Fuerteventura, la isla sin invierno

Ana Cambeiro, gallega de Muros (A Coruña), no necesitó más para convencerse. «Hace veinte años me vine a Canarias, a trabajar en el sector hostelero, donde soy enlace sindical. Primero estuve en Lanzarote y luego me trasladé a Fuerteventura. Me enamoró este paisaje lunar». Y las 2.800 horas de sol anuales de las que goza la isla canaria, muy cercana al continente africano, solo superadas por las 3.000 de Almería, aunque allí llueve algo más (poco, en todo caso). «Cuando estaba en Galicia y llegaba el otoño, me afectaba mucho al estado de ánimo. Podía estar siete o diez días seguidos lloviendo y eso me daba mucha tristeza. La morriña gallega tiene mucho que ver con esa melancolía provocada por la oscuridad, por los días grises, que en invierno son las diez de la mañana y la luz todavía es tenue». En Fuerteventura, sin embargo, «a las siete y media de la mañana hay sol» y, si amanece nublado, no tarda en despejar. «Nunca pensé que me alegraría de ver llover».

Se alegra Ana porque allí es ciertamente excepcional. «En Fuerteventura no llegan a 100 litros por metro cuadrado al año, frente a los 640 litros de media en España y los 1.791 de Vigo», aporta datos Rubén del Campo, portavoz de Aemet.

No solo llueve poco, es que a veces es un visto y no visto. «Igual en una hora caen veinte litros, que ya es la quinta parte de lo que se recoge en todo el año». De esos chaparrones de tipo tropical dice Leire Arrieta (Eibar, 44 años), que cada vez hay menos. «Desde hace dos o tres años no llueve nada. Hace unos días cayeron cuatro gotas contadas». Lo acepta entre fastidiada y resignada, porque aunque lleva en la isla desde 2004 –trabaja como profesora en una escuela de surf– no se ha acabado de aclimatar a esos inviernos sin invierno. «Soy animal de montaña. Me encanta ir al monte, puedes ir todos los días y cada día verás algo diferente. Adoro los paisajes verdes, pero aquí no hay vegetación, así que cuando veo un árbol me dan ganas de abrazarlo». Pocos ve.

«El clima de Fuerteventura es una garantía para el turismo de sol, pero no favorece los cultivos ni los bosques. Su única vegetación son arbustos, plantas que retienen el agua en su tallo y que son propias del desierto», explica el experto de Aemet.

Añade Leire las higueras, «que, aunque parece que no tienen fruto, en cuanto reciben un poco de agua lo sacan. Y este año, nada de nada». No es que sea ella una fan de la lluvia, pero confiesa que echa de menos «el olor a tierra mojada». Y es que «el suelo es tan poroso que lo poco que llueve enseguida se filtra».

Además de un clima seco y soleado practicamente todo el año –«de mayo a agosto no cae una gota», corroboran desde Aemet–, Fuerteventura tiene una temperatura estable todo el año, con mínimas oscilaciones térmicas entre las estaciones. «El mes más caluroso es agosto, con una media de 25 grados, frente a los 18 del invierno. Una diferencia pequeña comparada con Madrid, por ejemplo, donde en enero hace 5 grados y en julio, 25».

La tercera particularidad del clima de Fuerteventura es precisamente, como dice su nombre, el fuerte viento. «Estamos a su merced, aunque se puede llevar, no es como el viento de Tarifa, por ejemplo. Y, cuando vienen rachas muy fuertes, los meteorólogos avisan con antelación», explica Leire Arrieta, una de tantas personas empleadas allí en el creciente negocio del surf. «La nuestra fue de las primeras escuelas de la isla. Tenemos clientes principalmente de Suiza, Reino Unido, Alemania, Bélgica y Holanda».

Turistas ávidos de olas y de sol, que es básicamente a lo que va la gente a este paraíso canario. «El clima es propicio para estar todo el día en la calle, y las familias con niños casi pueden vivir en la playa». Pinta idílico, pero Leire añora de vez en cuando el cielo cubierto de su Eibar natal. «A mí me encanta el clima del norte. No soy de esos 'lagartos' que han emigrado aquí por el sol», bromea. Ana sí es de esas. «Cuando viene familia de Galicia a verme, les parece un paisaje desolador, porque no hay verde, pero yo me acostumbré rápidamente». ¿A todo? «A casi todo. A lo que no me he hecho aún es a pasar las Navidades en la playa. En estas fechas te apetece ponerte una bufanda más que un bañador. ¡No hay espíritu navideño!». Así que, si puede, emigra al norte, haciendo el camino inverso de esas aves que sobrevuelan la isla en su viaje invernal a las cálidas tierras africanas. «Ver esas bandadas de pájaros que buscan refugio en África es una de las cosas más bonitas del invierno de aquí», concede Leire. Las contempla desde su casa de Lajares, un pueblo de 2.000 vecinos al norte de la isla. «Aquí casi todo son casas terreras, con jardín y un poco de terreno». Un lujo en tiempos de confinamiento. Y más allí, que no llueve.

El agua del océano en Canarias está fresca porque los vientos alisios hacen emerger esta masa de agua fría. «El viento es una fuerza de arrastre y desplaza el agua más cálida que se halla en la superficie del mar, de manera que ese vacío 'arriba' se cubre con las aguas más profundas, que son también más frías y ricas en nutrientes, por cierto, que Canarias es un banco pesquero de primer orden», explican en Aemet. Esta temperatura baja del agua hace que añada muy poca humedad al ambiente, lo que contribuye a que apenas se formen nubes. «Todo lo contrario de lo que ocurre en el Mediterráneo, donde sus aguas son cálidas y hay mucha evaporación, de manera que aportan mucho vapor de agua a la atmósfera, lo que favorece la precipitación».

La segunda circunstancia que ayuda a que no se formen nubes y, por tanto, apenas llueva es que en Fuerteventura no hay montañas. «Las montañas hacen de trampolín para que el aire suba y descargue lluvia y, a la vez, ejercen de muralla» para que las nubes se queden 'atrapadas' y llueva durante bastante tiempo en ese mismo punto. Es típico de las islas canarias más montañosas y del Cantábrico. En Bilbao o Santander, por ejemplo llueve varios días seguidos porque las montañas próximas 'retienen' esos vientos húmedos», explica el meteorólogo Rubén del Campo.

A pocas decenas de kilómetros de Fuerteventura se encuentra el desierto del Sáhara, uno de los mayores del planeta. «Ejerce una gran influencia sobre el clima de las islas canarias orientales: por un lado, cuando el viento sopla del este (es decir, cuando procede de esta gran extensión de arena y roca) envía la conocida calima, ese polvo en suspensión que cubre los cielos de las islas, dándoles un aspecto ocre. Si esto ocurre en verano, además, la influencia se nota en las temperaturas, que interrumpen por unos días su habitual rango de confort y pasan a ser abrasadoras. En todo caso, siempre se trata de aire muy seco y, por lo tanto, sin posibilidad de precipitaciones. Además, como el Sáhara se calienta tanto en verano, se forma una extensa zona de bajas presiones sobre él, que acelera los vientos alisios en Canarias, favoreciendo el antes mencionado afloramiento de aguas frías que impide la llegada de lluvias».

«La causa de lluvia en Fuerteventura suele ser el paso de una borrasca muy profunda o una depresión de origen tropical», explican desde Aemet. De ahí que la precipitación, en las contadas veces que cae, lo haga en forma de «chubascos cortos pero fuertes». «Es muy raro que en Fuerteventura esté todo el día lloviendo, como en Bilbao», advierte Rubén del Campo.