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«Hija, tenemos que hablar...»

«Hija, tenemos que hablar...»

Tarde o temprano, y mejor hacerlo temprano, hay que abordar el tema de las drogas con los hijos, pero no empiece con esa frase

Viernes, 1 de mayo 2020, 19:00

Los padres de Santi (15 años) sospechan que ha empezado a fumar y no se ponen de acuerdo sobre cómo abordar al chaval. «Un mes sin móvil y consola, que es lo que le duele». «¡Bah, déjalo estar! Que igual es la típica tontería y se le pasa...». Pongan en marcha la primera o la segunda estrategia, casi seguro que no les va a funcionar ninguna. «Las drogas existen, las van a ver y es posible que se las ofrezcan. Porque, aunque en la tele van anuncios de prevención, en clase oirán que Fulanito cuenta cómo el sábado se agarró un 'pedo' tremendo y fue divertidísimo. O cómo los mismos padres, que dicen 'no bebas', en una fiesta brindan con champán o fuman... Es una realidad, así que mejor no negarla, ¿no?». Pero la propuesta de José Antonio Molina del Peral, doctor en Psicología, no llega sola. Y ofrece pautas para abordar el tema con los hijos, una suerte de manual por edades para iniciar una conversación ineludible sobre las drogas y sus consecuencias.

«Hijo, tenemos que hablar...». La fórmula clásica no solo no sirve. Resulta contraproducente, advierte el especialista, autor de '¿Qué hablo con mis hijos sobre drogas?' (Pirámide). «No hay que hablarlo de esa forma tan solemne porque se asustarán», sino introducirlo de manera entre casual y natural desde bien pequeñitos. «Hay una edad crítica, que es en torno a los 12 o 13 años y hasta los 18». Pero si hasta entonces su hijo no ha escuchado en casa ni palabra, va tarde. «No es que ahora que estamos en casa confinados sea mejor momento que otro para abordar este tema. Pero es igual de bueno». Así que... ¿lo hacemos?

Las frases 'prohibidas'

  • «Bueno, lo hacen todos, ¿no?»: Muchos padres se 'consuelan' así, pero «no es verdad, no todos los jóvenes salen a beber, y no se les puede transmitir eso».

  • «¿Puedo probar?». «Probarás cuando seas mayor»: Cuando un niño pequeño nos ve beber alcohol, muchas veces quiere probar y los padres decimos: 'No, porque eres pequeño, cuando seas mayor'. «Y entonces con 12 años se creen mayores. Una forma de saciar su curiosidad infantil es que lo huela, lo más seguro que su reacción sea: '¡Qué asco!'».

  • «Hay que saber beber»: «Es una frase lapidaria que se dice mucho. Pero es una contradicción pensar que quien es capaz de beber mucho sin que se le note el efecto no tiene un problema».

  • «Te quedas sin salir 6 meses»: «Cuidado con los castigos físicos, porque enseñan a nuestro hijo que los problemas se resuelven a 'tortas'. Y cuidado también con los castigos exagerados. A veces decimos cosas sobredimensionadas porque nuestra respuesta emocional está alterada».

  • «No se puede confiar en ti, eres tonto y te dejas llevar»: «Lo decimos como desahogo, pero mejor desahoguémonos con un amigo, no con nuestros hijos».

  • «Con todo lo que he hecho por ti»: «Culpabilizarles ayuda poco a encontrar la solución».

  • «Hueles a tabaco, ¿no habrás fumado algo, no?»: «Lo negará y se pondrá a la defensiva porque le hemos acusado de antemano».

«Cuando tienen 3 o 4 años, los niños aprenden por modelado, así que a esa edad es fundamental que demos ejemplo de hábitos saludables porque con 5 años ya preguntan por qué fumas. Y, si les decimos que es malo pero te ven hacerlo igualmente, van a llegar a una de estas dos conclusiones: 'Qué tonta es mi mamá que está haciendo algo malo' o 'Si lo hace mamá, no puede ser malo'».

Así que, hasta los 6 años, la prevención viene de la mano del ejemplo en casa. Luego también, obviamente, pero van creciendo y «empiezan a escuchar cosas en el colegio» y no es raro que pregunten con más insistencia. Ojo con lo que respondemos: «Eso de que 'mamá fuma porque es mayor' no sirve, ya que tu hija cuando tenga 11 o 12 años igual cree que ya es suficientemente mayor para hacerlo. Y tampoco vale decirles que 'eso no se pregunta'. Les podemos contar que estamos deseando dejar de fumar porque es algo que te engancha: 'Me fatigo cuando hago deporte, cuando le doy un beso a tu padre me dice que no le gusta el olor...'».

