Así ha sido la metamorfosis de los padres
Día del Padre ·
La relación de los hombres con sus hijos se ha vuelto más cercana y emocional en las últimas décadas: «Ahora esperan más de la experiencia»Secciones
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Día del Padre ·
La relación de los hombres con sus hijos se ha vuelto más cercana y emocional en las últimas décadas: «Ahora esperan más de la experiencia»No hay dos padres iguales, pero sí que hay muchos padres parecidos. Hoy que celebran su día, además de regalarles unos calcetines calentitos o colgar una foto suya en las redes, es un buen momento para reflexionar sobre cómo ha cambiado en unas pocas décadas el modelo de padre en nuestro país: lo que antes era bastante habitual (aquel hombre que se bajaba a jugar la partida al bar y que consideraba los críos un asunto propio de la madre, excepto cuando llegaba el momento de dar un buen golpe en la mesa) se ha vuelto hoy infrecuente, mientras que lo que entonces se veía excepcional (el progenitor experto en pañales y biberones, que limpiaba culos y trataba con pediatras y maestros) es ahora común. Eso sí, como siempre que hablamos de estas cosas, conviene empezar con dos puntualizaciones importantes: evidentemente, cada familia es un mundo y siempre ha habido y habrá excepciones a la tendencia general; evidentemente también, todos los estudios dejan claro que queda mucho camino por recorrer hasta que hombres y mujeres compartan la crianza de manera equitativa.
¿En qué se diferencian los padres de hace cuarenta, cincuenta o sesenta años de los de ahora? Los sociólogos hacen hincapié en tres rasgos. «El primero es que hoy, en general, somos padres más tardíos. Eso es importante, porque se trata de hijos más planificados, más pensados, más meditados, y nos pillan en un momento de más madurez», apunta Luis Ayuso, de la Universidad de Málaga y especializado en sociología de familia. Según las estadísticas del INE, solo el 14% de los niños que nacen en nuestro país tienen un padre menor de 30 años, cuando en otros tiempos era muy frecuente procrear a esas edades. «Antes era un proceso lineal: la ecuación de 'matrimonio y niño al cabo de un año' funcionaba siempre. Y, si pasaba el año y no había niño, se pensaba que ocurría algo raro. A finales de los 70 y principios de los 80 eso empieza a cambiar, los niños se atrasan, hasta llegar a la situación actual en la que no hace falta casarse para tener hijos», resume el experto.
Luis Ayuso
Una segunda característica diferencial es, cómo no, la implicación: «La introducción del hombre en la escena doméstica empieza por esa implicación en la paternidad antes que por otras cosas: cada vez hay más hombres que cocinan o se ocupan de tareas domésticas, aunque quizá no avancemos a la velocidad que nos gustaría, pero ese cambio ha empezado por el cuidado de los hijos. Todavía estamos lejos de las madres, pero la tendencia es importante y brinda imágenes muy simbólicas, desde los hombres que quieren estar en el parto hasta los que van al parque con los niños o acuden a las reuniones con los tutores. Entre nuestros padres o abuelos, esas cosas eran impensables: ¡muchos no cambiaron un pañal en la vida!», repasa Ayuso.
Y la tercera vía de esa evolución tiene que ver con la accesibilidad y la calidez. Desde los años 70 hasta 2010, la Fundación Santamaría fue haciendo una encuesta quinquenal a jóvenes de entre 16 y 24 años, en la que les preguntaban por lo cercanos que se sentían a su padre y su madre. Al principio, daban un 8 a la madre y solo un 6 al padre, mientras que en las últimas ediciones del estudio esas calificaciones habían subido hasta un 9 y en torno a un 8'5, respectivamente. «¡Es un cambio importantísimo! Muchos padres no jugaban con los hijos, ni los besaban: claro que los querían, pero no les habían enseñado a mostrarlo, no les habían socializado en esa emoción. Eso hacía padres más fríos. Ahora a los niños hay que apretarlos, besarlos, jugar con ellos...», comenta Ayuso. Los tres rasgos están vinculados y tienen mucho que ver con las motivaciones: «¿Por qué se tienen hijos en la sociedad actual? Hay muchas razones, claro, pero una de las más importantes es emocional: por vivir la experiencia de ser padre», destaca el sociólogo.
Su colega Alejandro Romero Reche, de la Universidad de Granada, se pronuncia en una línea similar: «Hay muchas más expectativas asociadas a la paternidad. Se espera más de los padres y los padres esperan más de la experiencia de serlo. Es evidente que ahora se les exige una implicación mucho mayor en la crianza, al margen de que después se caiga en las viejas inercias en el reparto de tareas. Pero, al mismo tiempo, ellos tienden a ver la paternidad como una decisión trascendente que debe tomarse a su debido tiempo y con la debida planificación para que la experiencia sea gratificante y enriquecedora. Dicho rápido y mal, son padres más tarde para serlo mejor... aunque después no tenga por qué salirles como querrían».
En su estudio de 2007 'Los hombres jóvenes y la paternidad', Inés Alberdi y Pilar Escario destacaron la condición de frontera de la Constitución de 1978, que cambió los principios básicos que regían la familia española, al pasar «de un matrimonio basado en la autoridad del hombre y la dependencia de la mujer a un matrimonio con igualdad de derechos». Las autoras caracterizaron al padre de generaciones anteriores como «una figura lejana» con la que «no eran posibles la cercanía, la afectividad, la confianza», pero también apuntaron que los padres 'nuevos' incurrían en cierta «sobrevaloración» de su papel en la crianza. «El discurso siempre va por delante de la realidad», sentenciaban. Además, clasificaban a los padres jóvenes en tres tipos:los «intensos», que sienten la paternidad como una revolución emocional y establecen cierta rivalidad con su compañera;los «responsables», que se rigen por un «sentido de responsabilidad y obligación» similar al de la madre, y los «adaptativos o complementarios», que hacen lo que les piden, pero sin entusiasmo, más por obligación que por convicción.
