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CARLOS BENITO
Domingo, 7 de junio 2020
No está muy claro quién fue el primer aeronato, es decir, la primera persona que nació a bordo de una aeronave en pleno vuelo. Muchas fuentes atribuyen el honor a Airlene o Airogene Evans, una niña nacida en 1929 sobre Miami. Lo suyo no fue ... accidental: sus padres fletaron un trimotor Fokker, con médicos y enfermeras a bordo, para que su hija fuese el primer bebé que venía al mundo en un avión. Sin embargo, existen oscuras referencias de un caso anterior: en 1922, algunos periódicos informaron de que una turista francesa había dado a luz en un avión durante su estancia en Italia. En cambio, no existe ninguna duda sobre el primero de los cinco aeronatos que ha registrado Iberia: el 9 de agosto de 1961, en un Super Constellation que enlazaba Madrid y La Habana, nació la niña Loreto Gil, a la que bautizaron así en honor a la virgen patrona de los aviadores. «No había médico ni comadrona. Fueron la azafata Lourdes Divasson y las instrucciones del comandante Galiana, padre de muchos hijos, los que ayudaron», ha relatado Loreto, que siempre ha disfrutado de billetes gratis en la compañía.
A finales de los años 70, Argentina quizo propiciar que algún niño de esa nacionalidad naciese en la Antártida, como apoyo para su reivindicación de soberanía sobre un sector del continente helado. El plan se cumplió el 7 de enero de 1978, cuando Emilio Marcos Palma, hijo de un teniente coronel del Ejército, vino al mundo en la Base Esperanza. En total, se han registrado al menos once partos en la Antártida, ocho de ellos correspondientes a familias argentinas y otros tres de padres chilenos. Se da la circunstancia de que, al cabo de los años, Emilio se hizo novio durante algún tiempo de la primera mujer nacida en la Antártida, a la que pusieron el ingenioso nombre de María de las Nieves. Según ha declarado, acabaron bastante hartos de que los llamasen «los Adán y Eva del paraíso de hielo».
Les suele ocurrir a estas personas que nacen ya con una buena historia que contar: quedan ligadas para toda su vida a esa circunstancia peculiar de su alumbramiento. La mozambiqueña Rosita Mabuiango ha cumplido ya los 20, pero seguirá siendo para siempre 'la niña del árbol', porque fue a nacer entre las ramas, donde su madre se había puesto a salvo del desbordamiento del río Limpopo (y también de los cocodrilos que acechaban allá abajo). El caso apareció en las noticias de todo el mundo, impulsó la solidaridad internacional con la zona devastada por las riadas y tuvo su coste para la familia, ya que la inesperada fama y las suculentas donaciones empujaron al padre por la senda de la adicción. «Soy normal, solo que he nacido de una manera única», ha dicho Rosita. Curiosamente, el año pasado se produjo, también en Mozambique, otro parto en unas condiciones muy similares.
De las personas con grandes dotes para la interpretación se suele decir que parecen nacidas sobre un escenario, pero no resulta tan fácil dar con alguien que realmente viniese al mundo en las tablas. A la madre de Narciso Ibáñez Menta, por ejemplo, le dio el tiempo justo para abandonar la zarzuela que estaba representando y parirlo en una casa. La cantante francesa Jenny Colon estuvo muy cerca: su madre acortó su actuación para dar a luz en el 'backstage', mientras su padre cantaba un rondó en el escenario, y las coristas se organizaron en turnos para acunar al bebé. Pero la actriz venezolana Diana Volpe sí ha contado varias veces que su madre «nació literalmente sobre el escenario», durante la preparación de una obra. Pese a ese espectacular arranque biográfico, envidia de cualquier intérprete, la mujer dejó el teatro al casarse.
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