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Se ha hablado y se ha escrito tanto sobre la relación entre el dinero y la felicidad que casi da un poco de vergüenza acumular más palabras acerca de este asunto. De hecho, resulta tentador resolver la cuestión con unas cuantas citas agudas o ingeniosas, aprovechando que sobre esto se ha pronunciado casi todo el mundo: desde un batallón de filósofos y economistas, cómo no, hasta la actriz Bo Derek («el que dijo que el dinero no puede comprar la felicidad simplemente no sabía dónde comprar») o el empresario circense P.T. Barnum («el dinero es un patrón terrible, pero un sirviente espléndido»). Además, por muchas vueltas que le demos, siempre acabamos con la impresión de que en el fondo todos estamos de acuerdo en lo básico: claro que el dinero no garantiza la felicidad, pero resulta igualmente obvio que resulta muy complicado sentirse feliz cuando se carece de él.
Los sociólogos y psicólogos no pueden conformarse con esta convicción intuitiva y llevan muchos años organizando estudios para comprobar cómo funciona el vínculo entre esas dos variables tan cruciales en nuestra vida. No se trata de una empresa sencilla, ya que hablamos de dos cosas muy diferentes: una es cuantificable por definición, y de hecho sus fluctuaciones quedan registradas con decimales y todo en nuestras cuentas del banco, mientras que la otra es tan abstracta y tan subjetiva que nos cuesta definirla y mucho más aún medirla. Los intentos científicos de profundizar en la relación entre nuestras finanzas y nuestro bienestar han tenido que confiar tradicionalmente en la valoración que las personas participantes hacían de su propia vida: se les pedía que hicieran balance, una tarea en la que a menudo nos engañamos o nos corregimos a nosotros mismos. De las conclusiones que han salido de esos estudios, una de las más aceptadas es que la felicidad va ascendiendo a la par que los ingresos hasta alcanzar un cierto nivel, situado en torno a los 60.000 euros anuales de renta: a partir de ahí, la 'ganancia' en felicidad se volvería irrelevante. ¿Por qué? Algunos investigadores afirman que ese incremento de la felicidad se debe, en realidad, a la progresiva eliminación –gracias al dinero– de cuestiones que pueden socavar nuestro bienestar. Es decir, no se trataría exactamente de que las personas con más recursos sean más felices, sino de que tienen menos motivos para sentirse desgraciados, algo que se estabiliza a partir de esa frontera.
Un ambicioso proyecto estadounidense acaba de cuestionar ese supuesto estancamiento. El estudio del profesor Matt Killingsworth, de la Universidad de Pensilvania, ha concluido que no existe tal límite: el nivel de felicidad sigue aumentando de manera constante y consistente entre las rentas superiores a los 60.000, a los 100.000 o a los 200.000 euros. La gran novedad de su planteamiento es que, gracias a la tecnología, ha minimizado el sesgo que podía imprimir la evaluación retrospectiva de la propia vida: a través de una app específica, Track Your Happiness, se dedicó a interrogar a 33.391 adultos sobre su estado de ánimo en momentos aleatorios, hasta obtener más de 1,7 millones de 'fotografías' emocionales, en las que los participantes especificaban su nivel de bienestar dentro de una escala o lo describían en función del sentimiento dominante (confiado, orgulloso, asustado, decepcionado...). Además, ha complementado esa cuantiosa recolección de datos con encuestas de tipo evaluativo, en la que entraban a valorar más serenamente su satisfacción con la vida.
matt Killingsworth
«Las rentas más altas están asociadas, de manera sólida, con mayor bienestar en ambos enfoques», resume. Killingsworth ha tenido en cuenta que no todo el mundo da la misma importancia al dinero, y eso se refleja de manera curiosa en su estudio: «Las personas que ganan poco dinero son más felices si piensan que el dinero no es importante, mientras que las personas que ganan mucho son más felices si piensan que el dinero sí es importante». Entonces, ¿puede ser el desinterés por la riqueza un camino alternativo hacia la felicidad? «El dinero importa mucho más a unas personas que a otras. Algunas personas que dicen que el dinero no les importa no se están engañando a sí mismas: verdaderamente presentan una incidencia mucho menor del dinero sobre su felicidad. Si no ganas mucho, es posible construir una vida muy feliz con cosas que sean disfrutables y satisfactorias y no cuesten mucho», explica el autor a este periódico.
