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Solange Vázquez
Miércoles, 10 de enero 2024, 00:11
El 92% de las personas que se proponen metas en año nuevo fracasa, según una investigación de la Universidad de Scranton, en Pensilvania. Entonces, ¿por qué insistimos? Los psicólogos dicen que nos hace sentir bien plantearnos estos retos porque nos produce cierta ilusión de control ... y dominio, de que podemos domar nuestras tentaciones y alcanzar ciertos ideales como ser más guapos, más fuertes, más sanos, más creativos... ¡Pero hay tanta frustración cuando año tras años nos damos de bruces con la realidad! Es que más del 66 % de las personas que se marcan unos propósitos a principios de año los abandona en el primer mes. Así que ahora mismo muchos ya estamos tirando la toalla. Y lo que es peor: en algunos casos ni siquiera nos habíamos puesto manos a la obra. Se estima que ni el 5% de los retos salió del terreno de la fantasía.
«A menudo nos planteamos propósitos inapropiados. Cuanto más genérico sea nuestro propósito, más probabilidades tiene de fracasar», desvela Enric Soler Labajos, psicólogo relacional y tutor del grado de Psicología de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), quien propone optar por una estrategia distinta para lograr estos objetivos: los antipropósitos, que, según él, son la clave para «evitar que un propósito acabe convirtiéndose en un despropósito».
Pero, ¿qué es exactamente un antipropósito? A pesar de que no es un concepto muy común, en los últimos años el término ha ido ganando popularidad. Hace referencia a aquellas acciones y planificaciones concretas destinadas a abandonar un hábito o rutina que no produce efectos positivos ni satisfacción. «Se podría considerar como el propósito de dejar de hacer algo que venimos haciendo toda la vida, sin saber ni por qué ni para qué, pero que no nos resulta gratificante. Además, un antipropósito no es otra cosa que un propósito que una persona se hace a sí misma con licencia para incumplirlo», explica Soler Labajos. Según afirma, «es más fácil liberarse de dinámicas que no te aportan nada, o incluso te perjudican, que adquirir otras nuevas para compensar las ya establecidas que no te gratifican».
Decálogo 'anti'
Pregúntate para qué Sin un objetivo claro, no funcionará.
Decisión es igual a intención Proponerse no hacer nada es un objetivo. Necesitamos metas.
Menos es más Plantéate sólo lo importante. No te despistes.
Sin plan no hay misión Si te propones algo sin una estrategia, fracasas.
Cambio progresivo Subdivide el antipropósito en pequeñas parcelas.Es más fácil que un cambio radical.
Concretos y con plazos Debemos fijar límites temporales y saber exactamente qué queremos.
Autopermiso para recaer Con un antipropósito tienes margen para fallar y volver a intentarlo.
Soltar lastre Es un buen antipropósito. Mucho más fácil que empezar a hacer algo nuevo.
Metas propias No te fijes en las de los demás, tienes las tuyas.
Disfruta el proceso Tener claro que lo que quieres lograr no debe arruinarte el año.
De este modo, en el contexto de las metas marcadas al inicio del año, cada vez son más las personas que optan por establecer antipropósitos como táctica para mejorar su vida. Y esto es porque, según los expertos, es más fácil liberarse de rutinas ya conocidas, inservibles y dañinas, que adquirir otras nuevas que nos plantean dudas como cuánto esfuerzo nos van a costar o «qué coste emocional nos van a acarrear si no conseguimos cumplir las expectativas», comenta el experto.
En lugar de establecer la meta de perder peso, un antipropósito podría ser «no obsesionarse con la dieta» o «no dejar que la apariencia física dicte mi felicidad». Es una forma de abordar las metas desde una perspectiva paradójicamente inversa, e identificar comportamientos no deseados (comer chuches, picar entre horas) en lugar de establecer metas específicas.
A la hora de lograr los antipropósitos, es fundamental que los objetivos estén bien definidos, que sean realistas y que podamos medirlos. Así que necesitamos un poquito de estrategia... y algo de voluntad y esfuerzo. «Al tratarse de un objetivo nuevo, es necesario un cambio de conducta, por lo que debemos prever cómo quedará modificada nuestra vida cotidiana y si esto es compatible con nuestro día a día», afirma.
«Por ejemplo, si me propongo hacer deporte, cuando es algo que odio, y me lo planteo porque no se me ocurre ningún propósito más, mejor olvidarse, porque el fracaso está garantizado», advierte Soler Labajos, quien afirma que el 'superpoder' de los antipropósitos es su capacidad para evitar el estrés autoimpuesto adicional al del propio propósito, la piedra «en la que cada año tropiezan muchas personas».
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