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Echen la vista atrás. Regresen al patio de la escuela. Piensen en aquel chiquillo que vagaba durante el recreo cabizbajo y en soledad. ¿A que recuerdan su cara? Si no es así, pueden dejar de leer (no le prestaron atención y este artículo, seguramente, ... no les interese).
En mi colegio eran varios y eso que no llegábamos al centenar de alumnos. Sonaba el silbato y esos muchachos tímidos e inseguros daban la bienvenida al recreo con la única esperanza de que acabaran los treinta minutos de rigor para retornar al cobijo de sus pupitres. La mayoría de los niños íbamos a lo nuestro, los roles estaban asumidos desde parvulario. Los mayores a la cancha -los chicos a la de fútbol y las chicas a la de baloncesto-, los pequeños al arenero y el resto a remolonear por el perímetro con el juego de moda (la goma, la comba, la peonza o los cromos).
Pero siempre había almas solitarias. Seguramente un simple «¿Quieres jugar?» hubiera sido suficiente para atraerles a la rayuela, pero nadie se lo preguntó y en su diminuto ego no entraba la posiblidad de pedirlo. Pues estos pequeños, si este artículo llega a buen puerto (véase Consejerías de Educación, Ministerio de Educación, AMPA, Diputaciones Provinciales...), lo van a tener más fácil a partir de ahora. ¿Cómo? Pues poniendo en práctica la fantástica idea de Samantha (Sammie) Vance, una niña estadounidense de 9 años con la empatía por la nubes.
Esta muchachita rubia de sonrisa permanente, cansada de ver a niños que no jugaban con nadie en su colegio de Fort Wayne (Indiana), propuso a sus profesores colocar en el patio un 'Buddy Bench' o, lo que es lo mismo, un banco de los amigos. «Si alguien está solo o si son nuevos en la escuela y no tienen a nadie con quien jugar, pueden sentarse en el banco, y cuando otras personas les vean allí se acercarán ellos y les invitarán jugar», explicaba, emocionada, al USA Today.
La idea, brillante por su sencillez y utilidad y extrapolabre a todas las escuelas del mundo, fue acogida con entusiasmo de inmediato. Solo había un pero, la financiación de la 'empresa'. Junto con su madre, Heidi, y otros niños de la Escuela Primaria Haley, Sammie optó por la recogida de tapones de plástico. Canjeando decenas de miles de tapones (180 kilos de plástico por banco) consiguieron tres bancos para su colegio y otros tantos que han donado a escuelas vecinas.
Sammie asegura que ha visto cómo la iniciativa funciona y de una manera divertida, como una nueva forma de hacer amigos, no como una manera de sentir pena por otra persona. Una idea de sobresaliente ¿verdad? Pues unos 200 euros, tirando a lo alto, tienen la culpa.
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