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La muerte más descarnada

Perder a un ser querido sin despedirnos, imaginándolo solo en ese trance mientras estamos confinados, puede llevarnos al límite de nuestra salud mental

Domingo, 12 de abril 2020

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«Socorro». «Ayudadme».«Por favor». «Os lo pido». Esto es lo que se encuentra Valeria Moriconi cada mañana al abrir el correo electrónico del servicio gratuito de atención a familiares de víctimas del coronavirus puesto en marcha por el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. « ... Es lo que escriben en el asunto, el título del email. Luego ya lo abres y dentro lees sus historias, gente que ha perdido a sus dos padres el mismo día, una madre que cae muerta en el pasillo y tardan doce horas en ir a recogerla... Todo lo que está pasando. Pero a mí lo que más me impacta son esos encabezados que te dan idea de cómo pueden sentirse, y encima ellos también encerrados. Imagina haber perdido a varios miembros de la familia», explica la psicóloga, que ha derivado a tratamiento a 200 personas. «Puede que cuando pase esto haya una avalancha de solicitudes de ayuda psicológica».

Hay 16.000 dramas distintos, tantos como muertes ha provocado hasta el momento la pandemia en España, a los que se suman los fallecidos por otras causas que, por la situación, se han quedado igualmente sin la despedida que merecían. La gran mayoría han muerto solos, quizá sin comprender bien por qué los han abandonado en el trance más temido, la noche más larga, que cantaba Aute, otra baja en estos tiempos raros.

«Cuando pase todo esto puede que haya una avalancha de peticiones de ayuda psicológica»

Pero son los que se han quedado los que tienen que llevar una carga, que, según los expertos está siendo y será dura. Herminia López y Pilar Alonso, dos amigas de una residencia de mayores en Bilbao, llevaban años compartiendo vida. Herminia, de 97, falleció el 31 de marzo; detrás de ella se fue Pilar, el domingo pasado, a los 98, como si no quisiera quedarse sola. Las desgracias están llegando de muchas maneras, pero estos centros simbolizan la gran tragedia de la pandemia; los tremendos datos que llegan desde dentro de sus muros, –10.000 caídos en residencias, aproximadamente el 60% de las víctimas mortales en nuestro país– mantienen a sus allegados temiéndose lo peor. Desde el inicio del confinamiento, 15 de marzo, los residentes no reciben visitas por su propia protección; en ocasiones, solo una videollamada semanal ayuda a sobrellevar la distancia y el miedo. Muchos aún pueden leer los periódicos y entender los informativos; saben lo que hay. Otros no, ni siquiera hablar por teléfono, y quedan mirando hacia la entrada, preguntándose eternamente por qué esa cara que les sonreía no aparece.

Gloria Oña, con su madre, Pilar Alonso.

Cuando el coronavirus llama a la puerta en forma de positivo, toca aislar al enfermo y a los que tenían contacto con él. Queda prepararse para lo peor, ellos y sus familias. Llegado el caso, morirán lejos de los suyos. Los contagiados serán incinerados en soledad. Y los suyos, encerrados a su vez, cerca pero en los confines del universo, que llevaban semanas sin verle, tocarle, hablarle, abrazarle... quedan con las manos vacías.

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Herminia y Pilar habían cumplido años en febrero y tuvieron su fiesta; flores, canciones, pasteles... Ambas era muy golosas. Días de febrero, cuando el mundo era otro, en los que nada hacía sospechar lo que se avecinaba. Las hijas de Herminia, Espe y Maite Mata, se turnaban para visitarla a diario. Gloria Oña, la de Pilar, también se ha desvivido por ella todo ese tiempo. Hoy las tres se lamentan de no haber podido estar a su lado. Espe y Maite ni siquiera han podido ir al tanatorio. La última vez que Espe abrazó a su madre fue antes de que el primer positivo entrase en en centro: «Me he sentido muy triste», dice llorando. «No poder verla en esos momentos me ha hecho sentir poco menos que como si fueran leprosas... Una vez vi por la tele que en una residencia de Madrid habían puesto un cristal y podías verlos y ellos te veían a ti... Estoy muy disgustada por esta situación, por no poder hacer lo que se merecían, y esto se nos va a quedar aquí dentro».

Su hermana Maite, incide en ello:«Te queda la cosa de que en los últimos días no has estado. Te dan la noticia y parece que hablan de otro, como si no hubiera sucedido. Te llaman, te dicen y nada más, ahí te quedas. A la hora en que la incineraban, encendí una vela, me acordé de que ella lo hacía cuando sus nietas tenían examen, y la puse junto a su foto».

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Velas, escribirle una carta...

