Secciones
Servicios
Destacamos
Uno de los pelotazos más recientes de Netflix en nuestro país es la serie 'Cobra Kai', secuela de la película 'Karate Kid', que a quienes vivimos los 80 nos dejó marcada a fuego en el cerebro aquella frase de 'dar cera, pulir cera'. Ahora los personajes no son unos críos, sino adultos (¿maduros?) y la historia es más profunda que la de dos adolescentes haciendo la grulla y quitándose las novias. Pero ha seducido a toda una generación nostálgica de aquellos años. Lo mismo que otros títulos como 'Stranger Things'.
Nos encanta mirar atrás y los gurús de la industria audiovisual lo saben. Lo mismo que cualquier cerebro del márketing. Por eso triunfan la ropa 'vintage', las reediciones de lujo de pelis y discos de hace décadas –se ha visto en los regalos de estas navidades– y el filón 'retro' que han encontrado las marcas de moda, sobre todo deportiva. Casi todas las grandes firmas –Nike, Reebok, Adidas...– sacan al mercado versiones de sus diseños clásicos, pero a precio de 2021. La nostalgia funciona. ¿Por qué? Porque apela a nuestra parte más emocional, que es lo que interesa a la hora de 'vender'.
Lo cierto es que la nostalgia es una emoción agridulce y adictiva. El ser humano tiene tendencia a volver una y otra vez al pasado, a ese terreno de lo ya perdido sin remedio, y a menudo acaba revolcándose en él como un cochino en el barro. Salimos de eos chapuzones con el corazón algo escocido, pero también con una sensación extrañamente reconfortante... un sentimiento 'raro' que por un lado nos conmociona y por otro nos hace sentir bien. Por eso incurrimos en la nostalgia una y otra vez. Unas personas más que otras, claro. «Pero todos somos por naturaleza nostálgicos –advierte Silvia Cantos Pi, facilitadora de procesos introspectivos y fundadora de Verdad Objetiva–. ¡Quién no tiene nostalgia de momentos de su infancia, de los amigos de la niñez o de jugar horas y horas en la calle!».
Desde su punto de vista, la nostalgia es una emoción común y, en principio, nada preocupante. Es normal echar de menos los largos veranos de la adolescencia, los amores de juventud, las fiestas, las divertidas épocas de estudiante y también, por supuesto, a la gente que quisimos y que ya ha fallecido, o añorar navidades más despreocupadas que estas últimas... «No pasa nada por vivir momentos de nostalgia de cuando en cuando», tranquiliza la experta. Sin embargo, ojo, tampoco hay que dejar que nos domine esta emoción, «que no deja que ser un camino de vuelta al pasado».
Cantos Pi ve la nostalgia como un arma de doble filo: acudimos a nuestros recuerdos del pasado en busca de placer, «porque la mente está diseñada para perseguir la felicidad». Y eso está bien... para un ratito. Hay nostálgicos muy felices, que disfrutan muchísimo viendo cine clásico, oyendo vinilos de su juventud o viendo programas como 'Cachitos de hierro y cromo', que repasan la arqueología musical española. El problema viene cuando sólo ese viaje al pasado nos hace sentir bien.
«Es una 'falta' del ser humano lo de no poder sentirse pleno en el presente y tener que buscar en nuestra biblioteca del pasado o del futuro cosas que nos hagan felices. Si echamos manos del pasado, de circunstancias que vivimos para encontrar alegría, caemos en la nostalgia. Y si estamos todo el tiempo haciendo planes de un futuro mejor, buscando la emoción en lo que aún no ha pasado, tampoco estamos viviendo el presente. Esto evidencia una falta de liderazgo en la vida, de autocontrol», alerta Cantos Pi.
silvia cantos pi
Son dos vías de fuga –hacia adelante o hacia atrás–, pero con la misma raíz. Siempre estamos persiguiendo el confort y la felicidad. ¿Qué podemos hacer para no pasarnos nuestra existencia huyendo de nuestro día a día? ¿Tiene solución? «Lo primero es reconocer que estás siempre en una eterna búsqueda, parar y pensar. No vivir compulsivamente una vida de mentira, ni buscar siempre en experiencias pasadas que nos hicieron felices la felicidad que nos pueda falta ahora», apunta Silvia Cantos Pi.