Esa fecha simbólica de 1978 sirve para dar una idea de que los españoles íbamos con cierto retraso: por expresarlo de manera un poco tosca, los padres de nuestro país solían ser más 'antiguos' que sus contemporáneos del resto de Europa. «El modelo del franquismo era la familia nuclear parsonsiana [llamada así por el sociólogo Talcott Parsons], que se había puesto de moda en Estados Unidos en los años 30 y 40 y es heredero de la familia victoriana. El rol de padres y madres estaba muy diferenciado: la mujer se encargaba de lo emocional y el hombre regañaba. Cuando ese modelo entra en declive en el resto de sociedades avanzadas, a mediados de los 50, es cuando en España lo recoge el nacionalcatolicismo. Los libros de la Sección Femenina de los 60 eran copias de libros americanos de los 30. Las primeras leyes de divorcio son de los 60 y nosotros no las tenemos hasta los 80, ¡vamos con ese desfase!», repasa Ayuso. En aquel modelo, que en algún momento se fue imponiendo en los distintos países, nadie esperaba que el varón jugase con los críos ni se los comiese a besos.
Alejandro Romero Reche
¿Qué legado nos ha dejado esa condición de rezagados propiciada por la dictadura? «Una de las 'guerras culturales' de España en lo que llevamos de siglo XXI es la defensa a ultranza, desde un catolicismo militante, de la familia tradicional y su reparto de papeles, frente a quienes supuestamente la amenazan al pretender igualarla con otros modelos. Teniendo en cuenta los puntos comunes con la ideología nacionalcatólica, ahí se podría hablar de una herencia. Pero, más allá de esos sectores militantes, no estoy seguro de que las inercias tradicionalistas en el resto de la sociedad tengan más que ver con el franquismo que con roles de género presentes también en otros países. No sé yo si Franco dejo todo 'tan' atado y bien atado», ironiza Romero Reche. Esas inercias, a veces subterráneas, se detectan con claridad en los estudios sociológicos: «La sociedad sigue esperando que el padre gane el pan, que traiga el sustento a la casa, y que la madre sea cuidadora –detalla Ayuso–. Evidentemente, hay cada vez más gente que espera de ambos también las otras funciones, pero las expectativas principales siguen siendo esas, el imaginario colectivo tarda más en cambiar y sigue siendo tradicional en ese sentido».
¿Hacia dónde vamos? ¿Es posible aventurar en qué tipo de padres se convertirán nuestros hijos? «Es difícil preverlo. ¿Cómo van a ser las nuevas parejas? ¿Vamos a tener niños sin pareja? ¿Hacia dónde va la igualdad de género, hacia un modelo nórdico o seguiremos con nuestras características mediterráneas de mayor desigualdad? De lo que estoy casi seguro es de que seguirán siendo padres emocionales», responde Luis Ayuso. Tampoco Alejandro Romero Reche ve una senda única, trazada con nitidez: «Probablemente se multipliquen las formas de ejercer como padre, que por otra parte nunca se han reducido a una sola, sin que ello impida que nuestros hijos repitan una buena cantidad de los errores que han sufrido en nuestras manos».
Más allá de generalidades y de modelos propios de cada época, es evidente que nuestra idea de un padre está muy basada en cómo es o cómo era el nuestro, que podía ceñirse de manera más o menos ajustada al estándar de su época. «Yo tuve la suerte de tener un padre que fue por delante de su tiempo. Nació en 1935 y, tristemente, falleció con 61 años en 1996. Trabajaba fuera de casa, cocinaba si hacía falta, hacía tareas del hogar sin problema y pasaba todo el tiempo posible con la familia, aunque no paraba de trabajar. Lo único que yo he hecho con mis hijos y que mi padre no hizo es viajar y conocer mundo, pero eso no tenía que ver con los tiempos, sino con que mi familia no se podía permitir las visitas a otros países, el mes en un hotel de la playa o el fin de semana en Port Aventura», explica el presentador y locutor Frank Blanco, que ha reflexionado sobre la experiencia de la paternidad en dos libros, uno por cada hijo: 'Cómo ser padre primerizo y no morir en el intento' y 'Padre con un par'.
Más allá de su experiencia personal, Blanco considera que la gran diferencia entre los padres de hace unas décadas y los actuales es, precisamente, ese tesoro de tiempo compartido. «Nosotros no concebimos no estar en el día a día de nuestros hijos. Seguramente los padres de antes también querían pasar tiempo con los niños, pero cultural y socialmente estaba aceptado el hecho de que los hijos eran asunto de las madres y que los padres, con aportar el sustento familiar, ya habían cumplido». ¿Queda camino por recorrer? «Igual que creo que nosotros hemos tenido la oportunidad de ser padres más implicados porque la sociedad ha evolucionado y nos ha ayudado en ese sentido –argumenta el comunicador–, no me cabe duda de que las siguientes generaciones mejorarán en aspectos como la conciliación laboral o la igualdad real entre hombres y mujeres, indispensables para una mayor involucración de los padres en las labores de crianza y educación de los hijos».
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