Paseo a caballo de turistas en Bandon Beach, en la costa de Oregón. ZUMA

El Covid ha abierto el horizonte del Estado a los neoyorquinos

Los destinos favoritos de... ·

Regado de lagos y montañas hasta la frontera con Canadá

mercedes gallego

Corresponsal. Nueva York

Lunes, 17 de agosto 2020, 01:04

Nyack, Warwick, Tarrytown, Cold Spring, Beacon, Rheinbeck, Kingston, Woodstock... El camino por el Hudson hasta la frontera con Canadá era tierra por explorar para la mayoría de los neoyorquinos, hasta que el coronavirus cerró otras fronteras y abrió los bosques y lagos del Estado. ¿Quién ... querría montarse en un avión este verano para arriesgarse a pasar las vacaciones en cuarentena?

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Nueva York fue el epicentro de la pandemia en abril y mayo, pero ahora es uno de los estados donde la epidemia se propaga con más lentitud. Sus habitantes han pasado de ser los apestados que nadie quería recibir a los primeros que ponen barreras a quienes llegan de fuera. Las autoridades obligan a cumplir cuarentena a los viajeros procedentes de 34 estados con altos índices de contagio. Solo se perdona a los que vienen en tránsito de aeropuerto en aeropuerto, pero la venia no dura más de 24 horas.

Quedan algunas opciones para los mas aventureros con ganas de explorar. Ya no se pueda viajar a Cancún, porque México y Canadá han cerrado las fronteras a todos los viajes no esenciales, pero las islas Vírgenes son territorios estadounidenses y tienen playas caribeñas. Eso sí, con el bañador y el bote de gel desinfectante para las manos hay que preparar también la prueba del Covid-19, así como la estancia en cuarentena para el regreso. Lo mejor es montarse en el coche y seguir el camino de Henry Hudson hacia el norte. Otra cosa será encontrar alojamiento.

En Air B&B no queda nada disponible por menos de 200 dólares la noche entre la ciudad de los rascacielos y los Finger Lakes. Qué digo, no queda nada por debajo de los 2.000, que en Manhattan falta el aire pero sobra el dinero. De hecho, los alojamientos en las playas de Long Island han desaparecido completamente de la web, y a los del valle del Hudson llegan los inquilinos con la maleta cargada de billetes para comprarse la casa que más les guste. Todos tienen pavor de que la pandemia vuelva en otoño y les coja de nuevo encerrados en un apartamento de 50 metros cuadrados por el que encima pagan una fortuna. La vida en la Gran Manzana tenía sentido cuando era el centro del mundo, pero ahora que el tiempo se ha congelado y todo sigue cerrado es mejor tele trabajar rodeado de árboles.

La fiebre por la vuelta a la naturaleza ha rescatado del olvido Woodstock, el santuario 'hippie' que el mundo conoce por el mítico festival de 1968, aunque en realidad ocurrió en Bethel, a poca distancia de este pueblecito en las montañas de los Catskills. Tal es la fiebre especulativa que la ciudad ha emitido una ordenanza que obliga a los propietarios a ocupar la casa al menos seis meses al año si quieren explotarla como alojamiento turístico. Mientras en Manhattan los restaurantes cierran uno tras otro víctimas de alquileres astronómicos por espacios diminutos que no se compensan con cuatro mesas fuera, en Woodstock han florecido con la primavera del coronavirus.

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Salto mortal

The Colony ya era importante para la escena musical mucho antes de que el mítico festival pusiera Woodstock en el mapa, pero hace tres años completó una importante renovación que devolvió el lustre a este viejo hotel y café de 1929. Sus nuevos propietarios no iban a dejar que toda esa inversión cayera en el olvido y han optado por alquilar la parcela de atrás para convertirse en un increíble club al aire libre con mesas de picnic, que cumple con mucho la distancia social requerida y disfruta sobre la hierba de un escenario de verano donde nunca muere el rock.

El mercado de granjeros se ha reubicado al abrigo de este nuevo Colony, en una simbiosis que la naturaleza aprobaría. Lugareños y recién llegados, todos 'hippies' de corazón, se dan cita los miércoles al cruzar la verja de mimbre para degustar los manjares artesanos que han comprado en el mercado con una cerveza y música en directo.

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Todos ganan con este arreglo que recompensa el tiempo perdido. En abril y mayo el mundo se paró. Los propietarios de viviendas turísticas recibieron una cancelación detrás de otra. El futuro era incierto, nadie quería comprometerse para el verano, pero, después de tres meses encerrados en casa, han corrido tan lejos como han podido. A algunos se les ha acabado el dinero antes que las ganas de volar, por eso han elegido emigrar al Oeste americano, donde no tengan que competir con los millonarios de Manhattan. Hospitalarios, Wisconsin y Oregón atraen a los neoyorquinos cansados de asfalto y rascacielos que se han replanteado la vida con el revulsivo de la pandemia. Son dos días y las vacaciones saben a poco. Estas son la oportunidad de probar la vida más allá de la gran ciudad y tal vez atreverse a dar el salto mortal a la naturaleza.

Especulación inmobiliaria

«Estos de la ciudad han traído lo peor que tenían», protesta Jesse Hill, que ya no encuentra una casa que alquilar en todo Woodstock o alrededores. Le tocó cambiar de vivienda justo cuando desembarcaron todos los neoyorquinos dispuestos a pagar precios de Manhattan por casas rurales y ahora se encuentra compitiendo con el mercado inmobiliario más agresivo del mundo. Nada dura libre más de 24 horas y hay que llegar con el cheque en la mano. «Ellos vendrán de vacaciones, pero yo llevo aquí toda la vida y no me iré cuando encuentren la vacuna». Gary Heckelman tampoco cree que los veraneantes se vayan a ir. «Nos han descubierto -asegura. Esto no volverá a la normalidad». La normalidad de antes no existe, todo es una nueva normalidad en un futuro incierto que ha hecho otra muesca en el calendario.

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