Paseo por un pedacito de infierno

La culpa es de los murciélagos. Dos millones de ellos se cuelgan de sus techos altos y durante siglos han estado haciendo caca ahí. Así que el suelo es un mar mullido de excrementos. La masa fermenta y la atmósfera viciada por el metano es casi irrespirable. Además, hay todo el rato una especie de sirimiri sospechoso. El guía, qué listo, va con paraguas. Nosotros tres no. Puaj.

Pues lo peor de todo no es eso, sino las millones de cucarachas que se amontonan en el suelo. A ver, no es que haya muchas. Es que son ríos de cucarachas unas encima de otras. Hacen un sonido de pesadilla, como chasquidos metálicos al chocar entre ellas de manera constante. Clic-clic-clic... Todo el rato así. También hay ciempiés enormes, de patas larguísimas, como arañas con mutaciones raras. Serpentean sobre las cucarachas. Se comen unos a otros. También forman montones cuando cae algún cadáver de murciélago, que devoran.

En muchas zonas los visitantes caminan sobre una pasarela de madera que salva todo ese mejunje terrible y bajo los grititos de miles de murciélagos que aletean en las alturas (en el punto más alto la cueva tiene 45 metros). También es constante el sonido crujiente de los insectos siendo aplastados a cada paso que se da. Y no conviene detener la marcha porque cuando uno se para los bichos suben por las piernas. En fin, un asco. Ni tan siquiera se puede salir corriendo porque la pasarela de madera, también cubierta de mierda, resbala, y nadie quiere caerse aquí. Ni siquiera tener que agarrarse al pasamanos.

Es un alivio salir, pero a uno se le queda mal cuerpo y durante mucho tiempo tiene la sospecha de que se lleva algún insecto encima. Caca, seguro.