Borrar
Ilustración: R. Parrado
Dígalo sin miedo a molestar

Dígalo sin miedo a molestar

La pandemia y los límites que impone en las relaciones sociales son el mejor entrenamiento para dominar el arte de la asertividad

Lunes, 2 de noviembre 2020

Le voy a contar algo, pero, por favor, no se ofenda. Estoy segura de que lo que quiero transmitirle es un conocimiento que le será valioso. Lo he estudiado, contrastado y es un tema que domino. Pero dudo de su oportunidad en estos tiempos que corren; ya sea porque le pueda parecer trivial o porque al haber oído hablar de él se le antoje algo manido. Temo, en el fondo, perder su fidelidad como lector. ¿Le parece que comience?

Con semejante carta de presentación ya se habrá puesto en guardia y sospechado, casi sin querer: «¿qué rollo me van a contar?». Lo más probable es que pase página y a otra cosa, una reacción del todo lógica que me hará perder la oportunidad de transmitirle lo que deseo. ¿Qué ha fallado? Mi nula asertividad.

El arranque de este artículo es un ejemplo de libro de cómo expresarse sin ni pizca de ella. ¿Es relevante? En la vida, en general, sí. Y en los tiempos de pandemia que acontecen, más aún. Las reglas del juego social han cambiado y la nueva normalidad nos obliga a entrenarnos en este difícil arte no apto para inseguros.

En muy resumidas cuentas, la asertividad no es otra cosa que la habilidad de expresar correctamente y de forma positiva las posturas propias sin temor a reacciones contrarias. Esto, que puede parecer simple, se complica en la tesitura actual. La imposición continua de límites a los que nos obligan las precauciones sanitarias y la sensación de incertidumbre que todo lo inunda son los dos nuevos factores que afectan a nuestras relaciones, ya sean personales -amistades, familiares y de pareja- o profesionales. Y ambos elementos, límites y seguridad, son básicos en la práctica de esta aptitud.

«Las normas que regían nuestra forma de relacionarnos han cambiado: tenemos que mantener distancias, no tocarnos, la expresión se ve limitada por las mascarillas y las interacciones con personas con las que no convivimos deberían realizarse preferiblemente en espacios ventilados o al aire libre...», recuerda Raquel Huéscar, psicóloga general sanitaria. Pero no es fácil. «¿Por qué nos cuesta tanto adaptarnos a las nuevas relgas? O cuando estas se dicen en alto, ¿Por qué algunas personas siguen insistiendo en convencer de alguna manera al grupo de hacer lo contrario?», reflexiona.

¿Cuestión de seguridad?

Está a la orden del día. Y en este punto es cuando necesitamos entrenamiento. Quizá haya que rechazar una invitación a un cumpleaños infantil con diez niños por mucho que se celebre en un parque o cada tarde considere que su obligación es irse a casa y no quedarse de cañas con los compañeros de trabajo, a pesar de que sea en una terraza. Incluso se ha podido ver en la obligación de recordarle a esa persona que se separe de usted en la cola de la cafetería o pedirle a su vecino de asiento en el autobús que se coloque bien la mascarilla.

«Responder o proponer de forma asertiva depende en gran medida, no solo de nuestras cualidades personales, sino de la creencia firme y la seguridad que tengamos en nuestras ideas o comportamientos. Si tengo claro que no voy a entrar en un espacio cerrado si mascarilla o con muchas personas es más fácil para mí decirlo en alto. Si en cambio tengo dudas, al final no lo veo tan importante y minimizo el riesgo», reflexiona la citada experta.

La seguridad parece estar en el centro de la cuestión. De ahí que en estos momentos cueste más expresar las posturas propias que en otros contextos. ¿Quién no se siente inseguro a veces ahora? ¿Nadie duda de si se estará pasando con los límites o todo lo contrario? «La incertidumbre es tal que nuestro planteamiento vital ha cambiado en muchos casos. Por ejemplo, todo es más a corto plazo. Además, esta situación nueva pone más de relieve el hecho de que antes teníamos 'sensación de seguridad', más que la seguridad en sí misma», añade Huéscar.

Cómo sobrellevar esta incertidumbre es otro de las lecciones merecedoras de atención durante la pandemia, ya que su dominio derivará en una mayor o menor angustia y ansiedad. Este factor explica también por qué cuesta ser asertivo, ahora y siempre. Nunca es agradable decirle al otro «no pienso como tú» o expresar algo a sabiendas de que no va con la norma que impone el grupo en ese momento. «Suele dar lugar a situaciones incómodas que hacen que nos separemos de alguna manera de la persona que tenemos enfrente», recuerda Huéscar, quien añade a algunas personas que carecen de esta cualidad lo que en el fondo les falla es su temor íntimo a ser rechazado, a caer mal o a sentirse, en definitiva, solo.

Pero intentar agradar en estos tiempos en los que la seguridad personal, familiar y la vida están en juego debe ser rechazado de plano. «No suele funcionar, ya que no es esto necesariamente lo que va a conseguir que tengamos una mayor conexión con esa persona», recuerda la psicóloga. Muchas personas no hablan con franqueza porque no pueden asumir el coste emocional que, saben, les conllevará. Pero toca sobreponerse y ordenar prioridades.

