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Ilustración: Gastón González
¿Tú también te haces la víctima? A lo mejor eres tu propio verdugo

¿Tú también te haces la víctima? A lo mejor eres tu propio verdugo

La actitud de no asumir nunca la responsabilidad sobre lo que nos pasa acaba condenándonos a no avanzar: «Puede parecer cómodo, pero tu realidad ya no va a cambiar»

Lunes, 22 de marzo 2021, 00:03

Hay gente que nunca tiene la culpa de nada. O, mejor dicho, sí que la tienen, porque es imposible pasar por este mundo sin acumular nuestra carga de responsabilidades, pero jamás aceptarán otro papel que el de víctima: todo lo malo que les ocurre en la vida a estos individuos viene de fuera, hay que achacárselo a otras personas (que los odian, les tienen envidia, quieren siempre sabotearles...), a las circunstancias, a sus orígenes sociales, a la mala suerte, al Gobierno, a la conjunción astral, a Dios bendito o a alguna decisión del pasado que, a su vez, fue el resultado de invencibles condicionantes externos. Todos conocemos a algún victimista: abundan en la infancia, cuando parece más fácil esquivar la responsabilidad que asumirla (el profesor que nos tiene manía es un clásico de esa etapa), pero algunos extienden este planteamiento anómalo hasta la vida adulta. Según los sociólogos, de hecho, vivimos en un tiempo caracterizado por la queja continua, un rasgo evidente en el plano colectivo pero apreciable también en el individual.

Ser víctima, víctima de verdad, no resulta nada envidiable y, por supuesto, merece todo el respeto y la solidaridad del mundo. Pero el victimista trata de ganar para sí mismo ese respeto y esa solidaridad sin un motivo real. «El victimismo conlleva una sensación crónica de sentirse víctima, es una 'hinchazón del hecho de ser víctima'. Es una postura completamente diferente a la que adopta, por ejemplo, la gente resiliente, capaz de enfrentarse a situaciones gravísimas en su vida, aceptando, luchando, buscando opciones, pero sin sentirse nunca víctimas de absolutamente nada», describe el psicólogo coruñés Jaime Burque, que habla de «círculos infinitos de queja» y ve esta actitud como «uno de los enfoques menos efectivos y más inmovilizantes que existen».

Porque, claro, el victimismo nos paraliza y nos impide tomar las riendas de nuestra vida, ya que damos por hecho que esas riendas están en manos de otros y que no podemos hacer nada para cambiar el curso de la marcha. Es como llevar siempre a rastras a todos esos verdugos imaginarios que nos castigan una y otra vez, siempre dispuestos a convertirnos en víctima en cuanto el día a día nos depare otro de sus reveses: en vez de asumir responsabilidades, solo tenemos que repasar ese repertorio de posibles 'culpables' y, en plan autoservicio, escoger el más indicado para cada ocasión. Con esa actitud, pasiva y derrotista, resulta imposible identificar las causas reales de nuestros problemas, afrontarlas y ponerles remedio. Los expertos suelen deslindar el victimismo de lo que sería un nivel sano de autocompasión, que equivaldría a darnos un reconfortante abrazo a nosotros mismos sin negar el papel decisivo que tenemos en nuestro destino.

«En el lugar de trabajo puede generar tensión, rechazo y aislamiento y probablemente acabe afectando a todos»

María Victoria Sánchez

La falsa víctima puede ser algo muy parecido a un verdugo para quienes le rodean, porque convivir con estas personas es como tener siempre al lado un agujero negro de queja y rencor. «Si, en una pareja, una de las partes siente que sistemáticamente se le está haciendo daño (por determinados comentarios, actitudes, falta de atención...), esto lleva implicado un alto nivel de malestar para esa persona y probablemente influya de forma negativa en la relación de pareja. La otra parte se puede sentir atacada, le puede generar confusión, frustración, desgana, ponerla a la defensiva… Afecta al bienestar emocional de ambas partes», explica María Victoria Sánchez, psicóloga del Grupo Laberinto. En el trabajo, sucede algo similar: «La persona con un perfil victimista puede sentir que trabaja más que los demás, que se esfuerza más, que no se lo reconocen... y manifestar expresamente quejas y lamentos. Se puede generar un clima de tensión. Puede generar rechazo en los demás y que intenten evitar a esa persona, lo que puede dar lugar a situaciones de aislamiento. Igual que en una pareja, lo más probable es que acabe afectando a todos», concluye Sánchez.

Zapatos en el mercadillo

Desde luego, todos tenemos nuestro rinconcito victimista y a veces nos refugiamos en él, para liberarnos por un rato de ese peso a veces agobiante de la responsabilidad. ¿Qué podemos hacer para no quedarnos atrapados en estas actitudes? «La capacidad de atención y reflexión ayudan –apunta María Victoria Sánchez–. Observar con curiosidad mis pensamientos, mis reacciones, las explicaciones que doy, hacerme preguntas, intentar entender mis reacciones automáticas... Tomar conciencia, darnos cuenta por nosotros mismos o en la interacción con los demás, sería el primer paso».

