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Si tuviésemos que elegir un par de elementos decisivos a la hora de construir la conciencia ecológica habría que elegir sin duda unos prismáticos y una cámara de fotos o de filmar, esto último ahora resuelto con un buen móvil aunque la satisfacción no llegue a ser la misma. Con 4 años, el francés Jacques Cousteau (1910-1997) era un niño enfermizo al que recomendaron olvidarse de los deportes de contacto y abrazar la natación. Aquello le acercó al océano.Al borde de la adolescencia, su padre le regaló una cámara para registrar pequeñas grabaciones y fue también cuando descubrió la película muda '20.000 leguas de viaje submarino' (1916), la primera cinta rodada bajo el agua con un sistema ideado por unos hermanos estadounidenses, los Williamson; a partir de entonces leyó todo lo que pudo sobre ellos y ya solo pensó en cómo mantener seca su cámara para rodar bajo el mar. Fue el inicio de una fascinación que lo condujo a ser uno de los mayores activistas medioambientales de todos los tiempos.
En España, Félix Rodríguez de la Fuente (1928-1980) no se separaba de los prismáticos que le regaló su padre al cumplir los 12. Gracias a ellos descubrió que el lobo al que tanto llegó a amar no era el monstruo que le habían pintado: «Lo que vi jamás se borrará de mi memoria. La faz del lobo era de una belleza indescriptible; la amplia bóveda de su cráneo, coronada por dos pequeñas y triangulares orejas, reflejaba gran inteligencia; sus claros, serenos y profundos ojos, con el iris del color del ámbar, miraban hacia mí con aire interrogante (...). Aquella faz no podía ser mala. La nobleza, la serenidad y la gallardía emanaban de la manera más conquistadora del rostro del perseguido carnicero. Aquella tarde fría de diciembre decidí que todo cuanto me habían contado era falso», contaba él mismo acordándose de su infancia.
Fernando Valladares nació en Mar del Plata en 1965 porque su familia materna, catalana, salió de España para evitar el franquismo y recaló en Argentina. Pero con 7 años ya estaba de vuelta en Tarragona (más tarde se instalaría en Madrid definitivamente, donde vive). Fue en esa ciudad donde el hoy profesor investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales, dependiente del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y una de las voces más autorizadas y reclamadas contra el cambio climático en España, tuvo la primera revelación que le conduciría a ser un activista medioambiental convencido. «Me encantaba ir al puerto con mis prismáticos porque era un espectáculo de vida, especialmente cuando llegaban los barcos cargados de peces y se acercaban las aves y aquello se convertía en una orgía taxonómica, por la cantidad de cosas hay en el mar».
Debía tener él unos 11 años y se dedicaba a sacar fotos de aquella fiesta con una cámara bastante elemental... «Pero hacía unas fotos que me parecían buenísimas de gaviotas a distancia. Me sentía naturalista y me quedaba a ver todo el proceso, incluida la subasta, donde los pescados más bonitos eran los que menos valían...».
Hasta aquí, todo muy hermoso, como en una película con música de Burt Bacharach. Pero sin desenlace feliz: «Lo que más me impactó fue ver el final... con los pescadores tirando toda la mierda al mar. Yo no lo comprendía, no era que sintiese la rabia que podría sentir ahora, sino pura incomprensión, de decir 'pero si estáis cogiendo de ahí lo que necesitáis cómo lo ensuciáis ahora'... Porque no solo tiraban los desechos de pescado, sino que luego era una red rota, después una navaja que no cortaba, y por último el combustible, el chorro de gasoil dejando esas manchas multicolores... Y yo decía '¡si hace unas horas esto era la fiesta de la vida!'. Más adelante ya hablé con otros pescadores y fui entendiendo que su visión era que el océano era infinito y que ellos por supuesto que querían a la mar, como la llaman, y que la tienen veneración, pero...».
Luego, 15 años más tarde, cuando fue a la Antártida, Valladares seguía viendo que los marineros del buque de investigación oceanográfica 'Hespérides' tiraban las cosas por la borda: «Hacían contenedores con la basura y la arrojaban al mar. Y como había un tratado de la Antártida que prohibía tirar cosas al sur de determinada línea, esperaban a cruzarla y aprovechaban entonces. Otra vez lo mismo, '¿cómo puede ocurrir esto, no hacéis conexiones, no veis lo que pasa?'».
