CARLOS BENITO
Domingo, 5 de julio 2020
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Las vidas de santos no siempre son lecturas edificantes, pero la de Santa Olga de Kiev constituye un caso bastante particular por su nivel de atrocidad. Así que, aprovechando que su festividad se celebra el 11 de julio, vamos a repasar algunos episodios biográficos de ... esta mujer, la primera soberana eslava que se convirtió al cristianismo. Su vida experimentó un cambio radical cuando su esposo Igor, monarca de la Rus de Kiev, fue asesinado por la tribu de los drevlianos, que se resistían a pagar más impuestos. Olga se convirtió en regente allá por el año 945 y se centró en ejecutar una venganza meticulosa y definitiva, repartida en varios episodios. El primero llegó cuando los drevlianos enviaron a veinte emisarios para tratar de convencerla de que se casase con su príncipe, llamado Mal. Olga mandó enterrarlos vivos, pero remitió un mensaje explicando a Mal que aceptaba la propuesta y que precisaba un grupo mayor y más ilustre de drevlianos para que la escoltasen hasta allí.
Los drevlianos se apresuraron a cumplir sus deseos con una delegación de personalidades de su comunidad, que fueron objeto de un recibimiento espléndido, al menos durante un rato. Les invitaron a asearse y relajarse en los baños de Kiev antes de su entrevista con la reina y, cuando estaban dentro, la futura santa atrancó las puertas y prendió fuego al edificio. Después, mandó recado de que aprovecharía el viaje para llorar a su difunto esposo en el lugar donde murió y organizaría allí mismo un gran banquete fúnebre. Según las crónicas, aquel festín sirvió para embriagar a los drevlianos asistentes y matar a miles de ellos.
Pero Olga aún no se sentía satisfecha. Sus tropas sometieron a asedio durante un año la ciudad de Iskórosten, donde habían matado a Igor. Cuando la resistencia de los drevlianos ya flojeaba, les ofreció la paz si se prestaban a pagar el correspondiente tributo: dadas las circunstancias, tras una dura guerra, bastaría con la donación simbólica de tres palomas y tres gorriones por cada casa. Dijeron que sí, claro. Por la noche, los soldados de Olga ataron pequeños trozos de azufre a las patas de las aves, prendieron fuego al combustible y dejaron que los pájaros volasen de vuelta a sus nidos y sus palomares de Iskórosten. «No hubo una casa que no quedase consumida, porque era imposible extinguir las llamas, ya que todas las casas empezaron a arder a la vez», relata una crónica. A los que huían, los mataron o los convirtieron en esclavos. Unos pocos años después, durante una visita al emperador bizantino Constantino VII, Olga se convirtió al cristianismo ortodoxo, aunque no consiguió atraer a su hijo Sviatoslav a su nueva fe. En el siglo XVI la hicieron santa, intercesora en favor de viudas y conversos.
Olga tuvo un interesante heredero en su nieto Vladimir, hijo ilegítimo de Sviatoslav. A Vladimir no le hizo demasiada gracia que su hermano Yaropolk se llevase la corona, así que viajó a Escandinavia, reclutó un fiero ejército vikingo, depuso a su hermano y 'permitió' que lo matasen. También sacó a la viuda de Yaropolk del convento en el que se había refugiado y la incorporó a su harén personal. «El harén era una de las cosas más impresionantes sobre él, todos los cronistas lo mencionan», destaca el autor Thomas J. Craughwell en su libro 'Saints Behaving Badly' (es decir, santos que se comportan mal), donde explica que Vladimir acabó acumulando siete esposas y ochocientas concubinas, que hizo sacrificios humanos para ganarse el favor de los dioses y que, después de todo eso, acabó convirtiéndose al cristianismo y guiando a sus compatriotas por esa senda, motivo por el que lo solemos conocer como San Vladimir.
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