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Ilustración: Mikel Casal
La ecuación de la felicidad: empieza por rebajar tus expectativas

La ecuación de la felicidad: empieza por rebajar tus expectativas

Un equipo de investigadores usa los juegos de una 'app' para desentrañar ese sentimiento «de naturaleza efímera» que tanto nos importa

Lunes, 31 de mayo 2021, 18:57

Seguramente seríamos mucho más felices si a nadie se le hubiese ocurrido jamás el concepto de felicidad. Viviríamos, pasaríamos ratos buenos y ratos malos, avanzaríamos haciendo eses entre la ilusión y la decepción, pero no estaríamos todos los días torturándonos a nosotros mismos con esa pregunta cargante e insidiosa: ¿soy feliz? Ya se sabe, además, que el momento en el que nos planteamos el interrogante suele ser, precisamente, cuando algún factor nos lleva a responder que no, o no del todo, o menos de lo que deberíamos, como si nuestra existencia fuese un continuo salto de altura en el que nos medimos con un listón invisible. Pero, en fin, el caso es que esa aspiración nos acompaña desde el principio de los tiempos: en cuanto el hombre empezó a filosofar, se centró inmediatamente en la fórmula para ser más feliz o feliz del todo (ahí están todos los pensadores griegos, buscándole mil matices al asunto), y seguramente el troglodita se sentaba junto a la hoguera y se preguntaba si no estaría más contento y realizado en otra cueva más amplia y con mejores vistas.

Las ciencias sociales, cómo no, siempre han dedicado buena parte de sus esfuerzos a indagar qué cosas nos proporcionan una felicidad más intensa o más duradera, con el hándicap de que la única manera para saber lo feliz que se siente alguien es preguntárselo y confiar en que no nos mienta ni se engañe a sí mismo. En las últimas décadas, los investigadores han encontrado un aliado fabuloso en los teléfonos móviles, que permiten que esos sondeos lleguen a muchísima más gente (de cientos se puede saltar a millones) y se ciñan de manera más estrecha a la vida cotidiana de las personas (ya que el dispositivo está siempre con nosotros, algo que, dicho sea de paso, no está nada claro que contribuya a nuestra felicidad). Un equipo de la Universidad de Yale y del University College de Londres ha puesto en marcha una novedosa iniciativa de ciencia ciudadana que trata de dar con la ecuación definitiva de la felicidad utilizando los juegos: para participar en el proyecto, no hay más que descargarse su 'app' gratuita (The Happiness Project) y probar los cuatro sencillos minijuegos que incluye, con planteamientos que van desde la pesca hasta la búsqueda de un tesoro. Y, claro, también hay que responder a las preguntas que nos hagan sobre el estado de ánimo que nos va dejando cada partida.

El estudio sigue en curso, pero sus autores ya han llegado a un par de conclusiones nítidas, con las que aspiran a modificar una primera ecuación de la felicidad que confeccionaron hace algunos años y que da un poco de miedo: son esas letras misteriosas que aparecen en la ilustración de arriba, ¡menos mal que no hay que memorizarlas para ser feliz! La primera evidencia clara, que coincide con lo que han afirmado tantos y tantos filósofos a lo largo de la historia, es que nuestras expectativas tienen un peso decisivo para que nos sintamos felices o infelices. El reto está en ajustar esas expectativas a la realidad, porque el exceso y el defecto son vicios igualmente perniciosos. Si esperamos que nos pase algo muy bueno y después no ocurre, nos sentiremos desengañados. Si no esperamos que nos ocurra nada bueno para dar así esquinazo a la decepción, difícilmente vamos a sentir mucha ilusión por el porvenir. El 'todo va a salir bien' es un mal compañero que nos conduce con engaños hacia el desastre, pero el 'todo va a salir mal' es un cenizo que nos hunde en la miseria de partida. «En general, lo mejor para nuestra felicidad y para tomar buenas decisiones son las expectativas realistas. Creo que puede ser útil reflexionar sobre si nuestras expectativas son poco realistas, especialmente a la hora de dar algún paso importante: puede ser una buena idea consultar a nuestros amigos lo que piensan», explica a este periódico el neurocientífico Robb Rutledge, que encabeza el equipo.

Una herramienta, no una meta

Esas películas que nos montamos en la cabeza, y que el auge de las redes sociales no ha atenuado precisamente, proyectan sobre nuestra vida real una sombra de frustración, de irritación, de rechazo por lo que en realidad nos ocurre. «Desde el momento en el que las expectativas determinan cómo debería ser nuestra vida, perdemos nuestra capacidad para vivir y disfrutar de las cosas que realmente nos están pasando. Perdemos nuestra libertad. Todo gira en torno a lo que nosotros creemos que debería pasar, o en torno a como nosotros creemos que se deberían comportar los demás. ¡Nos olvidamos de vivir la realidad!», asiente la psicóloga y 'coach' madrileña Laura García, que defiende que «la felicidad no es algo externo ni tampoco la meta a lograr».

