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Ilustración: Óscar del Amo
¿Y si dejamos que los estudiantes usen chuletas en los exámenes?

¿Y si dejamos que los estudiantes usen chuletas en los exámenes?

Han evolucionado de la miniaturización artesanal a la sofisticación de la tecnología, pero se siguen utilizando y algunos docentes apuestan por 'legalizarlas' si cumplen ciertas reglas

Domingo, 30 de mayo 2021, 19:07

Hace décadas, había chuletas de examen que habrían merecido un sobresaliente inmediato... en la asignatura de manualidades. Casi todas las clases de instituto contaban con algún artista de la miniaturización, un amanuense portentoso capaz de introducir toda la Edad Media o el curso entero de Matemáticas en un diminuto pedacito de papel, no apto para adultos con vista cansada. En aquellos tiempos que hoy empiezan a parecer remotos, la confección de chuletas tenía mucho de arte, o al menos de artesanía, con un punto admirable que sacaba de quicio a los profesores: a menudo daba la impresión de que elaborar esas píldoras de conocimiento condensado implicaba mucho más tiempo y esfuerzo que estudiar realmente la materia.

Aquella era la chuleta tradicional, que se escondía entre la ropa, o en el tubo de un bolígrafo, o en la goma de borrar, o se pegaba bajo la mesa, o se trazaba directamente sobre alguna región discreta de la propia piel. El escritor y profesor Gregorio Casamayor describe muy bien las tres fases que definían aquella práctica (confección, ocultación y consulta) y también dos rasgos esenciales del virtuoso chuletero. Uno era que las chuletas, paradójicamente, no se debían copiar de otros: «Copiadas no resultaban útiles. A la hora de la verdad no sabías por qué habían escogido ese dato o esa fórmula, o cómo se aplicaba a ese problema. Las chuletas había que crearlas y sufrirlas», apunta Casamayor. El otro, que delataba a los auténticos profesionales de la copia, era conocer las propias limitaciones: «Había alumnos que no escarmentaban. Nunca entendieron que la regla de oro de la copia perfecta era ser consciente de la cantidad de errores que había que cometer, ¡y cometerlos! Algunos, demasiado ambiciosos, pretendían pasar del suspenso al sobresaliente, como un triple salto mortal sin red, y no les importaba levantar sospechas».

La tecnología fue arrinconando de manera progresiva aquella chuleta currada y manuscrita con esmero, que hoy ha adquirido cierta aura entrañable. Primero llegaron los ordenadores, que permitían imprimir con cuerpos de letra mínimos. Después irrumpió internet, con sus repositorios 'online' de apuntes, trabajos y, cómo no, chuletas para cualquier materia y cualquier nivel. Y, en los últimos años, los dispositivos portátiles y permanentemente conectados han dado lugar a las chuletas 2.0, o quizá sean ya 3.0, que muchas veces ya ni siquiera son resúmenes de lo estudiado sino simplemente un acceso clandestino a internet, o una conexión con algún tercero que sopla las respuestas. «El uso de las chuletas es más frecuente que hace unos años, a veces de manera casi imperceptible por parte del profesorado. En ese uso y abuso tiene mucho que ver la evolución social y tecnológica que estamos viviendo de manera acelerada. Desde hace unos años se ha visto un cambio: el alumnado sigue haciéndolas a papel pero normalmente también lleva algún tipo de soporte electrónico con las chuletas. El papel es hoy un plan B por si les requisan los dispositivos móviles», apunta la pedagoga malagueña Marta Ortega, del proyecto Ikigai Educación.

Por sus propias características, buena parte del 'chuleteo' pasa desapercibido, lo que hace difícil manejar estadísticas y analizar cuantitativamente la evolución del fenómeno. Hace algo más de una década, tres investigadores de la Universitat de les Illes Balears llevaron a cabo un estudio tanto en su propio centro como en un portal universitario de internet. El formato de sondeo implica confiar en la honestidad al confesar comportamientos deshonestos, pero los resultados concordaban con los obtenidos en otros países: el 42% del alumnado admitía haber utilizado chuletas en al menos un examen de la facultad (en el centro balear, la proporción se elevaba al 51%) y había un 4,2% de estudiantes que lo habían hecho en más de diez ocasiones. En otro estudio de las mismas fechas, realizado en la Universidad Europea de Madrid, solo el 8% de los profesores habían detectado el uso ilícito de dispositivos electrónicos para copiar, pero en eso sí que se ha producido una auténtica revolución a lo largo de esta última década. «Hace unos años, en nuestro instituto, supimos que, en más de un examen, un grupo de alumnas había utilizado pequeños auriculares del tamaño de una lenteja, conectados al móvil que llevaban debajo de la ropa, por los que recibían información suministrada desde el exterior, sospechamos que por una de las madres», comenta a modo de ejemplo el profesor Joseba Koldo Etxeberria, doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad del País Vasco, que tiene también la sensación de que «es posible que la frecuencia de hacer trampa en los exámenes haya aumentado».

