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Incendios que devoran miles de hectáreas de campos, huracanes cada vez más devastadores, inundaciones que se llevan por delante vidas y provocan la migración de refugiados climáticos, olas de calor sofocantes nunca vistas antes, islas de plástico en el océano, desaparición de especies vegetales y animales, la deforestación del Amazonas, el deshielo del Ártico, el permafrost que se descongela liberando CO2 y metano a la atmósfera contribuyendo al calentamiento global...
Es posible que la lectura de estas situaciones que cada día nos encontramos en las noticias le esté generando desasosiego, puede que incluso un leve ataque de ansiedad. No le sucede a todo el mundo, pero sí a muchas personas, especialmente a los más concienciados por la crisis ambiental. Algunos incluso se han instalado en la depresión ante la enormidad de un problema que les supera. Y otros están muy enfadados por la indiferencia o lentitud con la que los que nos gobiernan están reaccionando.
La Asociación Estadounidense de Psicología describe la ecoansiedad como un «temor crónico a un cataclismo ambiental», así como el estrés sentido al «observar los impactos aparentemente irrevocables del cambio climático, y preocuparse por el futuro de uno mismo, de los niños y las generaciones futuras». Fernando Valladares, profesor investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales dependiente del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y una de las voces más autorizadas contra la crisis climática en España, explica que existen grados en los padecimientos mentales asociados a la crisis climática: «De la más grave a la más ligera son la ecodepresión, la ecoansiedad y el ecoenfado. Y solo el ecoenfado puede gestionarse de forma individual, los otros dos niveles necesitan ya de un profesional o un grupo para gestionarlos. Porque por sí solos van a tener una sensación de incapacidad ante algo tan grande que les supera».
Un estudio publicado en marzo por 'The Journal of Climate Change and Health' basado en una encuesta a nivel nacional en Australia reveló que «experimentar ecoenfado predice mejores resultados de salud mental, así como una mayor participación en el activismo proclimático y los comportamientos personales». Por ello, concluyen que la ira es «un impulsor emocional adaptativo clave del compromiso con la crisis climática». Es decir, que conduce a la acción. «Así es –prosigue Valladares–, veo que el mundo se va a la mierda y me pregunto qué puedo hacer. Unos derivan en depresión, otros en ansiedad y algunos en el ecoenfado, y esto último se concreta perfectamente en el grupo proambiental Extinction Rebellion. La ira te da un punto de acción, mientras que lo otro te hunde».
Fernando Valladares (CSIC)
Romain Lauféron (Extinction Rebellion)
'Amor y furia' es la fórmula con la que termina sus comunicados Extinction Rebellion, movimiento internacional que utiliza la desobediencia civil para empujar a los gobiernos a tomar decisiones contra la crisis climática. Ahora mismo, algunos de sus miembros se encuentran en huelga de hambre, en recuerdo de los padecimientos de los refugiados climáticos. Romain Lauféron (París, 1981) es uno de los impulsores de este grupo en nuestro país. Recuerda que empezó a sentir ansiedad al inicio de su toma de conciencia, «y cogió forma al tener hijos, porque no es solo algo que ocurrirá cuando seas viejo, sino que vienen detrás otros y tenemos que cargar con esa responsabilidad y preguntarnos qué hemos hecho para impedirlo. El panorama es tan potente, tan negro, que nos puede llevar a la ansiedad y la depresión, pero hay una propuesta para no dejar a la gente así, y la desobediencia civil es una manera de canalizar la ecoansiedad y de hacer algo juntos. Tenemos que estar conectados, juntos, y el enfado es nuestro motor». Considera que las recientes filtraciones del borrador del informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) llevarán a más gente a sentir ecoansiedad. «Y nuestro papel es conducirlos hacia el ecoenfado. Como dice uno de nuestros manifiestos, estos hallazgos espantosos y abrumadores conllevan el riesgo de un colapso interior, porque obviamente todo esto supone codearse con la muerte, el miedo, la tristeza, la desesperación, la ira y la rabia. Pero también darnos cuenta de que estos afectos son marcadores de nuestra sensibilidad ante la injusticia, de nuestro coraje para vivir y de la profundidad de los lazos y del amor que tenemos por lo que está desapareciendo».
Entre sus acciones está la que científicos activistas de este grupo en Reino Unido han realizado esta semana; se encadenaron en el Museo de Ciencias de Londres para denunciar la financiación de la compañía petrolera Shell a una exposición sobre gases de efecto invernadero. Y el próximo día 24 hay convocada una huelga general mundial con su correspondiente manifestación.