El siguiente salto se produce a partir de los 10 años, «cuando empiezan a hablar entre ellos», y especialmente a los 12. «Ya conocen compañeros de cursos superiores que les cuentan que van a 'botellón' los fines de semana», así que puede ser una edad ideal para «abrir el melón». ¿Cómo? «Podemos comentar una noticia en el periódico o la televisión sobre cómo ha bajado la edad de inicio en el consumo del cannabis, por ejemplo. Les preguntamos: '¿Y a ti eso qué te parece?'». A los 12 años el menor todavía se halla en «una fase de rechazo» hacia las drogas, pero de ahí a poco «se suelen producir los primeros contactos al amparo del grupo, que suele aprobar al que se inicia». Una lucha desigual entre «el miedo y la curiosidad» que no pocas veces gana la segunda.

Incluso aunque les pueda el miedo, hay que hablarlo en casa. «Muchos padres abordan a los hijos diciendo: '¿No consumirás tú, no?', 'no serás tan tonto, ¿verdad?', '¿y tu amigo, fuma?'. Lo que solo provocará que se cierren en banda. No le acuses de nada», insiste José Antonio Molina. Tampoco lo contrario: el «colegueo». «Hay quien dice: 'Te voy a enseñar cómo se lía un porro, yo me fumé en su momento alguno', para que su hijo le vea como un amigo, pero es una gran equivocación. O quien le ofrece en una celebración familiar 'un vinito'».

Cuente también con que, si su hijo es ya adolescente, cuando intente abordar usted el tema le salga con un: '¿Y a ti qué te importa?'. «'Pues sí, hijo, me importa. Todo lo que concierne a ti es importante para mí' es la respuesta adecuada».

– «Nuestro hijo de 16 años ha venido bebido...». Deles una orientación a esos padres.

– De entrada, no entablar ninguna conversación en ese momento. Si llega a casa borracho, ponle de costado para evitar que vomite. Atiéndele, nada más. Al día siguiente háblale del riesgo que asume. Muchos adolescentes de 13 o 14 años dicen que hay que ser tonto para engancharse. Y es verdad que ellos lo ven así porque acaban de iniciarse en el alcohol o en los porros y no están enganchados. Pero entonces les daremos un dato: 'Entre el 85 y el 90% de los consumidores de alguna droga quieren dejarlo, así que imagínate iniciarte en algo de lo que luego no puedes salir'. Trasladémosles también que nos preocupa que beban o que fumen... El chaval dirá: 'No te tienes que preocupar'. Y nosotros responderemos: 'Es lo que siento, hijo'. Eso es algo incontestable –explica Molina–.

– ¿Y el castigo?

– Como primera reacción, nunca. Ahora, si llega más fines de semana bebido, entonces sí: una semana sin paga o dos sin jugar a la 'Play'... Ojo con los castigos que a veces son contraproducentes. Castigarle sin entrenar al fútbol un mes no vale, porque le estás apartando de una actividad saludable. Y buscamos precisamente lo contrario.

En el caso de que nada funcione, que ocurre a veces... ¿Qué hacer? «Esto es una carrera de fondo, sembrar para recoger frutos. Las cosas no van a cambiar de un día para otro. Hay que insistir en los riesgos del consumo. Y dar ejemplo, que el chaval no vea que llega el fin de semana y esos padres que le dicen que no beba lo hacen ellos mismos con amigos», advierte el especialista.

Y ofrece una alternativa cuando las anteriores fallan: cambiar de interlocutor: «Un hermano mayor, un primo... alguien a quien los adolescentes tengan de referencia puede ser una buena opción. Seguro que están más receptivos a escucharle porque representa un modelo más cercano, incluso por edad». No es la solución mágica, pero otra semilla que queda plantada...

El efecto en el organismo

  • Tabaco: Contiene 69 sustancias altamente cancerígenas. Como la nicotina (en 7 segundos llega al cerebro y es la responsable de la adicción, provoca incremento de la tensión arterial, taquicardia, glucemia...), el alquitrán (principal responsable de los cánceres provocados por el tabaco) y el monóxido de carbono.

  • Alcohol: A bajas concentraciones produce sensaciones de relajación, euforia, aumento de la sociabilidad... pero no es un estimulante como se cree, sino un depresor. Si aumenta el consumo provoca disminución de reflejos, descoordinación, dificultad de comunicarse. Altas dosis: somnolencia y hasta coma.

  • Cannabis: Los efectos se empiezan a sentir a los 10 minutos de fumarlo o entre 20 y 60 si se ingiere. Efectos fisiológicos: aumento de apetito, sequedad de boca, ojos brillantes y rojos, taquicardia, sudoración, descoordinación de movimientos. En cantidades elevadas: mareo, bajada brusca de tensión, vómitos...

  • Éxtasis: Efectos psicológicos: sociabilidad, empatía, euforia, sensación de autoestima aumentada, mayor deseo sexual... En dosis altas puede aparecer ansiedad, pánico, agresividad, psicosis paranoide... Efectos físicos: taquicardia, arritmia, hipertensión, visión borrosa, aumento de la temperatura corporal...

  • Cocaína: Produce una sensación de euforia y excitación, seguridad en uno mismo, deseo sexual aumentado, reducción del sueño... Los riesgos físicos de consumo continuado son pérdida de apetito, insomnio, perforación del tabique nasal, abortos espontáneos... Y, a nivel psicológico, ideas paranoides, depresión...

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