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Ahí va una verdad irrefutable: «Si nos sentimos mal todo el rato, dejamos de luchar». Esta máxima la podemos aplicar a casi todo en la vida, pero, si la usamos como prisma para contemplar a través de ella los grandes problemas medioambientales de nuestro tiempo, con el cambio climático a la cabeza, resulta que supone una advertencia de peligro. El 'padre' de la frase es Andreu Escrivà, ambientalista y autor de 'Y ahora yo qué hago' (editorial Capitán Swing), donde rompe uno de los tabúes de la modernidad: por mucho que nos convirtamos en modélicos ciudadanos verdes, los grandes problemas medioambientales seguirán ahí, ya que las pequeñas acciones individuales tienen poco peso comparadas con las movilizaciones colectivas cuando se habla de ecología. En este sentido, Escrivà pone sobre la mesa algo inquietante: a los ciudadanos de a pie nos están cargando el muerto, nos están llenando de 'ecoculpa', cuando la solución no depende sólo de nuestros pequeños gestos en la vida cotidiana.
«Hace cuatro años estuve una época dando conferencias por todo el país después de escribir 'Aún no es tarde', sobre el cambio climático. Y me di cuenta de una cosa: la gente asumía que era un problema real... ¡Pero no sabía qué hacer!», revela Escrivà. La gente estaba hecha un lío. Por un lado estaban los que sufrían una 'ecoansiedad' brutal porque un día se les olvidaba llevar la bolsa de tela al súper y tenían que pedir una de plástico, o porque usaban cápsulas de café. Estaban agobiados de verdad. Y luego, el polo opuesto: el ambientalista se topó con personas que se sentían tan pequeñas, al compararse con las grandes empresas y con los sistemas económicos mundiales, que decidían tirar la toalla porque ellos no podían hacer nada por salvar el planeta.
Entonces, decidió dar a todo el mundo unas pistas para no caer ni en el agobio excesivo ni en el pasotismo extremo. Porque, al final, ambas cosas desembocan en lo mismo: la inacción. Y eso sí que es imperdonable cuando hablamos del medio ambiente. Así que escribió 'Y ahora yo qué hago'. «Pero no en plan académico, ni como un sermón. Porque a veces se nos echa todo encima a los ciudadanos. Lo que trato de explicar es que nadie es perfecto en nada: ni en la vida personal, ni en el trabajo... Y no pasa nada. No hacer todo de forma impecable no invalida lo bueno que haces. Un ejemplo: llevas una dieta sanísima y un día te tomas con los amigos unas cañas y unas bravas... Pues no pasa nada, ¿no? El mensaje con la ecología es el mismo: hay que intentar hacer las cosas bien, pero no debemos desanimarnos».
Según argumenta, el primer paso para ayudar al planeta es tener en cuenta que «tenemos que dejar de hablar de cosas que hacemos mal en el día a día y pasar a la acción».Así, en positivo. Debemos hacer algo más tirar el papel o el vidrio al contenedor correspondiente, porque eso puede dejarnos satisfechos y llevarnos a no ir más allá. Error. «Ser un buen ciudadano verde te galvaniza, te tranquiliza. Y eso es un peligro, porque el calentamiento global no se va a detener por acciones individuales», insiste. Según explica, durante el confinamiento de la población debido a la pandemia, con muy pocos vehículos en las calles y casi ninguna actividad, se comprobó que el 83% de las emisiones de carbono a la atmósfera eran responsabilidad «del sistema». La falta de actividades individuales redujo la contaminación, pero muy poco. Por eso, urge, hay que intentar que nuestros pequeños gestos tengan trascendencia, que se contagien a otras personas, de modo que se creen hábitos que se refuercen y permanezcan. Y, desde luego, apremia a los ciudadanos a unirse para pedir leyes que obliguen a los grandes causantes del problema a tomar medidas. «La atomización lleva a la desactivación. Eso lo sabían muy bien políticos como Margaret Thatcher y Ronald Reagan. En la revolución conservadora de los 80, apostaron por la libertad individual. ¿Qué pasó? Que se perdió el sentido de comunidad y llegó el conformismo».
Así que es necesario, como punto de partida, pasar de pensar en «parcelitas» para hacerlo a lo grande. Y, luego, pasar del sentimiento de culpa (totalmente estéril) al de responsabilidad (que implica acción). «Lanzar mensajes severos que generan parálisis e impotencia no es la solución», apunta Escrivà.
