¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿Qué fue antes, el tráfico de huevos de aves en peligro de extinción o las actividades de Jeffrey Lendrum? La segunda pregunta produce menos dolor de cabeza, porque seguro que a lo largo de la historia ... más de uno se ha beneficiado de esta singular compraventa, pero lo cierto es que estamos ante una modalidad delictiva con un protagonista muy claro que, además, se caracteriza por una asombrosa veteranía en su especialidad. Si leemos alguna noticia sobre tráfico de huevos de ave, podemos estar prácticamente seguros de que el nombre de Lendrum aparecerá en algún momento, si es que no lo tenemos ya en la primera frase como responsable del suceso en cuestión. ¡Hasta hay un libro que relata sus correrías! El foco en una sola persona tiene doble filo: por un lado, este 'Pablo Escobar del contrabando de huevos', como han llegado a llamarlo, puede acabar envuelto en un aura romántica de criminal aventurero y atraer a otros hacia su particular 'disciplina'; por otro, su popularidad sirve también como recordatorio de que hay más desaprensivos que se están enriqueciendo a base de esquilmar nidos por todo el planeta.
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Así que empecemos por Lendrum. Este ciudadano zimbabuense-irlandés entró por primera vez en el radar de las autoridades en los años 80, cuando participaba como voluntario junto a su padre en el programa de conservación del águila negra africana del parque nacional de Matobo, en la recién nacida república de Zimbabue. El pequeño Lendrum era un fenómeno trepando por árboles y rocas para inspeccionar los nidos y resultaba muy valioso para el proyecto, pero, en un registro del domicilio familiar, la Policía dio con ochocientos huevos. Su contribución al programa había sido algo parecido a la vieja idea de poner al zorro a cuidar de las gallinas. Ahí surgió una vocación a la que Lendrum se ha mantenido fiel toda su vida. En 2002 lo arrestaron en Quebec con huevos de gerifalte, el más grande de los halcones: él y su cómplice se habían hecho pasar por fotógrafos de la National Geographic Society y habían contratado helicópteros para que los trasladasen a los remotos parajes árticos donde habita la rapaz. Hay un vídeo en el que se ve a Lendrum descolgarse desde uno de los aparatos hasta situarse al nivel de los nidos.
En 2010, lo pillaron en el aeropuerto de Birmingham, cuando llevaba catorce huevos dentro de calcetines de lana que se había adherido al abdomen: eran de halcón peregrino, procedían del sur de Gales (ahí le tocó hacer rápel por los acantilados) y aseguró que se los llevaba a su padre a Zimbabue, para su colección, aunque estaba a punto de subirse a un vuelo a Dubái. Al registrar su Vauxhall, en el párking, encontraron una incubadora alimentada por el encendedor del coche. Su siguiente encontronazo con la ley llegó en 2015 en São Paulo, de nuevo a punto de tomar un avión hacia Emiratos Árabes Unidos: le localizaron una incubadora con cuatro huevos del excepcional 'halcón pálido', procedentes de la parte chilena de Tierra del Fuego. La justicia brasileña le condenó a cuatro años y medio de cárcel, pero logró escapar del país mientras estaba en libertad condicional. En 2018, en el aeropuerto londinense de Heathrow, le interceptaron al aterrizar de Sudáfrica con diecinueve huevos de varias especies (águila pescadora africana, azor blanquinegro...) y dos polluelos de buitre, todo ello en un cinturón 'customizado' para su transporte. Le cayeron tres años de prisión, que ahora mismo sigue cumpliendo.
Las andanzas de Jeffrey Lendrum sirven para entender algunas características de este tráfico ilegal. Lo primero, su motivación, ya que los profanos no llegamos a hacernos una idea del tremendo valor económico de esos huevos. En el caso de 2010, los trece huevos de halcón que no se habían malogrado se valoraron en unos 80.000 euros: 11.000 por cada polluelo hembra y la mitad por cada macho. «En 2013, en Doha (Catar), un hombre presuntamente pagó más de 200.000 euros en el mercado legal por un gerifalte blanco», apunta Joshua Hammer, autor de 'The Falcon Thief' (el ladrón de halcones), el libro que indaga en la carrera delictiva de Lendrum. Los itinerarios del delincuente también nos ponen en contacto con dos centros neurálgicos de este mercado negro: uno es Brasil, frecuente punto de partida del tráfico de huevos de aves amazónicas, muchas veces con entrada en Europa a través de Portugal, aprovechando los numerosos enlaces aéreos entre ambos países; el otro es Dubái y en general la Península Arábiga, destino habitual del tráfico de huevos de halcón, donde satisfacen la demanda de aficionados millonarios a la cetrería y a las carreras de rapaces. Muchos de ellos están convencidos de que los ejemplares de origen salvaje tienen mejor genética que los criados en cautividad.