Entrenamiento verbal y gestual

Así, una vez que sabemos que la inseguridad y las dudas sobre nuestras propias posturas deben ser neutralizadas: ¿cómo lo planteamos? Luis Castellanos, filósofo y experto en comunicación y lenguaje y autor de tres libros que profundizan en este asunto ('La ciencia del lenguaje positivo', 'Educar en lenguaje positivo' y 'El lenguaje de la felicidad', los tres editados por Paidós), explica que para practicar realmente la asertividad hay que «observar nuestro lenguaje, tanto oral, escrito como gestual, para construir buenas relaciones aunque a veces no sepamos cómo hacerlo», reconoce.

Realiza un paralelismo curioso con estos tiempos para aportar una lección. «Hay que hacer una PCR: con la 'p' de prepararse con precisión para escoger bien las palabras; con la 'c' de cocherencia para conectar con nuestro propósito y, finalmente, con la 'r' de hacerlo desde el respeto y el reconocimiento».

Así, defiende que es necesaria cierta preparación. «Podemos ser directos, claro, concisos y concretos si nos hemos entrenado para ello, nos hemos preparado cuidando y escogiendo las palabras y los gestos», apunta.

Para ello no duda en recomendar incluso escribir lo pensado o dibujar (o imaginar) los gestos. Digamos, reflexionar previamente sobre lo que queremos decir. Claro está, para casos en los que no haya que improvisar. Cuando esto conecta con lo que de corazón se siente, cuando se reivindica y se expresa con lenguaje positivo y con franqueza, «con autenticidad y siendo uno mismo», difícilmente se cometerá un error, cree Castellanos.

Y no hay que temer a las reacciones negativas o de rechazo. De encontrarlas, el filósofo recomienda silencio, contención y, sobre todo, autocontrol. «El silencio es primer acceso a una mente calmada que impide que la respuesta que recibimos en forma de enfado taladre mi serenidad. Mejor no morir por la boca. La respuesta al ruido es paz y serenidad», aconseja.

A veces es fácil confundir un planteamiento asertivo con uno agresivo o brusco. «Todo se puede decir con una palabra de respeto por el otro», aporta la psicóloga Raquel Huéscar por su parte. Esto adquiere especial relevancia en el terreno profesional, donde hay que aprender a no entrar en lo emocional. «Hay que mantener ciertos límites de privacidad que no nos hagan exponernos demasiado ante los compañeros. Aunque no debe entenderse como un entorno hostil, es importante tener ciertas precauciones que nos ayuden a diferenciar en quién se puede confiar», aconseja.

En casa, sobre todo con los pequeños, esta forma de comunicar en positivo resulta imprescindible para transmitir congruencia y seguridad. «Perder el miedo a poner límites y decir no cuando algo así nos parece» -aconseja la psicóloga- es una aprendizaje básico de la crianza que, además, ayuda a que todo fluya en las relaciones familiares. Ahora toca sacar esta lección a pasear.

En su contexto

  • BIEN - Tu actitud me pone nerviosa. Ejemplo muy habitual en las relaciones de pareja. Cuando algo no marcha no es lo mismo verbalizar «me pones nervioso», que exponer a la otra persona la situación: «cuando haces o dices... yo me pongo nerviosa». En el primer supuesto se responsabiliza a la otra persona, sin embargo, en el segundo explicamos al otro qué provoca en nosotros una reacción concreta. Son los matices que diferencian una forma asertiva de expresarse y otra que no. Nuestro mensaje puede ser recibido de forma totalmente distinta y ser efectivo en un caso sí y en el otro no.

  • MAL - ¿Te puedo decir algo sin que te enfades? La asertividad supone el desarrollo de la capacidad para expresar los sentimientos propios (ya sean positivos o negativos) de una forma eficaz sin desconsiderar a los demás pero tampoco sin negarse a uno mismo o sentir vergüenza. Cuando introducimos una postura con esta frase presuponemos temor a un enfado y dudamos de la validez de nuestra postura. Da pie a un modo derrotista de expresarse, con falta de confianza. Si el objetivo es evitar conflictos a toda costa, es fácil sentirse manipulado o, al final, no ser tenido en cuenta.

  • BIEN - Veo que quieres animarme pero no quiero ir de copas, te lo agradezco mucho. Los expertos llaman a esta fórmula la 'técnica del sandwich'. Por ejemplo, rechazar una invitación (algo que negativo) con dos frases positivas: una al principio y otra al final. Una forma asertiva de comunicar tiene que ver también con la búsqueda de coincidencias positivas con el interlocutor. Si no quieres ir a ese encuentro porque te parece arriesgado, es bueno reconocer la intención positiva y la coincidencia con el otro: 'será divertido, pero...'; 'sabes que me encanta, pero'...

  • MAL - Si no te pones la mascarilla conseguirás que nunca más quedemos . Queda claro, pero esto no es ser asertivo. En este tipo de frases impositivas en las que el límite de la agresividad, por muy calmados que lo digamos, ya se ha traspasado. La asertividad y la agresividad a la hora de expresar las posturas se confunden con mucha frecuencia. En este caso se pretende imponer una circunstancia a través de una orden directa, de un gesto de dominación. No se habla desde la postura personal, sino desde la imposición. Lo más habitual es que solo obtengamos del otro resentimiento y que, finalmente, se aleje.

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

burgosconecta Dígalo sin miedo a molestar