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Y tú, ¿puedes enrollar la lengua?

Y tú, ¿puedes enrollar la lengua?

Un repaso a algunos rasgos curiosos, que permiten dividir en grupos a la humanidad, y también a los mitos genéticos que suelen acompañarlos

Jueves, 4 de febrero 2021, 19:17

Seguramente, a todos nos han preguntado alguna vez si somos capaces de enrollar la lengua para darle forma de tubo. Unos lo habremos conseguido sin mayor dificultad, como si tuviésemos unos músculos preparados desde el nacimiento para hacer ese movimiento en principio tan inútil, mientras que otros nos habremos peleado sin éxito con una lengua tozudamente plana. También es muy probable que a continuación nos hayan explicado, quizá en una clase de ciencias naturales o de biología, que la capacidad de enroscar la lengua es una característica que hemos recibido de nuestros padres mediante el mecanismo más sencillo de la herencia: un gen con un alelo dominante (el de los que sí son capaces de enrollarla) y otro recesivo (el de los que no), de manera que dos padres 'no enrollantes' no podrían tener un hijo capaz de darle esa forma a la lengua. Y lo cierto es que ahí nos colaron un par de errores: lo de la lengua, al igual que otros rasgos curiosos que también nos permiten clasificar a los seres humanos en dos grupos, no es tan simple como algunos se obstinan en creer.

Vamos a repasar algunas de esas peculiaridades de la mano del profesor estadounidense John H. McDonald y sus 'Mitos de la genética humana'. Cuidado, porque este es uno de esos reportajes que, en ciertos momentos, casi obligan al lector a hacer algún gesto inesperado: puede que la gente de alrededor se pregunte a qué viene eso de sacar la lengua de repente y menearla de forma rara.

El rulo de la lengua

Hay más personas que pueden enrollar la lengua que personas incapaces de hacerlo: según distintos estudios, entre el 65 y el 81% de la sociedad no tiene ningún problema en darle a la lengua esa apariencia de rulo, con la peculiaridad de que el porcentaje es ligeramente mayor entre las mujeres que entre los hombres. Posee un componente genético, porque la probabilidad de poder hacerlo es mayor si nuestros padres también pueden, pero está muy lejos de funcionar con un mecanismo tan sencillo como el gen único: de hecho, en un estudio de 33 parejas de gemelos idénticos, había siete en las que un hermano podía liar la lengua y el otro no. Es más, en investigaciones con niños se ha comprobado que algunos aprenden a hacer este gesto, de modo que ni siquiera se trata de una tajante diferencia anatómica y no depende solo de la genética, sino a veces también del empeño que se le ponga en la infancia. Ah, hay algunas personas (en torno al 15%) que pueden enroscar la lengua en forma de trébol, plegándola en tres e incluso cuatro lóbulos.

Antebrazos y dedos

La inmensa mayoría de las personas cruzamos los brazos de una determinada manera, colocando siempre por encima el mismo antebrazo. De hecho, si tratamos deliberadamente de hacerlo al revés, sentiremos una extraña incomodidad. Es un poco más habitual que el antebrazo dominante sea el izquierdo y todavía se escucha a veces como ejemplo de herencia simple, pero ya el primer estudio sobre el asunto, hace casi un siglo, concluyó que esta cuestión tenía poca o ninguna base genética. Lo mismo sucede con el pulgar que ponemos por encima al entrecruzar los dedos, aunque hay una mínima parte de la población (en torno al 1%) que carece de preferencia.

La orina de espárrago

A algunos les habrá bastado leer este epígrafe para saber de qué hablamos, pero a otros quizás haga falta explicárselo: al poco rato de comer espárragos, muchas personas notan un olor fuerte e inconfundible en su orina. Esta reacción presenta ciertas complejidades y ha dado lugar a numerosos estudios científicos, ya que parece que en realidad estamos hablando de dos cosas distintas: por un lado, hay personas que excretan ese olor y personas que no (y eso sí podría ser un rasgo de herencia mendeliana, de manera que dos padres no excretores no podrían tener un hijo excretor), pero también hay personas que lo perciben y personas que no, sea en su propia orina o en la ajena. Esto ha complicado extremadamente los procedimientos de estudio: «Preguntar a la gente si su propia orina huele rara tras comer espárragos no es una buena manera de abordarlo», resume McDonald. Otro fenómeno muy comentado es la 'orina de remolacha', por la tonalidad rojiza que adquiere en algunas personas después de ingerir este tubérculo, pero los científicos han comprobado que no existen dos grupos claramente diferenciados, sino una escala de rojos que abarca desde lo imperceptible hasta lo alarmante (al menos, si ignoras su causa).

Algunas cifras

73%

de los participantes en uno de los estudios más recientes, realizado hace dos años en Nigeria, eran capaces de enrollar la lengua.

