Secciones
Servicios
Destacamos
Eso que los expertos llaman la vida útil de los alimentos –lo que duran en buenas condiciones– tiene su aquel. Para empezar, antes de hacer la compra tenemos que tener muy claros dos conceptos fundamentales que muchas veces confundimos: la fecha de caducidad y la ... fecha de consumo preferente. Pueden parecer lo mismo, pero no lo son. Coloquialmente se suele hablar de la fecha de caducidad de los alimentos, sin embargo, en la gran mayoría de los productos que compramos a diario en el supermercado lo que nos indica la cifra impresa en el envase es una recomendación de consumo preferente. Es decir, que a partir del día que pone la etiqueta ese producto puede dejar de estar en óptimas condiciones de sabor y textura pero es apto para el consumo. «El 99,9% de los alimentos que compramos son seguros y las fechas están estudiadísimas por los fabricantes para ser lo más exhaustivas. Ahora bien, el consumidor tiene que tener unas nociones básicas en el manejo de los alimentos para evitar contaminaciones cruzadas», alerta Javier Pérez, responsable de Bioensayos del Centro Nacional de Tecnología y Seguridad Alimentaria (CNTA). Pone un ejemplo. «Si estoy manipulando pollo y después toco las hojas de la lechuga de la ensalada sin haberme lavado las manos puedo estar transmitiéndole elementos contaminantes». Y concluye con la regla de oro: «Todo aquello que ni huele ni al comerlo sabe como debería, lo mejor es tirarlo a la basura».
Las conservas son los productos que más duran en nuestra despensa. De ahí que cuando se decretó la cuarentena fueron los primeros que volaron de las estanterías de los supermercados. Al tratarse de alimentos no perecederos –latas de atún, botes de alubias o garbanzos, mermeladas, pimientos, espárragos, cremas de verduras, salsas...– la fecha que los fabricantes imprimen en las etiquetas siempre es de consumo preferente. Es decir, es orientativa y puede oscilar entre los dos meses de las salsas en envases de plástico a los más de cuatro años de los productos envasados en tarros de cristal o en latas. De hecho, no pasa nada por comer unas sardinillas unas semanas o incluso unos meses después de la fecha que aparece en el bote.
Lo más importante en este tipo de envases desde el punto de vista sanitario es que no estén abombados ni golpeados. «Como son alimentos que se envasan al vacío, una abolladura puede significar que se ha perdido la hermeticidad, lo que abre una vía a la entrada de microorganismos que no nos interesan en absoluto. Si al abrir la lata el alimento tiene mal aspecto o un olor raro lo mejor es tirarlo aunque esté dentro de los límites de la fecha de consumo preferente. Ocurre algo parecido con los envases que están abombados. Cuando hay mucha presión dentro de una lata o el envase está hinchado casi seguro que las condiciones de conservación del alimento se han alterado. Ante la duda, mejor no consumirlo», advierte Javier Pérez, responsable de Bioensayos del Centro Nacional de Tecnología y Seguridad Alimentaria (CNTA).
En los congelados la fecha que se indica en el envase también es de consumo preferente. Las bolsas de verduras ultracongeladas de guisantes, judías verdes, zanahorias, patatas... tienen una vida útil –periodo de tiempo durante el cual el producto se puede consumir con todas las garantías sanitarias y nutricionales– de 1 a 4 años. Y los platos preaparados como croquetas o lasaña no superan los 2 años.
En estos casos, los factores que limitan la vida de los alimentos son lo que los técnicos denominan «de calidad organoléptica». Traducción, que han perdido la apariencia, la textura y el sabor característico del producto en cuestión. «Cuando te sabe rancio, vaya», explica el especialista. Que aconseja desechar todo alimento al que le notemos un sabor extraño. «Si al meterlo en la boca no termina de convencernos, lo sensato es tirarlo».
Aunque a simple vista parezcan productos que no tienen nada que ver entre sí, ambos comparten una característica común: «una baja actividad de agua», lo que, en la práctica, limita la proliferación de bacterias aunque no impide el crecimiento del llamativo moho y levaduras.
La fecha que aparece en las etiquetas de estos productos también es de consumo preferente. Así que si compramos un paquete de pan de molde y con el paso del tiempo vemos que le sale moho, no pasa nada. Se retira esa rebanada y listo. Puede que el resto del pan esté más duro de lo normal pero no nos va a pasar nada por comerlo. Esto mismo puede aplicarse al chorizo o al salchichón. Y también al arroz y a las alubias secas.
