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lidia carvajal
Incluir la educación emocional en el horario lectivo. ¿A favor o en contra?

Incluir la educación emocional en el horario lectivo. ¿A favor o en contra?

En Canarias se imparte desde hace años como asignatura. «Es un error creer que quita tiempo a otras materias más 'importantes'», dicen los expertos

Sábado, 4 de septiembre 2021, 00:11

Mario tiene 9 años y va al colgeio en Bilbao. En clase estudia matemáticas, lengua, inglés... y educación emocional. Usted, lector, no recordará que esa fuese una asignatura en sus tiempos. No lo es al uso, pero se trata de un concepto que cada vez ... más encuentra hueco en el horario lectivo, como disciplina individual o introducida de manera transversal en las otras.

No existen estadísticas oficiales de cuántos colegios la imparten en España pero, según estimaciones del Instituto de Inteligencia Emocional y Neurociencia Aplicada (IDIENA), se han puesto a ello el 5% de los centros. Lo ha cuantificado el I Estudio de Educación Emocional en los Colegios en España, que esta organización publicó hace unos meses y en el que participaron 109 colegios (12 públicos, 22 privados y 75 concertados), 44 directores de centros escolares y 557 docentes.

El impacto emocional de la pandemia en niños y mayores ha puesto de manifiesto –más aún– su importancia. Desde el inicio de la crisis sanitaria, un 6,4% de la población ha acudido a un profesional de la salud mental por ansiedad (en el 47,3% de los casos) o depresión (35,5%), según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), y en estas estadísticas están incluidos menores. El pequeño Mauro, por ejemplo, ha sufrido tres ataques de ansiedad durante la pandemia, tal como cuenta Clara, su madre.

La totalidad de los directivos de colegio encuestados asegura que trabajar competencias emocionales puede mejorar la motivación y el gusto del alumnado por aprender, el rendimiento escolar y su preparación para el mundo laboral. Asimismo, más de la mitad consideran que enriquecería a los estudiantes como personas y les ayudaría en sus relaciones sociales. «Hay mucha evidencia científica respecto a la relación entre la mejora del rendimiento académico y el desarrollo de competencias emocionales. Por ejemplo, cuando te enfrentas a un examen, puedes sentir miedo, ansiedad o frustración, pero si sabes gestionarlos de manera competente, tu rendimiento se verá favorecido. Otras investigaciones manifiestan que ayuda a prevenir el abandono educativo temprano, el acoso escolar y la violencia de género», enumera Antonio Rodríguez Hernández, profesor titular de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de La Laguna (Canarias) y autor del libro 'EducaEMOción' (Santillana). «No consiste en decirle a los alumnos cómo se deben sentir, sino qué hacer con lo que sienten».

A Mario, por ejemplo, en la hora semanal que tiene de educación emocional en la escuela le enseñan «a entender lo que siente, a gestionar los enfados, la frustración, la tristeza o la ira, a resolver los conflictos hablando y sin violencia…», relata Clara.

Se evalúa con nota

Los docentes que la imparten verifican el efecto beneficioso de esta asignatura. «Si una persona no sabe gestionar su propia vida, da igual que sepa muchas matemáticas, literatura, ciencia o inglés. La educación emocional ayuda a desarrollar personas sanas, plenas y en condiciones óptimas para estudiar», asegura Mónica Viñas, directora del CEIP La Laguna, en Canarias, la única comunidad autónoma de España que, desde 2014, incluye esta asignatura en el currículo académico oficialmente, con dos horas semanales desde primero a cuarto de Primaria –tiempo que se ha extraído de las materias de lengua y matemáticas–. «No hay que creer que quita tiempo a otras materias, supuestamente más importantes, porque el tiempo que se dedica a la educación emocional se recupera luego en productividad en el resto de las asignaturas, al estar el alumnado más relajado, alegre y receptivo», asegura.

En el archipiélago, dicha disciplina está dividida en bloques: reconocimiento de las emociones, resolución pacífica de conflictos y educación en creatividad y pensamiento divergente. «Siempre empezamos las clases con una actividad de relajación. También hacemos juegos de rol y ejercicios de cohesión de grupo y nos apoyamos en recursos como cuentos o vídeos. Todo ello adaptado a las edades y necesidades de los alumnos», dice Viñas. «Lo peor es que hay que puntuarlo con una nota numérica, para poder evaluar lo aprendido. Eso sí, nadie suspende, pues que un menor tenga una mala actitud no significa que no tenga sentimientos y emociones, simplemente que no sabe regularlos», aclara la directora.

En su opinión, «lo ideal sería que la asignatura se extendiera a toda la etapa educativa obligatoria, dado que en la preadolescencia (5º y 6º de Primaria) y la adolescencia (la etapa de la ESO) es cuando se hace más necesaria la gestión de las emociones, por los cambios físicos y hormonales. No quiere decir que la educación emocional vaya a hacer que no surjan problemas, pero podrá prevenir muchos de ellos».

Eso sí, «siempre que se imparta adecuadamente», advierte Clara. Ella valora mucho esta formación, pero destaca que, «aunque es una disciplina que está muy bien en la teoría y vende mucho de cara a elegir el colegio de los hijos, en la práctica a veces falla. No solo se trata de exigir a un profesor que imparta una asignatura nueva, sino de formarle para que pueda hacerlo bien». El 94% de los profesores que han participado en el sondeo dicen que mejorarían en su trabajo con los alumnos si tuvieran formación en educación emocional.

«Falta un modelo de referencia estable para implantar esta materia»

Desde 2015, la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) promueve políticas y guías para la implantación de la educación emocional en las escuelas. Igualmente, la UNESCO señaló en un informe en 2020 que incluir habilidades socioemocionales en los programas de formación docentes ayuda a abordar el estrés.

«Las principales barreras que encuentra el sistema son: las distintas legislaciones de las comunidades autónomas, una escasa sensibilidad hacia el concepto, la falta de formación del claustro, las dificultades de implementación en los programas educativos y la ausencia de un modelo de referencia que sea estable», afirma Michael José Belzunce, presidente de IDIENA.

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