Aparte de aquellos episodios experimentados en primera persona, si se le pregunta por otros hitos que marcaron su conciencia ecológica responde con los nombres de Cousteau y Félix, y como tercer hecho, aquellas imágenes inolvidables que los españoles contemplaron en los informativos de 1982, con las lanchas de Greenpeace asaltando a un barco holandés que lanzaba a la fosa atlántica, a 500 kilómetros de las costas gallegas, bidones con residuos radiactivos. Activistas de la ong medioambiental junto a ecologistas y pescadores gallegos se jugaron el tipo en la primera y gran acción ecologista que dio la vuelta al mundo. «Aquello me impresionó muchísimo, el 'Rainbow Warrior', es que algo había y hay que hacer».
Tras estudiar Biológicas y hacer la tesis sobre los líquenes, enseguida se dio cuenta de que lo que le interesaba era ver cómo sobrevivían en condiciones de estrés, y no solo los líquenes, sino el resto de organismos... «Y uno de los estreses era el cambio climático». Hoy, aparte de su trabajo como científico del CSIC, que le saca de su despacho no tanto como él quisiera para ir a investigar al campo –«a hacerme preguntas sobre los sistemas naturales»–, y de su labor educativa en la Universidad Rey Juan Carlos, donde es profesor asociado –aparte de en múltiples másteres de otros centros–, se dedica a atender a los medios, en una labor divulgativa que ha centrado su mundo. Son muchos los periodistas que recurren a él para saber qué pasará con nuestro planeta si no cambiamos el rumbo: «No me da la agenda, pero estoy encantado. Hace un par de años decidí saltar más a la comunicación y he aprendido mucho y hay complicidad para lograr que el mensaje llegue».
Para todo lo que hace se desplaza en una moto grande, «aunque no soy supermotero pero quería una sostenible en el tiempo, pues en transporte público no llegaría». También se desplaza en bicicleta, hay días que pedalea 100 kilómetros con una tartera llena de calorías por el desgaste, «aunque luego está la cosa de llegar sudado, que a veces no se puede». Valladares hace mucho entrenamiento físico, una parte importante de su día a día que le aporta «energía y tolerancia con la mezquindad y los cenutrios que encuentras por el camino». ¿Su objetivo? La carrera de montaña, «ultramaratones, resistencia. Y para entrenar no puedes hacer todo corriendo, combinas carrera con gimnasio, bicicleta y natación. Por eso a veces voy a trabajar en bici y me planto en Móstoles por caminos secundarios y aprovecho para disfrutar de los descampados, poco valorados pero llenos de vida, arbustos, aves, vías pecuarias, jardines y parques... Y un recorrido que en moto tardo 30 minutos, en bici puede que lo haga en 40».
Pertenece a cuatro ongs, Greenpeace, Save the Children, Acnur y Cruz Roja, y defiende las acciones empujadas por el ecoenfado de Extinction Rebellion... «Tocando muchos palos, porque sin armonizar todo eso no estaremos sanos psicológica, social o físicamente.Me gusta mucho desafiar a los nacionalistas de Vox cuando hablan de migrantes y España, porque hay muchos españoles que son migrantes climáticos dentro de este país. Y les descabalga porque no se creen el cambio climático y se piensan que los migrantes son negros que vienen a molestar. Las tres fuentes de migrantes españoles son gente de zonas costeras donde se saliniza el agua o se altera la costa, de áreas de incendios recurrentes y de sitios donde la sequía hace inviable la agricultura y empuja a sus habitantes a desplazarse dentro de España, empujados por un clima que hace insostenible sus actividades».
¿Lo que más le preocupa? «Que la reacción social llegue tarde, los plazos lentos para traducir la información que la sociedad va absorbiendo en cambio real. Los ecologistas están aún más preocupados, se desesperan porque no se hace nada, porque para cuando nos pongamos lo suficientemente de acuerdo, será más tarde y tendremos en la mano menos soluciones». Por ello, cuando se mete en la cama por la noche, su cerebro bulle de preocupaciones: «He sufrido ecoansiedad y lo he analizado, he leído sobre ello. Porque me paso el día en un 'non stop', hablando sobre ello, haciéndome preguntas, y cierro los ojos y veo permafrost que se descongela, plásticos por todos lados...».
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