25,6%

de los participantes en otro estudio reciente, que tuvo lugar en China, estornudaban al exponerse repentinamente a la luz. La proporción era mayor entre los varones (30%) que entre las mujeres (21%).

52%

de los participantes en un proyecto español de 1961 colocaban por encima, al entrecruzar las manos, los dedos de la derecha.

Pulgar de autoestopista

Si pedimos a las personas de nuestro entorno que extiendan los pulgares y los alejen al máximo del resto de la mano, es probable que nos encontremos con algún caso de 'pulgar de autoestopista', en el que las falanges forman un ángulo muy marcado y el dedo se dobla hacia atrás. En las clases de introducción a la genética también se suele recurrir mucho a este rasgo, pero, en realidad, ocurre con él lo mismo que con la orina de remolacha: no existen dos categorías diferenciadas, sino un continuo de variaciones en el ángulo, con todo un espectro de posibilidades entre el pulgar recto como una vela y el pulgar de autoestopista más extremo. Eso sí, la capacidad de doblar el dedo de esa manera sí está influida genéticamente.

Estornudar con la luz

Si nos ponemos finos, podemos llamarlo estornudo fótico. Si queremos ir todavía más allá, nos referiremos al síndrome autosómico dominante de irrupción compulsiva helio-oftálmica, un nombre técnico cuyas juguetonas siglas en inglés se pronuncian 'achú'. El caso es que una de cada cuatro personas estornuda a veces de manera incontrolable al exponerse a una repentina luz brillante. Se trata de un fenómeno inofensivo en un principio, pero podría llevar a implicaciones indeseables en el caso de conductores, pilotos y operarios que manejan maquinaria pesada en minas y túneles. Al parecer, tiene un claro componente genético, pero no depende de un solo gen.

Las dos ceras de oído

Hay dos tipos de cera de oído: una de ellas, la 'húmeda', es pegajosa y de color entre amarillento y marrón; la otra, la 'seca', tiene una apariencia casposa, como de copos de cereal, y un tono que tiende más al gris. Esta segunda es la más común en Extremo Oriente (prácticamente la única en el norte de China y en Corea), pero resulta mucho menos usual en Europa y prácticamente no se encuentra en África. Aquí sí nos encontramos ante un rasgo que se transmite por el mecanismo más básico de la herencia: el alelo de la variante seca es el recesivo, de manera que dos padres con ese tipo de cerumen por fuerza se lo transmitirían a su hijo. El profesor McDonald, muy harto de que se utilicen los otros ejemplos en las aulas, sostiene que la cera de oído resultaría «especialmente atractiva» para tratarla en clase: «El gen se ha identificado, la base bioquímica de la variación se entiende bastante bien, hay evidencia de selección natural y vínculos con algunas cuestiones relacionadas con la salud. Pero también hay un par de problemas para emplearla en los ejercicios de clase. Por un lado, el alelo de la cera seca tiene una frecuencia en la población europea occidental del 10 o el 20% y está prácticamente ausente de la población africana, así que es probable que en una clase con estudiantes de esos orígenes todos tengan cerumen húmedo. El segundo problema es que tener a un montón de estudiantes hurgándose en los oídos en busca de cera para después mostrarla por ahí puede resultar un poco desagradable».

«Un genetista siempre se pregunta por qué estos rasgos están ahí»

Puede llamar la atención que los científicos dediquen tiempo y esfuerzo a medir el ángulo con el que cientos de personas doblan el pulgar o a hacer que un montón de gente olfatee muestras de orina buscando el rastro de los espárragos. «En general, todos los rasgos, tanto físicos como de comportamiento, son interesantes para un biólogo, y más si eres genetista, porque siempre te estás preguntando por qué están ahí –aclara el biólogo molecular, genetista y divulgador científico Julio Rodríguez–. Nosotros siempre vemos todo desde la perspectiva de la evolución: si un rasgo, que siempre va a tener algo de genético, está aquí con nosotros, es que 'algo' en el proceso evolutivo ha hecho que esté. Lo más normal es que haya sido la selección natural, que 'filtra' aquellas variantes genéticas que maximizan la supervivencia y la reproducción del individuo. Parece claro que hay muchos rasgos que no tienen nada que ver con la supervivencia, así que lo único que demuestran, si tienen componente genético, es la variabilidad genética al azar, pero eso no lo sabes hasta investigarlo».

Por ejemplo, el hecho de que los dos tipos de cera tengan una frecuencia diametralmente opuesta en Asia y África lleva a plantearse un montón de preguntas: «¿Por qué es así? ¿Qué pasó en la evolución de estas poblaciones para que en unas se haya fijado un alelo y en otras otro? Es interesante reconstruir la historia evolutiva de un determinado rasgo».

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