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La película estadounidense 'Soylent Green' (Richard Fleischer, 1973), retitulada en España como 'Cuando el destino nos alcance', se sitúa en un futuro al que estamos a punto de llegar, el año 2022. El policía interpretado por Charlton Heston malvive junto a 40 millones de personas que se hacinan en Nueva York, una urbe contaminada que forma parte de un planeta recalentado por los gases de efecto invernadero. ¿Déjà vu? Solo hay dos tipos de comida para la mayoría –la élite política y económica disfruta de los alimentos clásicos–, Soylent rojo y amarillo, elaborados con ingredientes vegetales, a los que, para paliar la escasez, se suma la variante verde, fabricada, dicen, a base de pláncton. Hasta que se descubre que la hacen con...
Pero hoy el Nueva York metropolitano, a punto de alcanzar ese destino imaginado en 1966 por Harry Harrison en la novela '¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio!' que inspiró el filme, solo llega a los 22 millones de habitantes, la mitad de lo que proponía esa angustiosa distopía. O mejor 'demodistopía', como la llama Andreu Domingo, doctor en Sociología y subdirector del Centre d'Estudis Demogràfics de la Universidad Autónoma de Barcelona, autor de ensayos como 'Descenso literario a los infiernos demográficos. Distopía y población'. En él habla de cómo, tras la Segunda Guerra Mundial, la explosión demográfica empezó a competir con el holocausto nuclear para convertirse en la gran amenaza global del planeta, y se fija en la literatura que refleja «esa preocupación estrechamente relacionada con el miedo en el Primer Mundo a la expansión de los países en desarrollo».
En su ensayo, Andreu Domingo cuestiona el alarmismo de determinados análisis demográficos y posicionamientos políticos que tratan de instalar el pánico colectivo: «No debemos tener tanto miedo, hay que desdramatizar el tema del crecimiento demográfico. En 1968, Paul Ehrlich estaba advirtiendo a la humanidad de que, por culpa de la 'bomba demográfica', en 1975 ya estaríamos sufriendo grandes hambrunas a nivel mundial al agotarse los recursos. No fue así».
No es fácil imaginar cómo será el porvenir demográficamente hablando, saber si esto acabará reventando por algún sitio como el camarote de los hermanos Marx. Complejo incluso si solo nos referimos a las cifras. La predicción de Naciones Unidas afirma que los 7.800 millones de habitantes actuales de la Tierra serán 9.735 en 2050 y casi 11.000 con el nuevo siglo. Pero periódicamente surgen voces que ponen en entredicho estas previsiones, como el demógrafo noruego Jørgen Randers, que ha abandonado sus advertencias de épocas anteriores sobre la debacle que causaría una población sobredimensionada para contradecir los datos oficiales y aseverar que ni siquiera alcanzaremos los 9.000 millones: «Llegaremos a un máximo de 8.000 en 2040 para disminuir luego».
Domingo explica cómo se crean los datos oficiales de Naciones Unidas: «Gracias a un informe anual con datos aportados por todos los países y su posterior revisión. Y plantean tres escenarios, alto, medio y bajo; la hipótesis que se toma como referencia, la más probable, es la del escenario medio. Los últimos datos, los de 2019, que aún no han sido revisados, hablan de que para 2100 seremos 10.875 millones, mientras que el alto nos coloca en 15.000, y el bajo se queda en 7.300. Se toma como probable el medio. Y ahí no se habla de ningún descenso».
Para este experto, la población sigue creciendo pese al aumento de la mortalidad del 'baby boom' que ya empieza en Europa y se une al descenso de la fecundidad y al envejecimiento, que será muy acusado en 2050. «La ONU admite que este escenario se irá produciendo en los distintos países aunque con calendarios muy diferentes, con lo que esto no va a empujar a la población mundial a descender este siglo». Empezando, advierte, porque África tendrá en 30 años el doble de población que ahora, y para 2100 será el triple. «Y no es por la fecundidad, que irá bajando también allí, sino porque las niñas de ahora empezarán a ser madres y sus habitantes crecerán mucho». En cuanto a las migraciones, no importan mucho a nivel global, señala.
