Cada célula del cuerpo tiene un reloj que le dice en qué momento del día está y cuál debe ser su actividad. Es lo que se conoce como reloj biológico.
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Durante millones de años, el ser humano se ha ido adaptando su reloj biológico a ... cambios estacionales que han sido lentos y progresivos, pero no fue hasta el siglo XIX cuando a Benjamin Franklin se le ocurrió la idea de introducir un cambio temporal brusco: retrasar y adelantar la hora 60 minutos dos veces al año para ahorrar energía.
Aunque su propuesta no prosperó, sí lo hizo la que el constructor inglés William Willett planteó en 1905 y, aunque por aquel entonces la palabra «globalización» no estaba muy de moda, pronto el resto de países -España lo hizo el 15 de abril de 1918- comenzaron a adoptar esta estrategia conocida como Daylight Saving Time (DST) u horario de verano.
Diversos estudios han concluido que dichas modificaciones temporales no suponen un gran ahorro energético, pero sí tienen mucho impacto en los ciclos vitales de las personas. «Con el cambio de hora modificamos todo nuestro sistema neuroendocrino y cognitivo», explica Gonzalo Pin, pediatra especialista en sueño y portavoz de la Asociación Española de Pediatría (AEP). «Este cambio es especialmente acusado en los extremos de la vida. En los niños, porque son un sistema en desarrollo que carece de madurez; en los ancianos, porque producen menos melatonina y sustancias que regulan el sistema circadiano», añade.
El experto considera que «lo más sensato» sería eliminar los cambios de hora, una propuesta que ha planteado recientemente la Eurocámara pero que parece que no verá la luz de forma inmimente. Entonces, ¿cuál es la solución? Para paliar, en la medida de lo posible, los efectos del cambio de hora, principalmente en los niños, que pueden tardar hasta una semana en recuperar sus ritmos normales, «es recomendable realizar una adaptación progresiva que dure al menos siete días. Es decir, en función del cambio que se vaya a producir, ir adelantando o retrasando en periodos de 10 minutos los ciclos vitales del menor», dice Pin.
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Esto no implica únicamente irse a dormir o despertarse antes o despúes, sino que también involucra el tiempo dedicado a comer, cenar o jugar. Todo ello ayudará a los niños a minimizar los efectos del cambio de hora, entre los que están: menor capacidad para concentrarse, mayor sensación de cansancio, más nerviosismo, más lloros y mal humor, entre otros.
El tipo de alimentación y el momento de digestión de los alimentos también es clave. «Dar al menor algo de grasa por la noche, como un vaso de leche, le ayudará a dormir mejor, pero el qué no es tan importante como el cuándo. Lo más recomendable es que los niños cenen al menos dos horas antes de irse a la cama», expresa Pin.
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La pregunta del millon es ¿el cambio al horario de verano tiene los mismos efectos que el cambio al horario de invierno? La respuesta es no. Al igual que cuando viajas hacia el oeste tienes menos 'jet lag' que cuando viajas hacia el este, es más sencillo adaptarse a tener una hora más que una menos. El motivo es sencillo: el reloj biológico del ser humano sigue jornadas un poco más largas de las 24 horas. Así, contar con una hora más al día cuesta menos.
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