Esta especialidad delictiva ha experimentado un auge en las últimas décadas, por sus evidentes ventajas con respecto al tráfico de polluelos o aves adultas: «Los huevos no generan olor, no emiten sonido, ocupan menos espacio y por lo tanto son trasladados más fácilmente. Por otra parte, y a pesar de la fragilidad y sensibilidad a las variaciones de temperatura y humedad, la mortandad de los embriones sería menor en comparación con la de los pichones y adultos», repasan los expertos de la fundación argentina Azara. La sedación de los pájaros para mantenerlos quietos y en silencio acaba muchas veces con su vida durante los largos trayectos aéreos. A eso se añade que, en caso de verse en apuros, el traficante tiene más fácil deshacerse de huevos que de aves. Cuando llegan a su destino y eclosionan, la idea es hacer pasar a las crías por vástagos de ejemplares en cautividad, de manera que de ahí en adelante cuenten con documentación legal y sorteen así la estricta reglamentación que ampara a estas especies: las pruebas de ADN necesarias para desbaratar este 'blanqueo' son caras y solo se suelen llevar a cabo en caso de sospecha fundada.
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Cuantificar este tráfico resulta imposible, aunque hace algunos años la Policía Judicial portuguesa llegó a hablar de tres mil huevos en solo un mes a través de sus fronteras, con casos como el de una mujer que llevaba encima 61. «Sin duda, el tráfico es mayor de lo que conocemos: por razones obvias, estamos limitados por lo que se llega a detectar y, de eso, por la parte de la que se da aviso. No hay manera de saber cuál es la verdadera escala del contrabando de huevos, pero las poblaciones salvajes de algunas especies siguen decayendo», explica a este periódico Richard Thomas, portavoz de la organización Traffic, que presta especial atención a este mercado. Además de loros y halcones, entre las especies más afectadas figuran también búhos, lechuzas y tucanes. ¿Hay alguna variedad que preocupe especialmente a los expertos de Traffic? «Cualquier descenso en la población de una especie supone una preocupación, así que no puedo decir que nos inquieten más los loros que los halcones o viceversa. Pero, dicho eso, la sobreexplotación de los halcones tiende a restringirse a unas pocas especies en alta demanda, como el sacre, que está muy cotizado en cetrería, especialmente en Oriente Medio. Como familia, los loros tienen más especies que sufren este impacto, destinadas al comercio de mascotas por sus colores vistosos y en algunos casos por su capacidad de imitación: el guacamayo de Spix ya solo existe en cautividad, así que destacaría variedades como el loro timneh, el loro gris africano y la cacatúa sulfúrea», comenta Thomas.
Pero, como también demostraban las peripecias de Jeffrey Lendrum, para dedicarse al pillaje de nidos de especies protegidas no siempre hace falta adentrarse en la jungla tropical. En Gran Bretaña han saltado las alarmas este mismo año, al detectarse la desaparición de los huevos de varios nidos de halcón peregrino que estaban monitorizados por voluntarios conservacionistas, en el parque nacional de Peak District. Los ladrones aprovecharon el confinamiento por el coronavirus, con el consiguiente paréntesis en la vigilancia, para apoderarse de su valioso alijo.
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España no es en absoluto ajena al tráfico de huevos, como parte de la actividad de las bandas dedicadas a comerciar con especies protegidas. Hace unos años, por ejemplo, la 'Operación Real' de la Guardia Civil desmanteló una red dedicada a expoliar nidos de halcón peregrino en las provincias de Salamanca, Guadalajara y Madrid. «Estos nidos suelen estar situados en zonas escarpadas y de difícil acceso, por lo que hay que poseer conocimientos de escalada para acceder a ellos», explican fuentes del instituto armado. También la proximidad a Portugal, vía tradicional de entrada a Europa de los huevos y aves procedentes de la Amazonia brasileña, da a nuestro país cierto protagonismo en esta vertiente delictiva, así como los enlaces directos de nuestros aeropuertos con otros puntos de Sudamérica: hace cuatro años, en Barajas, se interceptó a un ciudadano chino que traía de Paraguay once huevos y siete crías recién nacidas de loro hablador, con el propósito de llevarlos hasta Hong Kong. Había creado en una de sus bolsas de viaje un habitáculo especial provisto de calefacción, para que su mercancía no sucumbiese al largo viaje.
Este mismo verano, el Seprona (la unidad medioambiental de la Guardia Civil), en colaboración con Europol y las policías portuguesa y marroquí, ha completado la 'Operación Oratix', que ha llevado al arresto de 28 presuntos miembros de una organización dedicada al contrabando de loros y cacatúas hacia el norte de África.
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