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Las matemáticas que salvan el bosque

Las matemáticas que salvan el bosque

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Ante las cifras de récord de incendios forestales, los expertos urgen a crear paisajes menos inflamables para reducir a la mitad el área quemada en 30 años

solange vázquez

Jueves, 3 de septiembre 2020, 18:56

Mientras el mundo lucha contra la pandemia y centra todos sus esfuerzos en sobrevivir, las zonas verdes del planeta se enfrentan a su propia batalla por la supervivencia en un año negro. Las cifras de incendios forestales amenazan con superar el funesto récord del año pasado, que pasará a la historia como uno de los más trágicos para los bosques y selvas de todo el mundo. Si sigue esta tendencia, se producirán «consecuencias devastadoras» debido a la liberación de millones de toneladas adicionales de dióxido de carbono», según denuncia la organización ecologista World Wildlife Fund (WWF), Fondo Mundial para la Naturaleza, en su informe 'Incendios, bosques y futuro: una crisis fuera de control', elaborado junto a Boston Consulting Group (BCG). En él se aportan datos preocupantes. Por ejemplo, que «el número de alertas de incendios en todo el mundo durante el mes de abril aumentó un 13 % en comparación con el año pasado», que ya fue un ejercicio catastrófico, y que la temporada de alto riesgo de incendios es ahora tres meses más larga que antes.

California, Portugal, la Amazonía y, en España, múltiples fuegos 'veraniegos' como el que ha asolado miles de hectáreas en Huelva. ¿Por qué se ha desatado esta oleada de incendios a nivel global? Según WWF, las principales causas son la deforestación, provocada en su mayoría «por la conversión del suelo para la agricultura», y un tiempo más cálido y seco debido al cambio climático. Estiman que la mano del hombre está detrás «del 75 % de todos los incendios forestales a escala mundial», un promedio que en España sube hasta el 95%.

Así que las zonas verdes del planeta, los 'pulmones' del mundo, están en serio peligro. Por ello, los científicos abogan por tomar cartas en el asunto cuanto antes. Como la acción humana y el calentamiento global que provocan el auge de los fuegos parecen difíciles de controlar, urgen a crear paisajes menos inflamables para que, en caso de incendio, la superficie quemada sea la menor posible. Y esto se consigue aplicando las matemáticas, calculando que proporción de terrenos y de especies hay que combinar para crear 'cortafuegos' naturales, qué cantidad de árboles debe haber en según qué zonas... Así lo pone de relieve un estudio realizado por expertos españoles y portugueses, que han comprobado con modelos matemáticos que, si se cambia el tipo de paisaje, modificando la vegetación y promoviendo actividades agrícolas de alto valor natural, se puede reducir a la mitad la superficie quemada en los próximos 30 años. Además de este descubrimiento que invita al optimismo, Adrián Regos, experto de la Universidad de Santiago de Compostela y coautor del estudio, se ha sorprendido de otras conclusiones del trabajo. «Una de las cosas que más me han llamado la atención es que el área quemada esperable para el periodo 2030-2050 (20 años) iba a ser considerablemente mayor que durante el periodo histórico comprendido desde 1980 hasta ahora (40 años), incluso sin tener en cuenta el efecto del cambio climático, solo por efecto del abandono rural y su impacto en la configuración del paisaje». Según explica, únicamente la puesta en marcha de políticas que fomenten el incremento progresivo del área agrícola podría revertir esa tendencia y reducir el riesgo de incendio, además de ser el escenario más favorable para la biodiversidad, con lo que sería un doble 'premio'.

Modelos para no ir a ciegas

La aplicación de los modelos matemáticos también ha echado por tierra algunas ideas muy asentadas, como la de que para luchar contra las llamas las especies nativas, como los robles, más resistentes al fuego, son la panacea frente a las de crecimiento rápido. «Aunque conforman el escenario más favorable en términos de almacenamiento de carbono (es decir, de regulación climática), solo tendrían un efecto en el régimen de incendios si van ligadas a las políticas agrícolas».

Ahí reside la eficacia de las matemáticas aplicadas a este terreno. Permiten a los gestores actuar sin dar palos de ciego. «Los modelos que usamos, calibrados con datos históricos de incendios y cambios en el paisaje, pueden simular lo que podría ocurrir con el régimen de incendios o la biodiversidad si cambian las políticas que afectan al paisaje», explica.