Y, precisamente, esa última afirmación coincide con la otra certeza que la 'app' anglosajona ya ha dibujado claramente: la felicidad no ha de ser una meta, sino simplemente una herramienta, un indicador que nos permite conocernos mejor y saber lo que de verdad nos importa en la vida. Con la felicidad pasa un poco como con el amor, que a menudo nos hemos empeñado en una idea romántica y absoluta que no se ajusta a nuestra realidad cotidiana. Rutledge insiste en que la felicidad tiene «una naturaleza efímera», que es algo así como un chute de efecto muy limitado en el tiempo, y explica que esa brevedad del bienestar es lo que permite a nuestro cerebro adaptarse a las circunstancias y tomar nuevas decisiones, para las que el subidón de hace unos minutos resulta ya irrelevante. Pero... ¿no es un poco triste esto, no tiene algo de claudicación lo de resignarse a una felicidad que caduca tan rápido? «Ciertamente, podemos aspirar a estar contentos con nuestras vidas –puntualiza Rutledge–. Si prestamos atención a lo felices que nos sentimos ahora mismo, esa señal sobre nuestra respuesta emocional a las circunstancias es, creo yo, una herramienta muy útil para guiar nuestra toma de decisiones. Si escuchamos a nuestra felicidad, tenemos una probabilidad mayor de sentirnos satisfechos con nuestras vidas».

Los estudios sobre la felicidad, que tradicionalmente han tenido cierto aire de capricho intelectual, han adquirido en el último año un inesperado carácter de urgencia. La pandemia nos ha dado un buen vapuleo anímico y todos hemos mirado en alguna ocasión hacia dentro, en busca de los resortes y engranajes de nuestra alegría perdida. «No sabemos por qué el malestar dura más en unas personas que en otras», resume el investigador, que señala que las principales variables que manejan en The Happiness Project (la incertidumbre, las cábalas sobre el futuro, el aprendizaje...) son precisamente las que se han puesto en juego durante este periodo. En la Universidad de Yale trabaja también la psicóloga Laurie Santos, a quien podríamos llamar la superestrella académica en asuntos de felicidad por su podcast 'The Happiness Lab' y su curso 'online' sobre la ciencia del bienestar, con casi tres millones y medio de alumnos inscritos. Santos sostiene que «nuestra intuición es muy mala» a la hora de decidir lo que debemos hacer para sentirnos felices y que ese estado está a merced de las incontables decisiones que vamos tomando a diario, por lo que la 'app' puede brindar interesantes claves para entender mejor esa influencia y llegar a conclusiones generales.

Una receta en cinco puntos

Pero, mientras esperamos esa ecuación definitiva, la profesora suele recomendar a sus alumnos cinco sencillas prácticas que contribuyen al ansiado bienestar. La primera es comunicarnos con los demás y tratar con otros seres humanos, aunque sean desconocidos: tal como nos ha hecho constatar la pandemia, hasta los más huraños de nuestra especie solemos sentirnos inesperadamente reconfortados después de un trato amistoso con otra persona, aunque no sea más que una breve conversación al comprar el pan. La segunda consiste en «dar las gracias», no a esa panadera tan maja (que también) sino en general, es decir, pararnos a pensar en las cosas buenas que tenemos e incluso dedicar unos minutos cada jornada a ponerlas por escrito. Si lo de llevar un 'diario de gratitud' nos parece místico o hippie en exceso, podemos reservar un espacio semanal a evocar los momentos felices de los últimos días y tratar de 'pescar' el sentimiento que nos embargó entonces. El tercer consejo, muy importante, es tratar de vivir el momento y no dejar que la anticipación nos arrebate sistemáticamente el presente. El cuarto es, al menos en teoría, el más sencillo: dormir lo suficiente (mejor irse a la cama con un libro de papel que con el móvil) y hacer algo de ejercicio.

¿Y la quinta recomendación? Una de las cosas que nos proporcionan una dosis más segura de felicidad es «hacer cosas buenas por otros», sea prestar ayuda a un vecino o donar dinero para alguna causa humanitaria, pero la profesora insiste en que nosotros mismos también debemos beneficiarnos de esa generosidad nuestra: no nos tratemos con demasiada dureza, ni nos condenemos a la desgracia por nuestra obsesión con ser idealmente felices.

¿Y cómo hacemos para mantener a raya nuestras expectativas?

No es una empresa fácil en un mundo que nos propone constantemente modelos inalcanzables y aspiraciones engañosas, pero la psicóloga Laura García propone tres puntos de partida.

1. Céntrate en lo que sí controlas. «No puedes controlar los pensamientos de los demás o las cosas que pasan en el mundo –apunta–, pero sí puedes tomar la iniciativa y hacer que aquellas cosas que dependen de ti sucedan. Sé proactivo y da pequeños pasos hacia ellas. Esto no quiere decir que todo tenga que ir conforme a tus deseos, pero sí habrás hecho todo lo que está en tu mano para conseguir tus objetivos».

2. Atiende al presente. «Las expectativas te impiden vivir la realidad que tienes ante ti. Céntrate en lo que realmente está pasando y acepta que no tiene por qué ser como tú lo habías imaginado. ¡No por ello va a ser peor!», tranquiliza la especialista.

3. No esperes tanto de otros. «Acepta que las cosas no siempre ocurren como te gustaría ni las personas tienen por qué comportarse como tú quieres. Cuando dejes de esperar y entiendas que no se trata de que ellos lo hagan mal, sino de que tú esperabas otra cosa y no ha ocurrido, podrás ser mas compasivo y flexible, tanto con ellos como contigo mismo, y sin duda eso hará que te sientas más feliz».

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