Encender velas, hacer videollamadas grupales con la familia, colgar algo en el balcón de forma simbólica... son formas de suplir la falta de despedida, asegura Gloria Plaza, psicóloga de Logroño especialista en duelo y coautora junto a colegas, enfermeras y trabajadoras sociales de la 'Guía para las personas que sufren una pérdida en tiempos del coronavirus' (colgada en la web www.ipirduelo.com). «Hay que hacer uso de la imaginación, utilizar los recursos expresivos, escribir cómo ha sido, cómo nos sentimos, hacer una bonita carta de despedida, un vídeo conmemorativo con toda la familia. Buscar otras maneras. Y cuando estamos muy mal, buscar ayuda profesional, hay teléfonos gratuitos. Y hay que respetar los necesarios momentos de soledad, respetar el dolor».

Espe y Maite Mata abrazan a su madre, Herminia López.

Asegura Plaza que estamos hablando de un duelo de tipo traumático, complicado, «aunque no siempre tiene que ser así, depende de cada persona y de su situación, de si tiene apoyos, de su caracter... La Historia nos ha puesto cosas muy complicadas, muchos abuelos han vivido la Guerra Civil, situaciones adversas, y el ser humano es capaz de adaptarse». Enfado desplazado hacia los médicos o la situación, tristeza, rabia, confusión e incredulidad, porque no hay entierro ni funeral... son sensaciones normales y habituales en esta circunstancia, añade, y avisa de que pueden aparecer respuestas que nos vuelvan en un futuro; nervios, fobias, miedos... «La mente es muy libre y nos puede llevar a imaginar cosas que quizá ni han sucedido: cómo fueron sus últimos momentos, si sufrió o se sintió abandonada... Y la culpa, '¿por qué no insistí para verla?', '¿por qué no fui más veces?' ¿y si...? Yo he podido acompañar en la muerte a varios de mis familiares, así que no puedo imaginar lo que es esto».

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«Poner una vela a su foto, colgar algo simbólico en el balcón, escribir una carta... Ayuda a despedirnos»

Gloria Oña es la hija de Pilar Alonso, la amiga de Herminia. Ella pudo encontrarse finalmente con su madre en el tanatorio, aunque dudara de si verla en ese estado: «Ahora me alegro mucho de haber ido, lo necesitaba, me ha servido de despedida, porque si no me habría quedado con esa cosa de ¿por qué no fui, por qué? Y ya no habría solución. Me siento con otro ánimo. He tenido angustia al imaginarla sola en la residencia, imaginar qué pensaría ella, si estaría diciendo 'pero, ¿dónde está mi hija?'. También me sirvió verla en una videollamada días antes: me enseñaba las galletas, me mandaba besos...».

«Veo a pacientes morir solos y me rompo»

Empieza a haber muchas voces que se alzan para hacer oír su opinión sobre un sistema que está dejando por el camino muchos perjudicados. Hay ya en Change.org una petición en marcha para conseguir que el Ministerio de Sanidad permita que «las personas ingresadas o alojadas con riesgo de fallecer estén acompañadas por una persona cercana, que se tenga acceso al conocimiento de los especialistas en cuidados paliativos y que se puedan realizar despedidas lo más humanizadas posible tras la defunción». «Se están dando circunstancias que tendrán posteriormente graves consecuencias en la salud mental de la ciudadanía y el personal sanitario, lo que también afectará a la situación económica del país».

Uno de los firmantes ha sido Jesús Sánchez Etxaniz, pediatra vasco responsable de la Unidad de Hospitalización a domicilio y cuidados paliativos pediátricos del Hospital Universitario de Cruces, y de los primeros en dar el paso para denunciar esta situación por medio de una carta que se ha convertido en viral, compartida miles de veces en redes sociales: «Sé que no es fácil compaginar medidas epidemiológicas con medidas humanitarias. Pero, en mi opinión, por razones epidemiológicas se están dejando de lado cuestiones humanitarias. Y no puedo compartir eso. Hay pánico en la población a morirse por el coronavirus. Todos, algún día, nos vamos a morir. ¿Todos lo sabíais ya, verdad? Por un proceso tumoral, por un evento cardiovascular, por un accidente, por senectud o por el Covid19. Y sea cual sea la causa, no se debería permitir que nadie muriera solo, ya sea en su casa o en el hospital. Pero acompañado».

Se le une la opinión en carta de otra pediatra, Lucía Galán: «Veo a pacientes morir solos, sin su familia, sin su gente, sin esa mano, sin esa despedida, sin nada y … me rompo en dos. Que nadie es invencible, los médicos tampoco. Nadie está preparado para morir solo. Nadie está preparado tampoco para dejar el móvil encima de una mesa, clavar tu mirada en él y esperar a que el médico, a quien probablemente nunca has visto, te llame y te dé la noticia».

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