Hay muchas variantes de nostalgia. Existe, por ejemplo, la añoranza por la tierra de uno, bautizada por los gallegos como 'morriña' o por los hablantes de portugués como 'saudade'. Y también existe un tipo un tanto extraño: la nostalgia que no está provocada por algo que ocurrió, sino por lo que pudo haber sido y no fue. «Añoro todo aquello que no tuve», canta Albert Pla. Según Valeria Sabater, esta sería la más dañina, ya que nos deja la 'herida' y ni siquiera la disfrutamos en su día. «Es lo que pudimos haber vivido, sentido, disfrutado y que, por diversos hechos, se truncó –indica la psicóloga–. Nuestra mente imagina cómo hubiera sido la propia vida en otras circunstancias y esa sensación también puede generar cierta nostalgia. Es un tipo de proceso algo más doloroso...».
Porque, cuando la obsesión por el futuro cobra mucha fuerza, desemboca en ansiedad. Y, cuando la nostalgia nos invade del todo, es fácil caer en la tristeza y, yendo un paso más allá, en la depresión, sobre todo cuando la vuelta al presente supone un «sentimiento de carencia muy acusado». El propio origen de la palabra resume muy bien su significado: nostalgia proviene del griego, de 'nostos', que a su vez deriva de 'denesthai' (regreso, volver a casa), y de 'algos' (sufrimiento). Así pues, el vocablo nos indica ese padecimiento por el deseo de de volver a un lugar o de recuperar un tiempo determinado.
¿Padecimiento? ¿Dolor? Valeria Sabater, psicóloga y escritora, considera que esto sólo ocurre en los casos más 'patológicos'. Unos niveles normales de nostalgia son tolerables y hasta sanos. «La nostalgia es parte misma del ser humano. Al fin y al cabo, recordar es 'vivir de nuevo' y eso es lo que hacemos buena parte del tiempo. Sentir nostalgia es como subirse a ese vehículo que siempre nos retrotrae a los instantes más significativos del ayer (positivos en su mayoría)».
Según describe Sabater, paradójicamente, a veces no sentimos añoranza por la felicidad de antaño –algo lógico–, sino que nuestra mente hace unos volatines increíbles y se queda con algunas migajas buenas de alguna etapa horrible y se agarra a ellas como a un clavo ardiendo. «Hay personas que no tuvieron una infancia feliz pero, aun así, siempre les queda algo (por pequeño que sea) que se añora y que despierta nostalgia. Son pequeñas vetas de luz entre las tinieblas de esos pasados a veces traumáticos». ¿Por qué reseteamos nuestros recuerdos? Por supervivencia: todos necesitamos volver la vista atrás y encontrar algo bueno.
Una muñeca Nancy Geisha de los años 70 puede valer hasta 2.000 euros y el Scalextric modelo GTL 30 Le Mans se encuentra en webs de segunda mano por más 1.400 euros. Los libros de texto de Senda están a más de 100, según el volumen.
Ahora mismo es normal que todos estemos un poco nostálgicos. Al fin y al cabo, en menos de un año, la pandemia ha dado un giro a nuestras vidas y echamos de menos nuestra vida cotidiana de hace nada. «Es comprensible. Nos hemos dado cuenta de que vivíamos muy bien, en la mayoría de los casos», apunta Silvia Cantos Pi, quien propone que, ante esta lógica sensación de pérdida que nos invade, hemos de 'luchar': «Podemos quedarnos lamentándonos (y esto es boicotearnos) o aprovechar este parón para 'recolocarnos'. Ojalá esta experiencia nos haga más conscientes de todo y más inteligentes como individuos y como sociedad».
¡Que no salten las alarmas! Tener nostalgia de una antigua pareja y ser feliz con otra es perfectamente compatible. Así lo asegura Cantos Pi. Cada relación tiene unas circunstancias diferentes. Por eso hay que evitar comparar... y dejar en mal lugar al amor del presente.
Existe la nostalgia buena, que nos reconforta con sólo alguna puntadita de pena aquí y allá, y la mala, la que nos hace sentir que hemos perdido la capacidad de ser felices y que nos hace ver nuestro presente como un lugar lleno de carencias. A esta última debemos de mantenerla bajo control. El pasado, según las expertas, debe ayudarnos a afianzarnos como personas, a hacernos fuertes, debe proporcionarnos seguridad y recuerdos 'fetiche' a los que recurrir en malos momentos. Pero, si pensar en épocas pretéritas nos genera malestar y tristeza... hay que intentar reconvertir la huella de esas vivencias para que no hagan daño.
Publicidad
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.