«El único cuidado que tenemos que tener con el moho es que le pasa como a las mopas, que en cuanto las movemos un poco se llena todo de polvo». Y este moho que tan disuasorio es le sale también a veces a la fruta. De hecho, le suele salir rápidamente. Y se procedería, indica el experto, de la misma manera que con el pan de molde. «Si un melocotón o una naranja tienen una parte fea, se la cortamos. Ahora, si ya vemos que el interior está un poco seco o tiene un aspecto extraño mejor tiramos la pieza», explica Javier Pérez.
Ojo, este apartado es el más delicado desde el punto de vista de la caducidad. Aquí se incluyen los productos con los que tenemos que ser más estrictos en la fecha de su consumo. Se trata de los alimentos perecederos que necesitan refrigeración –entre 0 y 8 grados– para conservarse en buen estado. Carnes, pescados, marisco, huevos, jamón cocido o pasta fresca entran dentro de esta categoría. También las frutas y verduras, pero con otros condicionantes menos severos.
«En este tipo de productos debemos de ser muy respetuosos con la fecha que se indica porque, aunque nosotros como consumidores podamos pensar que tienen buen aspecto, pueden contener patógenos que no se ven pero que nos pueden hacer mucho daño, como ocurre con la salmonela o la listeria», alerta Javier Pérez.
Aunque no hay un tiempo exacto que determine a partir de qué momento no podemos comer cada uno de los alimentos de este grupo –influyen muchas variables, desde el propio producto hasta el lugar donde se coloca en la nevera o su temperatura de refrigeración– sí se pueden dar unos plazos orientativos que nos ayuden a la hora de decidir si consumir ese alimento o retirarlo porque no ofrece todas las garantías.
Las carnes que compramos en la carnicería –sin envasar al vacío– pueden llegar a aguantar una semana en la nevera; aunque las de pollo y pavo, por ejemplo, suelen estropearse antes de ese tiempo. Con los pescados y con los mariscos ocurre algo parecido, así que cuando tengamos dudas lo mejor es fiarnos de nuestra vista y, sobre todo, del olfato, recomienda.
Los embutidos cocidos, aunque puedan parecer mucho menos delicados que el marisco, por ejemplo, también tienen una vida muy corta. «En tres o cuatro días suelen ponerse malos», alerta Pérez.
Y surge otra duda en el caso de los huevos. La teoría dice que su vida útil es de 28 días después de su puesta, lo que no quiere decir que no podamos comerlos después. «Lo que ocurre es que según pasan los días se alejan de su condición óptima y se pueden estropear».
Los platos preparados pasteurizados tipo tortillas de patata, verduras con salsa o salpicón de marisco también suelen tener fecha de caducidad. Y si el envoltorio está hinchado, se debe descartar el producto.
El tema de la fecha de caducidad en los yogures y los alimentos fermentados en general siempre es motivo de polémica. Basta recordar la polvareda que se levantó en su día cuando Miguel Arias Cañete, entonces ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, se comió un yogur 'caducado' en pleno directo en 'El Hormiguero'. Javier Pérez lo aclara. «En estos productos la fecha es de consumo preferente siempre. Yo me he comido yogures un mes después de la fecha que marcaba la tapa y no pasa nada. Es lo que en seguridad alimentaria se conoce como producto 'gras' o alimento reconocido por los expertos como seguro», explica el experto del CNTA.
«Las bacterias de productos como el yogur los hacen resistentes a muchos ataques. Tenemos que ver los alimentos como ecosistemas propios. Si vemos el yogur como el parque nacional del Serengeti, por mucho que le metamos un lobo (un microorganismo que quiere atacarle), los leones y los otros animales se lo van a comer. Pero si metemos un lobo en el valle del Baztán (queso fresco), lo más probable es que el lobo se coma a las ovejas que están pastando», describe Pérez.
El experto recomienda aplicar «el sentido común» y no volvernos locos con las fechas. Un queso curado, por ejemplo, dura una eternidad. Otra cosa es que nos lo comamos antes. «Si tardamos en hacerlo como mucho se pone duro como una piedra y nos resulta más desagradable, pero desde el punto de vista sanitario no tiene mayor problema. El queso fresco es distinto. Debemos comerlo rápido porque sus bacterias no son tan resistentes», señala Pérez. En este apartado también se incluyen los encurtidos como las aceitunas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.