Oriol Pamies (Reus, 1989) se había imaginado su salida del armario de muchas formas. Ninguna como sucedió. Por un descuido, una página de Facebook abierta... A sus padres les costó reconocer en aquel chaval de las fotos a su hijo. ¿Oriol era gay? ¿El mismo ... Oriol que había tenido novia tres años? Como si llevara una doble vida. Y es que la llevaba. «Mi madre, preocupada por mis cada vez más frecuentes salidas nocturnas, buscaba respuestas. Y las encontró. ¡Madre mía si las encontró! Lo que leyó le pilló desprevenida y la dejó en estado de shock. Pero hizo como si nada. Durante los siguientes días, el ambiente en casa se podía cortar con un cuchillo. Tenía la sensación de que algo ocurría. Sabía que habían descubierto algo, pero no tenía la certeza de qué era». Sus temores se los confirmó un día su padre desayunando en un bar: su madre se había enterado por Facebook de sus aventuras con chicos. «Salí corriendo del bar y rompí a llorar. Fui a casa de un amigo gay y allí, en una maratón de series, comida a domicilio y entre llanto y llanto, me escondí durante cuatro días. Me sentía enfadado y triste. Avergonzado, pero también aliviado. Asustado y esperanzado. Todo a la vez». Enseguida se sintió también acompañado. Precisamente por su padre y su madre. Y por el resto de su familia.
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EL AUTOR
Ese fue un punto de inflexión en esa travesía por el desierto que Oriol Pamies, empresario y activista LGBT, relata en su libro 'Ahora que ya lo sabes' (libros Cúpula) y que emprendió en solitario desde que a los 14 años, viendo Peter Pan en el cine con su hermana se sintió atraído por el actor. «Le regalé la película a mi hermana para poder verla en casa cientos de veces». ¿Su primer flechazo? Igual no. «Una vez, en el coche con mi madre, volviendo de una clase de tenis, le conté de manera bastante eufórica que me había hecho muy amigo de un chico, que me caía muy bien y que quería invitarle a casa. Tendría unos 10 años. Así que empiezo a pensar que tal vez Peter Pan no fue el primero…». Más tarde fue ese chico al que no conocía de nada y al que vio besándose con otro en el guardarropa de una discoteca: «Me sentí traicionado, rechazado, triste». Aunque por entonces Oriol era todavía un «heteroconfundido». «Fruto de la educación que recibimos, crecemos con el convencimiento de que todos somos heterosexuales. Por eso, cuando asoman las dudas, nuestra primera reacción suele ser intentar enterrarlas bajo la alfombra y mirar hacia otro lado. El solo hecho de plantearme la posibilidad de que esos sentimientos fueran ciertos me provocaba pavor y un terrible rechazo hacia mí mismo». Pero fue teniendo experiencias con chicos: «Me sentía anormal e indecente. Me envolvía una mezcla de vergüenza, culpa y rechazo. Durante mucho tiempo llegué a pensar que había llegado a estar con chicos únicamente por vicio. Y me prometía que no volvería a caer. Pero lo hacía. Siempre lo hacía».
Pero un día se miró en el espejo y pronunció las palabras mágicas: 'soy gay'. Y aquel espejo, por fin, le devolvió una sonrisa, después de tantas lágrimas. Pero si a él le había costado años aceptarse, ¿qué dirían los demás?. Porque decir, ya decían: «Fantaseaba con poder contarles a mis amigos cómo me sentía pero a la vez estaba aterrorizado con la idea de perderlos». ¿Y en casa? «Cuando aún salía con chicas, le contaba mis batallitas al abuelo y él me trataba como a un héroe. Me llamaba, y aún me llama, Napoleón». Oriol sentía que no podía cargar con ese peso sobre sus espaldas. Que incluso estaría colocando parte de ese peso a los suyos. Así que empezó una doble vida. En la Universidad, en Barcelona, encontró su hueco: «Empezaba a tener a mi grupo de amigos gay, y la sensación era indescriptible. Tener a alguien con quien poder bromear, comentar lo guapo que te parece el protagonista de una serie... Empezamos a salir por discotecas y bares de ambiente pero cada vez que veía a alguien que se parecía a algún conocido de mi ciudad el corazón me rebotaba en el pecho. A pesar de mis precauciones los rumores en mi ciudad comenzaron a crecer, hasta terminar siendo un secreto a voces. Me dolía, estaba asustado, me sentía acorralado. Durante mucho tiempo, que me sacaran del armario de una patada era mi mayor temor». De ahí los dos perfiles de Facebook, el del Oriol hetero de cara a la galería y el suyo de verdad, el que descubrió su madre».
Después de la espantada con su padre en el bar regresó a casa con la condición de que no hablaran del tema hasta que Oriol se sintiera preparado. Y pasaron años: «Salir del armario no es cuestión de un día, ni dos ni tres. El proceso puede durar meses o incluso años». A él y a los demás, porque ellos también tienen que «salir de su armario». Incluido el abuelo. «Mi abuela, muy moderna y siempre un paso por delante a su época, lo supo enseguida. Pero yo temía que mi abuelo se lo tomara mal. Un día salió una entrevista sobre mi carrera en un periódico local. Estaba muerto de miedo porque podía verlo el abuelo. Y así fue. Mi abuela me contó que cogió unas tijeras y fue directo al periódico. Creía que en un arrebato iba a hacer trizas el artículo pero lo recortó y fue a pegarlo en la puerta de su armario donde todos los días, cuando se va a vestir, lo puede ver». A propósito de armarios... Pamies reconoce que en el armario se está a veces «calentito» pero no. «El armario, para la ropa».
Relata Oriol Pamies en su libro una anécdota que es reveladora. Una de esas situaciones que, sin quererlo, «te devuelven al amario». «Me pasa muy a menudo con los taxistas. No sé cómo lo hago, pero es responder que soy de Barcelona y automáticamente me veo atrapado en una conversación sobre el Barça y lo guapas que son las chicas en España. Al principio, creía que tal vez no valía la pena salir del armario por cinco minutos de trayecto. Pero después entendí que cualquier oportunidad para visibilizar a la comunidad LGBTQ+ puede ser beneficiosa y crear un impacto positivo. No siempre la reacción es buena y he tenido que aguantar muecas de asco y algún silencio incómodo, pero estoy convencido de que vale la pena».
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