El científico Valladares simpatiza con este movimiento y valora su forma de afrontar el problema. «Tienen mucho mérito, sacrifican parte de sus vidas y de sus carreras por esta acción, frente a otros movimientos ecologistas tradicionales que han envejecido. Por eso hace falta cierta furia, amor y furia, como firman esos actos que sin ser violentos desprenden cierta violencia, como cuando iba yo por la Castellana y habían parado el tráfico y colocado 300 sillas vacías como forma de simbolizar la asamblea ciudadana. Había ahí un valor estético, también de denuncia, y cierta violencia, con los coches parados en la calle cortada, pitando para pasar, y la Policía preguntándose qué hacer con esa gente que no era violenta».
Advierte el profesor de que en soledad te sientes «desbordado». «Te metes en una espiral peligrosa que empieza de forma sutil y cuando vas entendiendo que todo está relacionado con el sistema político y social puedes entrar en una ansiedad que puede llevarte a la depresión, a la que yo no he llegado por factores genéticos y mis redes de familia y amigos, pero sí he tenido y tengo momentos de ansiedad y necesito irme al campo a correr».
Valladares pasa prácticamente las 24 horas de su día pensando, informándose, explicando a sus alumnos de la universidad, analizando para los periodistas el cambio climático: «Y a veces no consigo sacudirme de encima este tema. Al llegar a casa mis hijos me preguntan por las noticias y no hay descanso. Pues hasta tengo pesadillas con el permafrost, me despierto con mal cuerpo porque el planeta se va a la mierda. Y me voy a correr para aliviarme y veo Madrid desde lejos con la contaminación sobre ella y otra vez lo mismo». Y eso que tanto en sus clases como en su blog y en su programa de radio habla de las «razones para el optimismo». «Creo que hay que trabajar en ello con razones científicas para no caer en depresión. Incluso los psicólogos tratan de ayudar a sus pacientes con pensamientos en positivo, porque aunque la realidad pinte mal, necesitamos a la gente activa, combativa, no nos sirven deprimidos o ansiosos en esta batalla».
Se define como ecoenfadado, y reconoce que sus interpretaciones han de ser osadas a veces:«Los informes del IPCC que hace la ONU se someten al escrutinio de los países, que al revisar las cuestiones más espinosas acaban suavizándolas, de ahí la importancia de las filtraciones sin revisar. Y ahí es donde se dice que el capitalismo es insostenible. Pues me da igual que me tachen de comunista, bolivariano o activista, porque eso es así, nos lo dicen las matemáticas, y precisamente esa puede ser una de las cosas que se caigan con la revisión del informe final, que se edulcora».
Reconoce tener una «beligerancia más templada» que Extinction Rebellion, «pero yo y otros 30.000 científicos no hacemos más que firmar manifiestos. He estado hablando de cómo la carne roja mata, de que con un filete a la semana ya está, porque provoca diabetes, enfermedades coronarias y su consumo masivo contribuye al calentamiento. Así que la carne roja mata y el capitalismo es insostenible como dos más dos son cuatro».
– ¿Qué recomendaría a quien está instalado en la ansiedad o la depresión para dirigirle hacia el ecoenfado?
– Hay una palabra de moda, empoderarse, y hay que hacerlo aunque sea con algo simbólico, porque la acción te da derecho, te refuerza, no te quedas quieto, y puede ser que algo de lo que hagamos tenga éxito, pero es que además te empodera para luchar contra la ansiedad, la depresión y el negacionismo. Aunque no solo hay que mostrarse enfadado de forma estéril, sino hacer algo como consumidor, como votante, no dejar pasar ocasión de meterte en un debate basado en la ciencia. Y hacer algo dentro de tu área de dedicación, quizá dando charlas, educando en los colegios o institutos. Apuntarte a ongs y rodearte de gente que piense como tú, porque es como un bálsamo y te hace sentir que no estás ni loco ni solo. Porque a veces estar con gente negacionista y muy extremista te puede afectar, la hostilidad negacionista puede generar muchos nervios, llevarte a la ansiedad o a la depresión.
Solastalgia es un neologismo para describir la angustia, el estrés mental o existencial causado por el deterioro medioambiental. Lo acuñó en 2005 el filósofo Glenn Albrecht con la palabra latina 'solacium' (comodidad) y la raíz griega 'algia' (dolor). Por otro lado, la profesora y activista Joanna Macy trata este tema en su libro 'La esperanza activa. Cómo afrontar el desastre sin volvernos locos'. John Seed, de 'The Rainforest Information Centre', organización sin fines de lucro dedicada a la protección de los bosques tropicales en asociación con los pueblos indígenas, dice que este libro «nos ayuda a mirar incansablemente los horrores que nos confrontan, a honrar el dolor que sentimos por nuestro mundo y a permitir que la verdad nos fortalezca en lugar de paralizarnos».
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