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El duelo es el tiempo que tarda un corazón roto en cicatrizar. No es una definición técnica, pero sí sencilla para entender este proceso tan complejo de la vida en el que, muchas veces, ni el doliente sabe cómo atravesarlo ni los demás cómo ayudarle.
No existe una fórmula exacta para recuperarse de una pérdida, ni tampoco unas palabras mágicas que sirvan para reconfortar a todo aquel que la sufre, pero los expertos en duelo reconocen que, si queremos ser realmente útiles al acompañar a otros en su dolor, hay frases hechas que deberíamos evitar y formas de actuar que es recomendable poner en práctica. Un saber que no ocupa lugar, sobre todo ahora que el coronavirus ha apagado tantas vidas.
José González, terapeuta de Apertus Psicólogos y especialista en duelo, describe el camino hacia la aceptación de una pérdida como «un túnel» que hay que atravesar forzosamente y en cuyo camino encontramos emociones desagradables como la rabia, la ira, la tristeza o la envidia. «Es una de las experiencias más estresantes que ha de afrontar el ser humano y está asociada a importantes problemas de salud como depresión, ansiedad, abuso de fármacos o ideación suicida, pero también cumple un papel adaptativo que puede contribuir al crecimiento personal».
José González
Ese túnel es el que tuvo que atravesar María Somoza con 21 años, tras fallecer su padre. «Es un recuerdo horrible que, incluso pasada una década, aún me hace llorar», declara. «Cuando me lo dijeron se me cayó el mundo encima y no empecé a levantar cabeza hasta pasados cuatro o cinco meses, aunque psicológicamente te afecta durante mucho más tiempo. Es una tragedia con la que aprendes a vivir, pero realmente no la olvidas nunca».
Ante la pérdida de un ser querido, el organismo reacciona con una activación a nivel cognitivo (pensamientos como 'por qué me ha pasado esto a mí' o '¿y ahora qué hago yo?', sentimiento de culpa, idealización del difunto); físico (taquicardias, nudo en el estómago, sudoración, alteraciones del sueño) y motor (comer compulsivamente, fumar o beber en exceso, morderse las uñas).
El duelo, sin embargo, no siempre tiene que ir ligado a la muerte. Otras causas son: enfermedades, separaciones de pareja o despidos laboral. «Todas ellas provocan emociones y sentimientos que tienen una base común, pero que se diferencian en la intensidad y en la capacidad del individuo para asumir la sensación de pérdida», declara González.
José González
También es posible distinguir entre varios tipos de duelo: normal (las reacciones citadas permanecen durante un periodo de entre seis y dieciocho meses), patológico (ruptura del equilibrio físico y psíquico del individuo, que se ve superado por el dolor), crónico (se perpetua en el tiempo y el familiar es incapaz de reinsertarse socialmente), anticipado (la pérdida se percibe como inevitable antes de que suceda), retardado (se muestra en aquellas personas que en las fases iniciales del duelo no dan indicios de sufrimiento) y ambiguo (aparece como consecuencia de la no presencia física del fallecido, por ejemplo, en personas con familiares desaparecidos o dados por muertos).
Lo que sí se mantiene siempre igual son las fases que se atraviesan desde que ocurre el drama hasta que se supera: negación, ira, culpa, depresión y aceptación. Una persona que quiera ayudar a otra a atravesar estas etapas, sea cual sea su tipo de duelo, tiene que adaptar su comportamiento y sus palabras a cada una de ellas. Así, por ejemplo, durante la negación no habrá que forzar al doliente a admitir lo sucedido. Al contrario, debemos darle margen y adaptarnos a su ritmo de asimilación de la tragedia.
Por su parte, durante la etapa de ira habrá que darle libertad para expresar su frustración y no propiciar un enfrentamiento si se enfada, grita o llora. «Cuando vemos una emoción desagradable en otra persona nos sentimos incómodos e intentamos frenarla, pero la clave está en soportarla para que quien la sufre se desahogue», recalca el terapeuta. Esto no significa fusionarse con la emoción del otro. «La empatía de quien acompaña es esencial, pero se vuelve disfuncional si es excesiva. Cada uno debe realizar su duelo de forma independiente», agrega.
Algunas recomendaciones para el acompañante son: familiarizarse con el proceso de duelo para entender su sintomatología, evitar las frases hechas (sé cómo te sientes, podía haber sido peor…), facilitar la ventilación de emociones del doliente, mostrar cercanía, mantener el contacto (llamar, hacer una vista), ayudar en la toma de decisiones sin avasallar, dar esperanza y buscar juntos nuevos motivos a los que la persona pueda aferrarse para seguir viviendo.
Un proceso de duelo puede durar desde meses hasta años. No todas las personas que lo atraviesan necesitan ayuda profesional, pero sí apoyo de su círculo social. Terapéuticamente, se considera 'superado' cuando el individuo es capaz de convivir con una tristeza sostenible y hablar con naturalidad de la perdida sufrida.
1. «Sé cómo te sientes».
2. «Mientras hay vida hay esperanza»
3. «Ahora ya descansáis los dos».
4. «Tú lo llevarás bien, eres fuerte».
5. «Suerte que tienes hijos y te ayudarán».
6. «Así es la vida, hoy estamos aquí y mañana quién sabe».
7. «Podría haber sido peor».
8. «Tranquila, el tiempo todo lo cura».
9. «Con lo bueno que era».
10. «Lo siento en el alma».
Un error en el que se cae a menudo es tratar la pérdida como un tabú, sobre todo en presencia de los niños. Se hace con la intención de que no sufran, pero no hablar de ello dificulta la realización de un duelo normal. «En el mundo infantil, la muerte y el duelo están más presentes de lo que creemos. Casi todos los cuentos y las películas de Disney tienen secuencias donde alguien muere», señala González. Esto significa que saben lo que es, aunque no lleguen a entender del todo sus consecuencias.
El terapeuta destaca la importancia de naturalizar el duelo con los niños y los adolescentes. «Muchas veces, a los menores les robamos una información muy valiosa que les ayuda a entender la realidad. No disponer de una explicación sobre un hecho traumático les puede llevar a pensar que lo que ha ocurrido, ya sea un fallecimiento o la ruptura de sus padres, ha sido culpa suya. Una clave importante es: si tienen capacidad para preguntar sobre la muerte, también la tienen para escuchar una respuesta».
Durante el confinamiento provocado por la pandemia de Covid-19, millones de personas han perdido a seres queridos. A la ya difícil situación de enfrentarse a la pérdida, se ha sumado la imposibilidad de despedirse y celebrar velatorios. Dichas circunstancias traumáticas han podido desencadenar duelos patológicos en un gran número de personas, que habrán experimentado síntomas psicológicos de una duración e intensidad mucho mayor a la habitual.
Rosa Portero, psicóloga sanitaria en Center Psicología Clínica, lo corrobora: «El proceso de despedida en el duelo es psicológicamente necesario porque contribuye a asumir y recolocar emocionalmente la pérdida que hemos sufrido. El confinamiento ha obstaculizado los ritos funerarios y no poder acompañar al ser querido en sus últimos momentos ha ocasionado un sufrimiento añadido en los dolientes».
La especialista destaca, sin embargo, que el hecho de no poder despedirnos directamente de nuestro familiar no supone que no haya otras alternativas. «Si no es posible estar presente durante el entierro o la incineración, podemos pedir a la funeraria que incluyan sobre el féretro algún escrito o fotografía nuestra o preguntar a qué hora se producirá la incineración y celebrar un rito en casa que coincida con ese horario».
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