Entonces, si es cierto que la actividad de un centenar de empresas causa el 70% del calentamiento global, ¿dejo de hacer cosas por el medio ambiente? Rotundamente, no. He aquí una serie de consejos que el ambientalista apunta para actuar, pero sin culpa ni agobios:
1.
No sermonees, ni impongas, ni des lecciones académicas. «Puedes incluir el humor, conectarlo con tu vida, también con tus preocupaciones. Trátalo, siempre que puedas, como un tema de conversación más: te importa, pero no monopoliza tu vida», indica.
2.
Sé una persona curiosa. «Pregúntate por cómo cambiar aquello que no te gusta. Aprende y no te conformes».
3.
No te fustigues. «Céntrate en aquellas parcelas que sí puedes cambiar. Escoge tus batallas», aconseja.
4.
Únete a algún tipo de activismo vecinal, ambiental o de protección del territorio y las personas. Participa en concentraciones y manifestaciones.
5.
Promueve comportamientos ambientalmente responsables en tu empresa. «Si tú o tus compañeros voláis por trabajo, plantea la posibilidad de realizar encuentros y reuniones a distancia, o busca alternativas al avión», propone.
6.
Trata de moverte sin motor. «Ganarás en salud, bienestar y hasta tiempo –asegura–. Si no te es posible, opta por el transporte público o conduce con menos gasto energético».
7.
Todos podemos reducir la ingesta de productos de origen animal, en especial de carne. «Hay distintos esquemas: un día sin carne a la semana, dieta vegana entre semana y omnívora los fines de semana... Escoge el que más se adapte a ti –señala–. Huye de alimentos procesados o con muchos envoltorios plásticos».
8.
Ahorra energía. «El objetivo no es la eficiencia, sino el ahorro neto. E infórmate del uso de fuentes renovables. Apaga las luces y desenchufa los aparatos electrónicos cuando no los uses. Si no puedes hacerlo con todos, al menos sí con los que uses de forma más esporádica. Adapta tu forma de vestir a las condiciones de temperatura, y plantea posibles cambios del código de vestimenta en el trabajo si hace falta».
9.
Alarga la vida de todo lo que puedas, cuanto puedas. Consume menos. Compra menos ropa.
10.
Vota en consecuencia a tus ideas y valores e infórmate del programa en materia climática de los partidos. Exige que implementen las medidas más ambiciosa posibles.
11.
Defiende aquello que te importa. «Cuida pequeños espacios compartidos en el barrio o la naturaleza próxima –aconseja el ambientalista–. Plantéate la posibilidad de iniciar acciones legales para preservarlos».
12.
Cuídate tú. «Este asunto puede tornarse en obsesión, en fatiga continua. Seguro que el cambio climático y tu impacto son solo unas entre muchas preocupaciones con las que tienes que lidiar en tu vida diaria. Busca ayuda si lo necesitas. Sé consciente de la importancia que tiene la salud mental: sin ella, no hay activismo climático posible. Eres una persona, no un robot. Afortunadamente».
13.
'Descarboniza' tu ocio. Andar, leer o charlar tienen una huella de carbono inapreciable. Te hará falta tiempo, claro.
14.
Haz que tu casa sea lo más eficiente posible. «Aíslala del exterior, compartimentando estancias y usando soluciones tan antiguas, simples y decorativas como las cortinas», recuerda.
La ecoculpa influye, y mucho, en los modos de consumo. Cada vez más, los ciudadanos son conscientes de los peligros que supone no cuidar el planeta. Y se estresan si compran productos no respetuosos con la naturaleza. Según el informe 'Who Cares, Who Does? 2020', de Kantar, el número de consumidores preocupados por el medio ambiente (llamados ecoactivos y ecoconsiderados) aumenta rápidamente: este año el 59% de los compradores se podrían encuadrar en esta categoría, ocho puntos porcentuales más que en 2019.
El crecimiento de estos consumidores más 'verdes' se produce de forma similar a escala global: Europa va en cabeza, con Europa del Este (67%) y Europa Occidental (64%); seguida de América Latina (53%); de Estados Unidos (52%), en la tercera posición, y, en último lugar, de Asia (42%). «Son comportamientos que la sociedad va asimilando lentamente, hasta que llega un momento en el que los tiene interiorizados y se ven como algo totalmente normal», considera Juan Carlos Gázquez-Abad, profesor colaborador de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
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