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HIGINIA GARAY
Adiós al 'macho'

Adiós al 'macho'

Cada vez más hombres reniegan de la masculinidad tóxica, vinculada a la competitividad y la dominación

Domingo, 11 de abril 2021, 19:08

Seis años separan a las españolas de los españoles. La esperanza de vida de los hombres en uno de los países con mayor longevidad del mundo se reduce tanto como eso respecto a ellas consecuencia de hábitos y conductas nocivas. La reflexión es del antropólogo Ritxar Bacete y las estadísticas avalan su apreciación. Los varones protagonizan el 77% de los suicidios y su tasa de mortalidad en accidentes de tráfico es más de tres veces superior que la femenina. La presión personal y la velocidad excesiva, el consumo de drogas y alcohol, entre otras cuestiones perniciosas, derivan, en su opinión, de un modelo de conducta que se denomina masculinidad tóxica. «Se trata de un concepto psicológico asociado a determinados comportamientos que pueden generar daño tanto a mujeres y a niños como a los propios sujetos», explica, y recurre a la tradicional imagen de la copa de Soberano, bebida a pequeños sorbos, y el puro, fumado con la parsimonia de quien no se enfrenta a las tareas domésticas. «Hablamos de un modelo de conducta vinculado a la dominación, la competitividad y el uso de la violencia».

Este canon, que ha sido el prevalente, se halla hoy muy cuestionado. «Hace dos décadas representaba valores socialmente aceptables y, antes, incluso se le otorgaba autoridad por la legislación», recuerda. «Era el pater familias». La ideología machista también lo avalaba. «Son dos caras de la misma moneda. La figura del macho es alguien muy valorado en ese contexto supremacista».

El experto, autor de 'Nuevos hombres buenos. La masculinidad en tiempos del feminismo' (Ediciones Península) y de la reciente 'Papá' (Planeta) asegura que la decadencia de este modelo se inició con el advenimiento de la democracia y el reconocimiento de los derechos humanos de todas las personas. «La masculinidad tóxica negaba la igualdad al colectivo femenino y consideraba las emociones como algo ajeno a la condición del hombre e, incluso, rechazaba a los de su género tanto en el plano afectivo como físico».

El empoderamiento de mujeres, gays y lesbianas, entre otros colectivos, ha trastocado su posición en el mundo. «Los cambios les han afectado, pero la evolución es difícil porque carecen de una agenda para la transformación», advierte y, señala que el problema afecta a todos, independientemente de sus creencias. «Ninguno de los adultos somos ajenos a esa influencia porque fuimos impactados a una edad temprana, cuando teníamos cuatro o cinco años. Los hombres venimos de un sistema impuesto, con privilegios de todo tipo, y ahora nos enfrentamos a una crisis de identidad. Algunos aseguran que ya no saben ni cómo ligar porque las pautas han variado y también las normas de relación y aquello que es tolerable».

Ambivalencia

Las construcciones culturales resultan difíciles de cambiar, al menos a corto plazo. «Pero ocurre como con los grandes buques gaseros, que llegan a puerto y son movidos con la ayuda de pequeños remolcadores», señala gráficamente en alusión a gestos que evidencian la posibilidad de transformación. «Hay que leer y escuchar, teniendo en cuenta que no existen metas, que las luces y sombras van unidas y que, cuanto antes asumamos esa parte tóxica, antes mejoraremos nuestra calidad de vida».

Pero no todos están por la labor de este cambio. La incomodidad generada por el auge feminista ha dado lugar a la resistencia ultra, «la réplica de hombres asustados por el empoderamiento de la mujer», y, en paralelo, a la aparición de cierta ambivalencia. «Nos encontramos a quien asume públicamente unos valores pero, en la profundidad, a la manera de un iceberg, pervive la masculinidad tóxica en la que fue socializado. Ha aprendido códigos y vive una doble vida, la que es públicamente aceptable y otra que se corresponde con su pensamiento real, una especie de disonancia moral».

Los ambientes formados exclusivamente por hombres se han convertido, asimismo, en un reducto de los intolerantes. «Siguen siendo formas de estar donde predomina esa visión del mundo a través de chiste y comentarios», apunta, y lamenta que sus miembros callen cuando alguno promueve esas interpretaciones machistas. «El colectivo no cambia. Son personas con dos almas que se comportan desde la equidistancia cuando están con su esposa y luego ríen las gracias al reaccionario. Adoptan una postura en el espacio privada y otra en el público», insiste.