«Con el victimismo perdemos lo más valioso que tenemos en la vida: la libertad, la capacidad de responder».

Fabián Villena

Eso lo sabe bien el 'coach' alicantino Fabián Villena, fundador del Instituto de Actitudes Positivas y autor del libro 'Despliega tu actitud positiva inteligente'. «Yo tengo mucha experiencia en esto, porque durante muchos años he sido muy victimista», admite de entrada. Villena dejó de estudiar a los 15 años y se puso a trabajar en el negocio familiar de venta ambulante por distintos pueblos de la Comunidad Valenciana. «Vendía zapatos en los mercadillos, esa era mi realidad, y le echaba la culpa de no haber estudiado a la falta de apoyo de mis padres. Tenía un montón de argumentos que, en realidad, eran excusas». Han pasado ya unos cuantos años de aquello, pero recuerda perfectamente su momento de iluminación, aquel detonante que le hizo tomar conciencia de su estéril victimismo. «Un día pasaron dos niños y uno le estaba hablando a otro de 'el negro este que habla valenciano'. Se referían a Jimmy, un amigo senegalés del mercadillo que se había jugado la vida en el Estrecho, había dejado allí a su mujer y sus hijos, había aprendido castellano y después había aprendido valenciano. Yo no hablaba valenciano porque no lo hacía bien y me daba vergüenza, aunque también en eso me ponía un montón de excusas, y entonces me di cuenta de que Jimmy, un tío que venía de una situación diez veces más difícil que la mía, estaba consiguiendo cosas mejores que yo». Así que, a los 27 años, decidió ponerse al volante de su propia biografía y retomó los estudios.

Pobrecito de mí

«Con el victimismo perdemos lo más valioso que tenemos en la vida: la libertad, la capacidad de responder. Tu vida, tu bienestar, tu desarrollo profesional terminan dependiendo de otras personas o de las circunstancias. Ojo, también tiene ciertos beneficios: es mucho más cómodo ahorrar energía, a nuestro cerebro le encanta, y al asumir ese rol de 'yo soy el bueno, los demás son los malos, pobrecito de mí' puedes conseguir atención e incluso cariño. Pero el precio que pagas a cambio es que tu realidad no cambia», expone Fabián Villena, que se topa a menudo con este perfil en su trabajo con empresas. «La pregunta que lo cambia todo es '¿qué puedo hacer yo ante eso?'. Pero veo en las organizaciones que casi siempre queremos que el que cambie sea el otro. Como decía Gandhi, cada vez que señalamos a otro con el dedo, tenemos que tener en cuenta que tres dedos apuntan hacia nosotros».

Villena está convencido de que cada vez educamos menos a los hijos en la responsabilidad. «Las nuevas generaciones están sobreprotegidas y tienen menos capacidad de resiliencia. Un buen amigo, Javier Iriondo, dice que haría cualquier cosa por sus hijas excepto lo que sus hijas puedan hacer por sí mismas, y ese me parece un buen patrón de educación, pero luego nos dejamos llevar por lo emocional y nos ponemos sobreprotectores. Estamos bienintencionadamente equivocados: creemos estar defendiéndolos y no les enseñamos a afrontar la adversidad». Alerta también de los efectos negativos de la pandemia, esta época puñetera en la que, sí, muchas personas se han convertido en víctimas muy reales, pero también cabe el peligro de que otros nos dejemos arrastrar por la corriente y nos demos por vencidos cuando no lo estamos: «Esta situación ha cambiado las reglas del juego y ha dejado muchos sectores damnificados. En un entorno adverso, resulta mucho más fácil caer en el victimismo. Tenemos dos opciones, quedarnos en la queja o pensar qué quiere la vida que aprendamos».

Más extendido que el helicobácter

Giulio Cesare Giacobbe.

El psicoterapeuta y profesor italiano Giulio Cesare Giacobbe, famoso por su superventas 'Cómo dejar de hacerse pajas mentales y disfrutar de la vida', centra su último libro en las implicaciones del victimismo y su potencial para «arruinarnos la vida». En 'Cómo dejar de hacerse la víctima', publicado en España por La Esfera de los Libros, analiza el asunto con su singular estilo cáustico y provocador: baste decir que arranca con una revisión del Génesis bíblico en la que «todos los que empiezan siendo víctimas» (y se refiere a Dios, Adán, Eva, la serpiente y la manzana) «acaban siendo verdugos».

«Creer que uno es una víctima cuando no lo es, y creer que hay un verdugo donde no lo hay, indica que no se está en contacto con la realidad», argumenta Giacobbe, que considera que esa «neurosis de la víctima» está «extendidísima» y tiene una presencia abrumadora en un ámbito concreto: «En el seno de las relaciones de pareja, la neurosis de la víctima prolifera más que el helicobácter en el interior del estómago de un masticador de tabaco», sostiene. El victimismo, según el autor italiano, es «el arma más letal del arsenal del niño» y hay personas que siguen utilizándola el resto de su vida. «Cada vez que pienses que el mundo está contra ti –concluye–, ten por seguro que eres una víctima de ti mismo».

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