Es una herramienta muy útil para ir sobre seguro en un tema donde el tiempo es fundamental, ya que el terreno arrasado tarda, en la mayoría de los casos, mucho tiempo en recuperarse, dependiendo de la orografía, de los daños que sufra el suelo y de las especies que lo pueblan, entre otras variables. Por eso los portavoces de WWF lamentan que desde 2010 se han quemado cada año «alrededor de cuatro millones de kilómetros cuadrados, lo que equivale al 3 % de la superficie del planeta». ¿La consecuencia inmediata? Esta pérdida impide que la vegetación pueda actuar «como reservorio de CO2», a la vez que «libera lo almacenado, agravando el cambio climático» y generando más sequías. Los graves incendios que se están produciendo en la Amazonía brasileña –que, según datos aportados por la organización, superan en un 52 % el promedio de los diez años anteriores– y en California, donde las llamas han arrasado más de 500.000 hectáreas, son «fuegos que se suman a un planeta en llamas» y que hacen de los incendios y el cambio climático un círculo vicioso que se retroalimenta.

Guerra a los megaincendios

Si bien la tendencia global desde que se tienen registros en 1900 es de un ligero descenso de la superficie quemada –debido a la mejora de los medios de extinción, a un territorio cada vez más fragmentado y a la disminución de la superficie de bosques en el mundo–, en países extensos como Estados Unidos o Canadá la superficie afectada por incendios está aumentando y las previsiones de cambio climático apuntan a que las condiciones van a facilitar un aumento de estos incendios. De hecho, fuentes de WWF alertan de que, si no se actúa de forma urgente, para 2100 –es decir, dentro de 80 años– se incrementará notablemente la superficie afectada y volveremos a la situación de 1950. Una regresión que el planeta no se puede permitir.

En nuestro entorno más próximo, los estragos del fuego son notables. Si bien la gran mayoría de los ecosistemas forestales peninsulares están adaptados a los incendios, cuando se queman frecuente e intensamente, con vastas extensiones afectadas, se ve mermada considerablemente su capacidad de regenerarse, de reconstituirse. «Hasta tal punto que algunos bosques no podrán recuperarse, desaparecerán tal y como los habíamos conocido. Y toda la biodiversidad que albergaba habrá perdido su hábitat», advierte Núria Aquilué, investigadora del Centro Tecnológico Forestal de Cataluña y del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales y autora del estudio. Según recalca, se necesitan bosques sanos y maduros para muchas cosas: regular el ciclo del agua y asegurar así un aprovisionamiento de este recurso, capturar y almacenar carbono y por tanto mitigar el cambio climático, purificar el aire, obtener recursos maderables y no maderables como las setas, prevenir la erosión del suelo... « Y, sin lugar a dudas, son parajes idóneos para dar un buen paseo y desacelerar nuestras vidas urbanas», añade la investigadora, quien indica que, sin embargo, no todos los incendios son 'malos'.

«Hay algunos que ocurren de forma natural. Y así debe seguir siendo. Los incendios forman parte de los bosques peninsulares, son elementos intrínsecos de estos paisajes forestales y regulan la dinámica de los ecosistemas. Nuestros bosques están adaptados al fuego», argumenta. Pero, ojo, no a todos. Los llamados megaincendios forestales, fuegos de alta intensidad, muy veloces, que arrasan miles de hectáreas y que sobrepasan la capacidad de extinción de los efectivos de emergencias, no tienen nada de beneficioso y rompen todo equilibrio. «Además, en algunos lugares ocurren con mucha frecuencia –lamenta la experta–. Deberíamos concentrarnos en crear paisajes forestales mucho menos propensos a ser pasto de estos megaincendios, que, alimentados por el cambio climático, parece que han venido para quedarse si no nos anticipamos».

El incendio de Huelva, el más grave del verano en España

El incendio declarado hace una semana en Almonaster la Real (Huelva), que ha arrasado más de 12.000 hectáreas y ha obligado a evacuar a 1.890 personas, es el más grave de los registrados este verano en España. Desde el comienzo de año y hasta el pasado 23 de agosto, los incendios forestales habían calcinado un total de 31.588 hectáreas en todo el país, según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. El primer fuego importante de 2020 tuvo lugar en febrero en Tasarte (Gran Canaria), donde las llamas arrasaron mil hectáreas y afectaron a la Reserva Natural de Inagua. En Galicia, el primer gran incendio forestal comenzó en Cualedro (Ourense) a finales de julio y superó las 1.535 hectáreas. En una nueva ola de fuegos declarada en esta comunidad en el mes de agosto, ardieron casi mil hectáreas más. Además, los días 1 y 2 de agosto un fuego en Valdepiélagos (Madrid), se extendió a El Casar (Guadalajara) y devastó unas 900 hectáreas y el 21 de agosto se inició un fuego en Canarias, en Garafía, que arrasó 1.200 hectáreas.

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