Antonio Izquierdo, doctor en Sociología y catedrático en la Universidad de A Coruña, considera que «lo único cierto en las predicciones demográficas a tan largo plazo es que siempre se han equivocado. Los indicios disponibles apuntan a que la población no crecerá hasta los 10.000 millones. Quizás el punto medio entre las dos predicciones –las de Naciones Unidas y las propuestas a la baja por los críticos– sea lo más probable. Los errores se producen porque las ciencias sociales están retrasadas respecto de las naturales y no somos capaces de predecir la trayectoria que seguirá ni la fecundidad ni la mortalidad. Nos manejamos con menos margen de error en lo que se refiere a la mortalidad, pero se está viendo con el Covid-19 que ni siquiera somos capaces de contar fiablemente a los fallecidos, ni en los países ricos ni menos aún en los pobres».
– ¿Qué efectos tendrá el coronavirus en la población mundial?
– Va a empobrecerla en su conjunto. Y, desde este punto, pienso que lo más razonable para adaptarse a la situación será la práctica del 'malthusianismo de la pobreza';el número de hijos por mujer se irá reduciendo sin redistribución de la riqueza, por adaptación a la disminución de los recursos económicos en las parejas.
Teresa Castro, licenciada en Sociología y profesora de Investigación en el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), cree también que las proyecciones de población, especialmente a nivel mundial, «tienen un elevado grado de incertidumbre y un considerable margen de error a largo plazo». Pero indica que todas coinciden en que se llegará a un pico máximo y después se iniciará un descenso, «aunque difieren bastante en la fecha». «Me parece muy temprano alcanzar el 'máximo' en 2040, cuando Naciones Unidas prevé que el África subsahariana doble su población para 2050, aunque baje la de Europa».
Se refiere también Castro a las proyecciones del Instituto de Métricas y Evaluación de Salud de la Universidad de Washington (IHME) publicadas recientemente en 'The Lancet', que proponen alcanzar el pico en la década de 2060, con 9.700 millones, para disminuir después hasta instalarse en 8.800 en 2100: «Han recibido críticas por los datos utilizados, algunas de sus hipótesis de base y algunos de sus resultados, como, por ejemplo, que la tasa de fecundidad de muchos países africanos será inferior en 2100 a la del norte de Europa. Las proyecciones de Naciones Unidas son rigurosas y fiables».
Las soluciones son complejas a la hora de frenar el abuso de un planeta con recursos limitados y castigado por el cambio climático. Pero los tres expertos coinciden en que pasan más por aprender a 'decrecer' que por cualquier política de contención demográfica. Antonio Izquierdo: «Lo más deseable sería la estabilización del número de habitantes dada la depredación de los recursos naturales y la crisis ecológica. Pero aún más importante es la contención del consumo en los países más ricos». Teresa Castro: «Aunque parezca que una reducción de la población mundial es una buena noticia, los patrones de producción, consumo y las tecnologías tienen más incidencia en el cambio climático que el mero tamaño de la población. Y el ritmo de crecimiento demográfico es muy desigual según los distintos países y regiones».
Andreu Domingo alerta además del peligro de usar el paraguas del cambio climático para explicar cualquier situación «que no nos gusta»: «Una de las regiones más castigadas será África, donde habrá migraciones, pero hay que pensar que la mayoría no se dan entre países, sino entre regiones del propio país, por sequías, catástrofes naturales... y además primero se va la gente que tiene dinero, mientras que los pobres se quedan». Señala que a Europa el mercado laboral de África, «cada vez mejor instruido, le vendría muy bien, pero la política no va por ahí. Y en vez de plantear el decrecimiento solo de la población, para parar el cambio climático lo que hay que hacer es frenar el consumismo».
Andreu Domingo alerta de las «tres metáforas» que, a su juicio, emplea la extrema derecha y posiciones cercanas para «asustar a la población». Habla del 'invierno demográfico', «que usa el envejecimiento de la población trasponiendo las características biológicas del envejecimiento individual al global demográfico, alegando que perderemos posiciones por ello, cuando ¿dime quién gana en innovación, la vieja Alemania o el joven Níger?». Luego está el 'suicidio demográfico': «se acusa a los jóvenes en particular de hedonistas, y a las feministas de difundir la llamada 'ideología de género' para no tener hijos, cuando hay razones económicas que empujan a retrasar o renunciar a ello porque el sistema productivo no casa con el reproductivo». Y 'el gran reemplazo', que vende que las élites cambian a la clase trabajadora blanca por inmigrantes».
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