La masculinidad tóxica es un fenómeno transversal a las clases sociales y que se trasmite en el seno familiar mediante la discriminación. «A las niñas se les permite conectar más con el universo de las emociones. Las abrazamos más que a los niños y, a partir de determinada edad, a ellos les hablamos ya menos y en un tono distinto. Luego, cuando crecemos, nos comportamos con rigidez con nuestros semejantes y muchos desarrollan una sexualidad depredadora. ¿Por qué excita la dominación en el ámbito erótico y el macho es objeto de culto? Porque se ha aprendido. Estamos hechos para acariciarnos y abrazarnos, pero no se elaboran identidades masculinas emancipadoras y empáticas».

La realidad mantiene esas diferencias. ¿Cuántas niñas juegan al fútbol y cuántos niños se dedican a la gimnasia rítmica o al ballet clásico? «Cuatro entre cuatrocientos en el Conservatorio de Vitoria, por ejemplo», lamenta.

Claro que también se da el caso contrario y este cambio que se antoja aún incipiente ha calado ya en las generaciones más jóvenes. «A mis hijos les puse los dibujos animados de 'David el gnomo', tan conciliador y ecologista, y me dijeron que era un machirulo porque era él quien resolvía siempre los problemas de la comunidad, el que ordena y conduce a todos. Les parecía ridículo», recuerda.

Así que el proceso va a distintas velocidades. «Yo lo observo como una marea que avanza y retrocede», dice el experto. Y el gregarismo, a su juicio, puede favorecer a la causa. Bacete hace números y revela que, según sus cálculos, puede haber entre un 10% y un 12% de individuos que defiende ardientemente el orden, mientras que otro 3-5% se decanta por las propuestas renovadoras y el 80% restante manifiesta una voluble tibieza. «Conquistarlos para la causa cambiaría el escenario como alguien que mira al cielo para atraer a otros y puede formar un grupo que contempla las nubes». La nueva mayoría generaría un orden nuevo en el que no resultaría tan extraño que los hombres pidieran excedencias laborales para cuidar niños y cambiar pañales y donde no resulte extraño que los varones se cuiden entre sí. «Entonces triunfaría el hombre feminista, no el malote de la moto».

«Se necesita toda una

Hay hombres que se reúnen para contar lo que no se atreven en su ambiente habitual. En habitaciones cerradas hablan de lo que supone ser hoy varón, compañero, padre o, simplemente, individuo. El documental 'El círculo' (Movistar +), dirigido por Iván Roiz y Álvaro Priante, recrea estos encuentros «de personas que no se conocen entre sí y quedan para compartir espacios con una conversación reglada», explica el segundo.

La masculinidad tóxica, los privilegios y costes de este estatus, la competitividad o la expresión de las emociones, son algunas de las cuestiones abordadas. «Cuando haces películas no buscas soluciones, sino lanzar preguntas», explica Priante, quien cree que se ha habido «una evolución y una necesidad por parte de las mujeres de que los hombres cambien sus formas de ir por la vida». Un cambio que se está en contrando con grandes resistencias. «Se produce una enorme divergencia entre aquellos que se esfuerzan por cambiar y los que reclaman el mantenimiento de ese poder absoluto», señala, y explica que estos círculos constituyen herramientas para la transformación. «Se discuten las preocupaciones de gente con una visión similar. Pero no hablamos de procesos inmediatos, no cambias de bando con tres avales. Se necesita de toda una vida para cambiar valores de género».

Estas iniciativas son impulsadas por asociaciones feministas, de vecinos o colectivos LGTBI yPriante calcula que, actualmente, pueden acoger a 2.000 participantes. No les gusta que se califique como terapia grupal porque no lo son y el interés por asistir a este tipo de reuniones viene motivado por circunstancias diversas. «El fin de la adolescencia y el paso a la madurez genera dudas y, asimismo, la gestión emocional de las pérdidas personales». La paternidad también cambia la visión del hombre «porque te obliga a reflexionar sobre cuál es tu papel y qué quieres que tu hijo herede de ti».

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