La educación a distancia durante este año de pandemia ha rizado el rizo del fraude y ha dado lugar a un sofisticado juego entre alumnos y profesores, una batalla de ingenios en torno a la copia. «El alumnado ha aprendido a trabajar a marchas forzadas con la tecnología para realizar sus exámenes: creaban grupos de WhatsApp para aportar las respuestas de las pruebas, hacían uso de los libros y apuntes durante el examen o utilizaban la búsqueda rápida de texto en los ordenadores para localizar lo que se les preguntaba», explica Ortega. Los hubo que llegaban a compartir su pantalla con otro equipo de la casa, para que desde allí les fuesen chivando las respuestas, o consultaban el código de la página en busca de las opciones marcadas como correctas, por no hablar de las grandes posibilidades que brinda la suplantación, es decir, que les haga el examen otro más estudioso, en persona o mediante escritorio remoto. Los docentes han tenido que recurrir a mil sistemas de control, desde obligar a los estudiantes a ofrecer un pequeño 'tour' visual por la habitación donde van a hacer el examen hasta utilizar 'software' que bloquea la pantalla, pasando por plantear exámenes orales o más cortos, que minimicen los riesgos de engaño.

¿Herejía o vision de futuro?

Las chuletas evolucionan con los tiempos y no parece que vayan a ser erradicadas jamás. Muy al contrario, docentes como Joseba Koldo Etxeberria llevan años abogando por la 'chuleta legal', es decir, por permitir que los alumnos utilicen durante el examen un resumen que hayan confeccionado ellos mismos y que se ajuste a un límite máximo de extensión. El profesor vasco aplica este método y ha realizado varios experimentos que demuestran que se obtienen mejores calificaciones, que el estudio se vuelve más placentero y, muy importante, que los conocimientos no se retienen peor a medio y largo plazo. «De volver a realizar los mismos exámenes, aproximadamente dos meses más tarde, de modo sorpresivo y esta vez sin dejarles usar chuleta alguna, los que habían confeccionado la chuleta en el primer examen volvían a obtener las mejores calificaciones. Realizar la chuleta exige un proceso de síntesis para el que es necesaria la comprensión del contenido, que de alguna forma activa procesos cognitivos que hacen guardar la información estudiada en la memoria de forma más consistente», argumenta, consciente de que buena parte del profesorado considera esta práctica una «herejía» pero, a la vez, convencido de que la educación avanza hacia ahí.

«¿Qué es aprender, qué es saber? –cuestiona Etxeberria–. ¿Retener información en la memoria o la capacidad de utilizar la información que se necesita para las situaciones de la vida? Ningún físico se sabe de memoria todas las leyes y fórmulas de su dominio de conocimiento, pero, ante un problema, sabe buscar la información necesaria. Al contrario, un chimpancé con acceso a internet, por mucha información que tenga a su alcance, no sabe utilizarla. Los indicios apuntan, para un futuro próximo, a la desaparición de una concepción de aprender entendida como capacidad de memorizar, y su lugar está ocupado por un concepto de saber entendido como la capacidad de buscar y utilizar la información necesaria. Esto conllevará cambios radicales en la etapa formativa de las personas, a no ser que el sistema educativo quiera quedarse desconectado de la vida social y laboral, y es probable que los exámenes permitan el uso generalizado de las vías de información: chuletas-resumen, libros, apuntes, conexión a internet...».

Copiar, una costumbre global

Los expertos en educación han definido una veintena de comportamientos que se consideran ejemplos de deshonestidad académica. La mayoría tienen que ver con distintas variantes de la copia y el plagio: desde usar chuletas o echar el ojo al examen de un compañero hasta fusilar de internet los contenidos de un trabajo o presentar el que elaboró un estudiante de alguna promoción anterior.

Las investigaciones realizadas en distintos países dan resultados muy variables sobre la proporción de alumnos que han copiado en alguna ocasión, pero rara vez se sitúan por debajo del 40%. Admitieron haberlo hecho, por ejemplo, el 55% de los japoneses, el 85% de los taiwaneses, el 69% de los rusos, el 66% de los holandeses... En las distintas encuestas llevadas a cabo en Estados Unidos, se han obtenido proporciones muy variables, que en algunos casos superan el 80%.

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