Porque la correspondencia directa y generalizada entre nivel de ingresos y grado de felicidad no debe confundirnos: «Hay mucha gente rica que es infeliz y mucha gente pobre que es feliz, ya que en la felicidad influyen muchos factores y el dinero solo es uno de ellos. Nadie debería creer que ha de ganar un montón de dinero para ser feliz. Pero, a la vez, el dinero es un factor: las pequeñas diferencias de ingresos tienen efectos muy limitados en la felicidad, pero la diferencia de felicidad entre los más ricos y los más pobres es grande», desarrolla. La pandemia, esta sacudida global que ha puesto a prueba los pilares de la sociedad, nos brinda un ángulo muy esclarecedor para examinar los cimientos financieros de nuestro bienestar: «El efecto del dinero sobre la felicidad se basa casi por completo en dos cuestiones: da a la gente una mayor sensación de control sobre su vida y le proporciona la libertad de no preocuparse por las facturas. Parece probable que, en tiempos malos como estos, ambos beneficios sean mayores que en una situación normal», expone Killingsworth.
Las conclusiones del investigador coinciden, en términos generales, con lo que afirman algunas personas que se han parado a reflexionar sobre este tema. «El dinero es parte de la fórmula de la felicidad junto a otros factores, como la salud o la familia. Si no tienes salud, ser millonario no significa que vayas a ser feliz. Cuando se suman todos esos factores, suele llegar la felicidad: tal vez el dinero no la produzca, pero indiscutiblemente te hará llevar una vida mejor, porque su falta genera muchos problemas. Creo que sería más correcto decir que el dinero expande la felicidad, especialmente si lo sabes usar: el problema es que la mayoría no sabe», plantea Francisca Serrano, directora de Trading y Bolsa para Torpes y autora del libro 'Escuela de éxito, dinero y felicidad'. Serrano estudió filosofía en su juventud y siempre ha estado muy interesada en las sutilezas de ese vínculo entre las finanzas y el bienestar: «El dinero produce felicidad si te ayuda a alcanzar tus sueños y también si te sirve para cubrir necesidades tuyas y de tus seres queridos. No debemos avergonzarnos de reconocer que tener dinero es bueno», concluye.
francisca serrano
En un sentido similar se pronuncia el economista y columnista mexicano Alberto Tovar, que ha publicado un volumen titulado precisamente 'Dinero y felicidad': «Tener dinero no da la felicidad, pero es un buen instrumento para alcanzar los sueños que uno tiene. En ocasiones se piensa en las finanzas personales como algo frío, pero creo que es todo lo contrario: una buena administración te lleva a lograr las metas que te has propuesto para ti y tu familia», concluye. Si aun así fracasamos, siempre podremos tirar de citas y decir lo mismo que Laura, el personaje de Jacinto Benavente en 'Rosas de otoño': «El dinero no puede hacer que seamos felices, pero es lo único que nos compensa de no serlo».
En otro estudio del año pasado, realizado en colaboración con expertos de otras dos universidades y utilizando también la app, el profesor Killingsworth comprobó que las personas obtienen una inyección mayor de felicidad al comprar experiencias (viajes, espectáculos, actividades, comidas en restaurantes) que al comprar objetos. Incluso, aunque pueda parecer paradójico, ese bienestar resulta más duradero, ya que las experiencias suelen ser compartidas y dan lugar a recuerdos, conversaciones y lazos más estrechos con parientes y amigos. «Las compras de experiencias hacen que la gente se sienta mejor consigo misma y conecte más con otras personas. Los bienes materiales, en cambio, tienden a difuminarse psicológicamente: aunque la gente continúe utilizándolos con cierta frecuencia, puede que ya no obtenga de ellos el mismo nivel de disfrute».
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