego en ausencia del premio», añade. Y hay un efecto adictivo: «cuantos más dulces se ingieren, mayor dopamina producimos y en consecuencia seguimos incrementando el antojo». Estudios en animales han demostrado que el azúcar tiene un efecto similar al que producen otras drogas en el cerebro. De ahí que sea calificada por los expertos como un «neurotóxico». La dopamina interactúa además con la serotonina para levantarnos el ánimo. «Para producir esta molécula es precisa la luz natural, por lo que al escasear por el confinamiento pueden bajar los niveles de esta hormona. ¿Resultado? Se ha demostrado que los bajos niveles de serotonina, sobre todo cuando llega la noche, desencadena antojos por el dulce», aporta Marín como otra explicación a lo que nos sucede.

La nutricionista Virginia Gómez, famosa por su perfil social 'Dietista enfurecida', entiende que es casi más importante «qué significa para cada persona los alimentos» y cómo nos relacionamos con ellos que el mencanismo bioquímico. «Una persona puede aliviarse con bollería, pero quizá a otra no le sirva», advierte. Lo mejor es establecer una relación saludable que entienda la alimentación como una forma de cuidarse.

Para romper con el 'vicio', los nutricionistas dan pautas como separar la zona de trabajo de la del comer (el teletrabajo no ayuda), establecer horas para comer y no saltárselas, esperar diez minutos cuando entre el deseo de picar algo insano (y pensar si se necesita) o sustituir los caprichos por alimentos que pueden cumplir la misma función pero sin carga de azúcares.

Pero sobre todo, hay que buscar otras actividades que nos hagan sentir bien. Desde darse una larga ducha caliente hasta hacer limpieza o escuchar música, sin olvidarnos del mil veces citado ejercicio físico. Todo lo que nos valga para sentir esa sensación de recompensa que active la dopamina sin necesidad de hacerlo con un chute de azúcar.

«Lo primero es no comprarlos»

Virginia Gómez, más conocida como 'Dietista enfurecida', tiene que claro que no es fácil librarse del 'capricho'. Una cosa es el consejo dietético y otra lidiar con la realidad. Esta forma de «aliviarse» con la comida es un recurso más que, desde su punto de vista, traspasa lo razonable cuando está haciendo un daño a la salud palpable y la persona no puede parar. También cuando hacerlo haga sentir mal. Su primer consejo para no caer en esta peligrosa espiral es no comprar estos alimentos. «Está socialmente aceptado aliviarse con una palmera de chocolate y es asequible», reconoce. «A la gente le digo que en vez de hacer recetas de bizcocho, prueben a hacer recetas ricas con verduras, que le resulte agradable y le sirva para siempre», añade. También ayuda tener a mano un 'picoteo' sano que además nos guste. «A mí me funcionan los pepinillos y los palmitos», dice. Cuesta, pero poco a poco se pueden «buscar otros caminos y crear otros hábitos».

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

burgosconecta Por qué no puede parar de comer caprichos