r. parrado
VIVIR

La aceptación, clave para ser más feliz

La aceptación, clave para ser más feliz. Negar una realidad nos deja sin energía y nos lleva a cometer errores. ¿Por qué no dejamos de pelearnos con nosotros mismos?

Martes, 27 de octubre 2020

En una sociedad donde se valora muchísimo la voluntad, la lucha y el 'yo todo lo puedo lograr si me lo propongo', la aceptación tiene muy mala prensa. ¿Por qué voy a aceptar cosas que no me gustan? Mi físico, por ejemplo, si hoy en día hay operaciones y remedios para todo. O por qué asumir que esa persona que amo no me quiere. Por qué tengo que cumplir las restricciones impuestas por la pandemia, si están dando al traste con mis ilusiones. Pues, entre otras razones, porque pasarse la vida en una encarnizada batalla contra la realidad o contra uno mismo resulta agotador. Y dañino. «La aceptación brinda flexibilidad mental y, por tanto, adaptación, algo que reduce los niveles de ansiedad o depresión», sentencia el experto en psicología positiva Sergio Bero, autor de 'La Calma Luchada' (editorial Dos Bigotes), donde aborda este tema.

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Ya que la aceptación se puede aplicar a todas las esferas de la vida, pongamos un ejemplo donde la falta de esta capacidad puede resultar totalmente destructiva: el amor. Muchas relaciones que pasan un bache superable se acaban rompiendo por ello. Al no aceptar una realidad –que hay un problema– no decimos las cosas a tiempo y luego tomamos decisiones aceleradas. Error. Otras veces, nos emperramos en negar la realidad o nuestros propios sentimientos. Nos engañamos. Y este tampoco es el camino más fácil hacia la felicidad. Entonces ¿qué hacer? Empeñarse, dejarlo correr... «Podríamos buscar un sinónimo de lo que es la aceptación que ya nos puede ayudar a la hora de definirla: adaptabilidad. Se trata de discernir entre aquello que se puede modificar y lo que es más útil dejarlo estar porque, al intentar variarlo, me desgastaría utilizando demasiada energía y recursos», explica Bero.

La bilbaína María Luisa Martínez de Lahidalga falleció a los 106 años el pasado otoño. Cuando le preguntaban por el secreto de su larga y feliz vida, aseguraba con humor que era no haberse casado nunca, como si el amor (o más bien su pérdida y los sufrimientos que acarrea) fuese un factor inversamente proporcional a la esperanza de vida. Pero luego, ya más seria, explicaba su secreto: «Siempre he tenido un buen conformar». Y eso que le tocó vivir la Guerra Civil y perder a un novio en la contienda, entre otros momentos terribles de su larga existencia. Pero se adaptó. ¿O se resignó? ¿Es lo mismo? «Nooo. Es algo que debemos diferenciar. La resignación es el uso indiscriminado de la aceptación. Aceptar todo, sin límites», aclara el experto en psicología positiva. Y, claro, tampoco es eso. Si aceptamos todo, corremos el riesgo de no hacer nada nunca –vamos, no reaccionar– y hasta de caer en un falso victimismo. «Se trata de buscar el equilibrio», apunta.

Algo que estos meses, en plena pandemia, se ha vuelto fundamental. «Ahora mismo hay que aceptar que debemos convivir con el virus, protegiéndonos... Cambiar nuestros hábitos sociales y de relación es una forma de aceptación –detalla–. Quedarme en casa sin hacer nada sería resignarme. Vivir como antes sería no aceptar la realidad. Reducir mis contactos sociales sería adaptarme».

Saber qué batallas librar

El equilibrio. Qué fácil decirlo, pero qué complicado lograrlo. La mayoría de las personas nos pasamos la vida haciendo funambulismo, improvisamos maniobras para no caernos de la cuerda y nos damos, inevitablemente, algún tortazo. ¿Cómo lograr el equilibrio? «Está entre la resignación y la búsqueda incesante del cambio», indica. Pero, claro, hay que ser muy listo para saber qué batallas librar y cuáles no. Y eso les cuesta mucho a los perfeccionistas, por ejemplo. «¡La necesidad de perfeccionismo es enemigo público de la aceptación!», advierte.

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En su consulta recibe a muchas personas con problemas de aceptación. Algunos no acaban de asumir con naturalidad su condición sexual por miedos o por no tener un entorno tolerante, otros no aceptan la propia imagen corporal, lo que se traduce en una baja autoestima. «Pero, ojo, las personas con alta autoestima también son proclives a no aceptar las situaciones, sobre todo los propios errores», argumenta. Al no admitir sus fallos, están condenados a repetirlos una y otra vez.

¿No practicas la aceptación? Entonces consumes energía inutilmente, cometes errores, sufres, no te adaptas... Está claro que es una cualidad que debemos cultivar, pero ¿cómo? El especialista en psicología positiva nos da unas recetas fáciles. Primero, dejar de rumiar en nuestras cabezas las alternativas sin expresarlas más que cuando ya tomamos la decisión. Segundo: confeccionar listados de pros y contras. Tercero: trabajar el perdón y la gratitud. Cuarto: centrarnos en lo positivo y comunicarlo. «Todo ello –concluye Bero– puede ser camino de baldosas amarillas que buscamos».

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¿Y por qué no somos un poco más amables con nosotros mismos?

Siempre se dice que somos nuestros peores enemigos. Y los psicólogos lo ven a diario en sus consultas. No aceptar la realidad que nos rodea o no aceptarnos a nosotros mismos son el eje de muchos trastornos. El caso es que somos muy duros con nosotros y con nuestro contexto, pero luego tendemos a ser comprensivos con los de los demás. «Esto se relaciona mucho con lo poco que practicamos la autoamabilidad. Solemos tener una palabra de aliento para nuestras personas queridas, pero nos cuesta decírnoslo de igual modo a nosotros mismos. Una dosis de amabilidad hacia la propia persona es necesaria, porque la aceptación es útil tanto para nuestros errores como para los aciertos. Aceptar ambos es un 'must' para nuestra salud», aconseja Bero.

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