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Como maquinitas que somos, a veces nos cuesta ponernos en marcha y otras muchas... parar en seco. Hay privilegiados que aseguran que desconectan del trabajo de maravilla (también es cierto que algunos no saben ni lo que es conectar), pero la mayoría admite que termina ... la jornada laboral y el runrún y las preocupaciones se las lleva a cuestas. Y lo que es peor, muchos que creen que sí, que saben desconectar, pero están muy equivocados. ¿Cómo saber si estamos, sin saberlo, en este grupo de 'despistados' sobrepasados?
Enrique Baleriola, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), advierte de que el estrés laboral que se traspasa a otras partes de nuestra vida nos afecta física y psicológicamente. Desde el punto de vista físico, la señal más frecuente es sentir agotamiento en momentos en que deberíamos estar descansados.Empezar el día ya sin energía o sentir que nos cuesta mucho esfuerzo hacer cosas que antes realizábamos sin 'sufrir' son dos motivos de alarma. «Otra señal es sentir presión en el pecho o palpitaciones, ya que puede ser la expresión de una ansiedad acumulada», añade. ¿Más? Sí. Los problemas para dormir y relajarnos durante la noche o durante nuestro tiempo libre también son indicadores de estrés laboral. ¿A que este panorama no nos suena desconocido?
En cuanto al ámbito psicológico, Baleriola destaca que, si sufrimos cambios de humor que antes no teníamos, nos despertarnos y sentimos que no hemos descansado, posponemos o evitamos enfrentarnos hasta a las tareas más sencillas de nuestro trabajo y comenzamos la jornada laboral obsesionados con que pase rápido..., eso huele a 'desconexión' mal hecha. «De forma puntual, todos podemos experimentar estas sensaciones sin que sean un problema grave –aclara el experto–. Pero sí deben preocuparnos si se alargan en el tiempo o interfieren en nuestras actividades cotidianas».
Hace tres años, en la antesala de la pandemia, la Organización Mundial de la Salud reconoció como enfermedad el 'burnout' o desgaste profesional, consecuencia de un estrés laboral crónico y de la incapacidad para desconectar del trabajo. En esa fecha, una encuesta de la Organización de Consumidores y Usuarios estimaba que el 27 % de los trabajadores corría el riesgo de padecer estrés laboral crónico. Y con la llegada del covid los datos empeoraron: un estudio de Cigna COVID-19 Global Impact concluyó en 2020 que el porcentaje de empleados españoles que afirmaban vivir agobiados por el hecho de tener que estar siempre disponibles en su trabajo ascendía al 74 %, Además, el 45 % de los españoles en activo reconocía sufrir estrés laboral.
Sí, escalofriante. Sobre todo, porque esto está causando una auténtica tormenta en nuestro cerebro: los pensamientos de desmoralización o de que no vamos a llegar a todo en el trabajo nos llevan a un estado de tristeza y ansiedad. Y, ante este panorama, el cerebro, que es un 'superviviente', recibe la señal de que está en peligro y «despliega unos mecanismos neuronales para que nuestro cuerpo se ponga en estado de alerta y siga adelante a pesar de la situación en la que estamos», desvela la psicóloga Agnès Brossa.
«Lo malo es que los neurotransmisores que se segregan –cortisol o excesiva noradrenalina, adrenalina u otros de este tipo– a largo plazo acaban perjudicando al cerebro», indica. Ante la abundancia de estas sustancias, las dendritas –unos 'hilos' que salen de las neuronas y hacen que conecten con otras y transmitan información– se acortan. A este proceso neurológico se le conoce como estrés psicosocial por derrota reiterada y genera un escenario donde el estrés se retroalimenta.
Una buena desconexión...
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Si la falta de éxito repetitiva produce estrés en nuestro cerebro, la euforia reiterada por conseguir logros, por el contrario, genera un impulso muy positivo. A mayor éxito social y laboral, mayor segregación de neurotransmisores como la serotonina o la dopamina, que son buenos para nuestro cerebro y contrarrestan el estrés. Por lo tanto, la primera recomendación para desconectar del trabajo es intentar tener muchos periodos en los que sintamos que hacemos las cosas bien.
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La única manera de hacer frente al estrés es potenciar lo que nos mantiene fuertes.Por eso, debemos cuidar al máximo la alimentación, el sueño, la actividad física y las relaciones sociales y afectivas. «Organizar y planificar para tener tiempo para ellas permitirá que nuestro cerebro pueda segregar estas hormonas positivas, estos neurotransmisores que nos 'curan'», explica la experta.
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Lo primero es hacer una planificación del trabajo para intentar llegar a todo, pero, si por la razón que sea no logramos cumplir las expectativas que nos habíamos fijado (ojo, quizá no fueran realistas), no debemos desesperarnos. Volvemos a planificar y pedimos ayuda si es necesario. También debemos empezara decir cosas –a otros o a nosotros mismos– como «no» o «hasta mañana no podré». Los límites y la organización son aún más necesarios si trabajamos desde casa.
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Hay una relación muy directa –la llaman P-E-C– entre lo que piensas (pensamiento), lo que sientes (emoción) y lo que luego haces (conducta). «Lo primero es averiguar qué pensamiento estoy teniendo sobre mí, si creo que soy un desastre o que no doy para todo, algo que daña muchísimo», explica Agnès Brossa. Si desarrollamos un pensamiento más positivo, seguramente nuestra conducta será más 'eficiente'.
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